Conociéndonos.

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"En medio del bullicio del parque de diversiones, mientras nos íbamos conociendo, sentí una tranquilidad que nunca antes había sentido. Tal vez porque sé que tú, eres mi musa."

Después de una larga y agitada noche, Urano comenzó a emerger lentamente del abismo de su profundo sueño, liberando un bostezo perezoso que resonó en la quietud de la habitación. Con movimientos lentos y casi mecánicos, se incorporó en la cama y dirigió su mirada hacia el reloj; aún era demasiado temprano, y el escaso tiempo que había pasado dormido apenas le había permitido descansar. Con un suspiro de resignación, volvió a cerrar los ojos, pero la imagen de Neptuno, el misterioso desconocido que había conocido el día anterior, cruzó su mente como un relámpago.

De repente, abrió los ojos de par en par, y sus pupilas buscaron instintivamente a Neptuno, quien aún dormía plácidamente. Lo observó en silencio durante unos largos minutos, sintiéndose extrañamente intranquilo, como si se hubiese convertido en un intruso en su propio espacio. "Es ridículo", pensó, "¿qué sentido tiene observar el sueño de alguien a quien apenas conoces?". Consciente de lo inapropiado de su comportamiento, apartó la mirada de Neptuno, y se deslizó hacia el borde de la amplia cama antes de levantarse con cautela para dirigirse al baño de la habitación y asearse.

Pasaron unos minutos antes de que Urano emergiera del baño, sintiéndose un poco más despierto, pero todavía algo aturdido por el insomnio. Se acercó al espejo que se encontraba junto a la cama, y al ver su reflejo, no pudo evitar fruncir el ceño con una mezcla de desconcierto y desagrado. Su cabello, en completo desorden, se erguía en todas direcciones, un fiel reflejo del caos que llevaba dentro. Aunque había habido un espejo en el baño, no se había tomado el tiempo de revisar su aspecto, medio adormilado como estaba. Intentó alisar su cabello con los dedos, pero pronto se dio cuenta de que la tarea sería inútil; los nudos eran demasiados y demasiado rebeldes.

Con una expresión de resignación, tomó un peine que reposaba sobre una cómoda cercana y comenzó a desenredar su cabello con cuidado, tratando de no hacer el menor ruido para no perturbar el sueño de Neptuno. Una vez que hubo logrado domar un poco su melena, la ató y la acomodó lo mejor que pudo, procurando que no se viera tan desarreglada. Satisfecho con el resultado, dejó el peine a un lado y se dispuso a volver a la cama. Sin embargo, justo cuando iba a sentarse, la puerta se abrió de golpe, y Saturno entró en la habitación, irradiando una alegría contagiosa.

-¡Muy buenos días! -exclamó Saturno, sonriendo de oreja a oreja mientras entraba en la habitación con un giro de alegría-. ¿Cómo amanecieron mis queridos rayos de sol? -Su sonrisa se ensanchó aún más, irradiando un entusiasmo contagioso.

-¡Silencio! -Urano se apresuró a acercarse a Saturno, cubriéndole la boca con una mano, su rostro marcado por la preocupación-. Neptuno todavía duerme -susurró, frunciendo el ceño.

-Umm... -murmuró Saturno, con la mirada fija en Neptuno, finalmente comprendiendo la situación-. Umm...

Urano apartó lentamente su mano de la boca de Saturno y dio un paso atrás, cruzando los brazos con una expresión de leve impaciencia, esperando a que Saturno volviera a hablar.

-Veo que Neptuno no es precisamente madrugador -comentó Saturno con una sonrisa cómplice, antes de reír en silencio al observar la seriedad de Urano.

-Será mejor que hablemos afuera -susurró Urano con firmeza, empujando suavemente a Saturno hacia la puerta.

-Tienes razón, no querría interrumpir el descanso de nuestro querido Neptuno -murmuró Saturno en tono de broma, dejándose guiar por Urano mientras ambos salían en silencio de la habitación.

Mi única inspiraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora