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𝑯𝑨𝒁𝑬𝑳 𝑪𝑹𝑶𝑭𝑻 aceleró su motocicleta a través del bosque, sus ojos negros como el azabache escudriñando el camino mientras las sombras de los árboles altos se cernían sobre ella.
La cabaña, que se alzaba solitaria entre los abetos, emergió de la niebla con una misteriosa serenidad, sus ventanas reflejando la tenue luz del ocaso.
Al llegar, apagó el motor y desmontó con la elegancia de un cazador que conoce bien su presa.
La cabaña era tal como la había imaginado: de aspecto rústico pero con una modernidad sutil en sus líneas, sus paredes negras se camuflaban con el entorno.
Con determinación, Hazel desempacó sus pertenencias, sus movimientos calculados y precisos. Se dirigió al baño, deseando deshacerse del polvo del camino.
El agua caliente acarició su piel mientras sus pensamientos se agolpaban, preparándola para la misión que la había traído a este rincón olvidado del mundo.
Una vez vestida con su atuendo habitual de negro, que contrastaba con la blancura de la cabaña, sintió una vibración en su muñeca.
El reloj inteligente que llevaba en su muñeca había detectado algo. Al teclear en la pantalla, un mapa del pueblo se desplegó, señalando una fuente de actividad anómala.
No era la primera vez que se topaba con energías desconocidas, pero algo en esta señal le erizó la piel.
—Interesante—murmuró para sí misma, con una mezcla de anticipación y cautela.
Con una resolución firme, Hazel se colocó la mochila y volvió a montar en su moto, guiada por el enigma que la esperaba.
El viaje la llevó por caminos serpenteantes, hasta que los árboles comenzaron a aclararse y aparecieron ante ella letreros desgastados que anunciaban una atracción llamada: La Cabaña del Misterio.
—Esto va a ser divertido—comentó con un toque de ironía, observando el lugar.
Al detenerse frente a la cabaña, observó un edificio desvencijado que pretendía ser más de lo que realmente era, un espectáculo de baratijas y fantasías para los crédulos.
