Lagrimas, sal y ojos color girasol.
Cuando Oliver observó en su teléfono la llamada entrante de Joe, no dudó en atenderla. No habían tenido la oportunidad de hablar durante la mañana, principalmente porque ambos estaban ocupados con sus cosas: Joe ordenando su cuarto, cuyo desorden aparecía cada dos días sin que ella misma entendiera por qué, mientras que Oliver tenía que atender asuntos de trabajo. Era agotador, pero leer las ocurrencias que Joe a veces le contaba lo ayudaba a distraerse un poco de la cantidad exasperante de cosas que tenía que hacer durante el día.
Tomando el celular, apretó el botón verde con agilidad y lo llevó a su oído para escuchar la elocuencia de la castaña.
— Hasta que alguien por aquí se digna a aparecer.
La sonrisa en sus labios se desvaneció al escuchar el suspiro tembloroso del otro lado de la línea.
— Hey...
Lo que sea que Joe hubiera querido decir, además de aquel escueto "hey", quedó atrapado por el nudo que tenía en la garganta, que no le permitía decir mucho más. Una serie de alarmas se encendió en la mente de Oliver, haciendo que se sentara recto en la silla y la preocupación se filtrara en su voz.
— ¿Joe? Hey, ¿estás bien? ¿Te encuentras bien?
Un sollozo ahogado volvió a escucharse.
— No, por favor, yo...
— ¿Dónde estás?
Ignorando la montaña de papeles en su escritorio, Oliver salió de la oficina, tomando sus llaves y su cartera. En ese preciso momento, nada de eso importaba; no era relevante. Joe sí lo era. Joe lo necesitaba más que la documentación que podía entregar en unos días. Mientras caminaba y Joe seguía sin contestar, su preocupación aumentaba.
— Joe, necesito saber dónde estás. Voy por ti, ¿sí? Solo dime dónde te encuentras.
Otro suspiro tembloroso.
— En el centro comercial, el que está cerca del bar donde nos conocimos.
— Bien, estaré allí en cinco minutos. ¿Crees que puedes salir al estacionamiento principal?
— Sí, creo que puedo hacerlo.
— Muy bien, estaré allí pronto, ¿sí? Todo estará bien, ¿ok? No importa lo que haya pasado, siempre podremos resolverlo tú y yo.
Oliver sintió su pecho apretarse al escuchar otro sollozo ahogado.
— ¿Cualquier cosa?
— Cualquier cosa, mantequilla.
El silencio reinó por unos momentos antes de que una risita rota lo llenara.
— ¿Mantequilla?
Oliver sonrió, aunque aún sentía una pequeña preocupación, pero al menos ya iba en camino.
— En efecto, mantequilla.
— ¿Por qué mantequilla?
— ¿Y por qué no podría ser mantequilla?
— Supongo que no lo sé.
Joe sorbió su nariz, y Oliver presionó el acelerador para llegar lo antes posible al centro comercial. Condujo hasta el estacionamiento principal y le indicó a Joe que ya había llegado. Sin embargo, dejó el auto estacionado y salió a buscarla. Ambos seguían en la llamada, y Joe le dio indicaciones para facilitarle encontrarla.
Solo bastaron unos minutos para que Oliver la divisara a lo lejos. Colgó la llamada y se acercó para rodearla con sus brazos. Sintió el cuerpo de Joe temblar, por lo que, sin romper del todo el abrazo, se apresuró a sacarla del lugar, que por suerte no estaba abarrotado de personas. Salieron al estacionamiento y ayudó a Joe a subir al auto. Rápidamente rodeó el vehículo y entró. Joe tenía los ojos cerrados y estaba recostada en el asiento; Oliver no quiso presionarla y solo encendió el auto para salir de allí y dirigirse al destino que quería mostrarle desde hacía varios días.
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Margarita Sunrise.
Short StoryA veces, las mayores desgracias son el camino para llegar a los grandes aciertos, y las dolorosas decepciones, el camino para encontrar los grandes amores. - Sé honesto, ¿Cómo luzco? Él aguardó unos segundos antes de responder sin mayor cuidado. - C...