3 - Primera parte

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Me había quedado dormida en lo que restó de camino. Horas después desperté cuando el vehículo frenaba lentamente en la entrada del tan prestigioso "Roble de Oro".
Había un gran cartel de madera que daba la bienvenida, sus letras sobresalían y parecían estar embadurnadas en oro. El lugar parecía estar rodeado de un gran muro de concreto y un gran portón de hierro y madera. En su entrada estaban dos guardias con trajes elegantes y muy costosos.
Dichos guardias nos dejaron pasar sin problema alguno. Su carretera era lisa, sin ningún bache. Sus alrededores estaban cubiertos por un bosque espeso y lleno de altos pinos. Habían faroles hechos de oro puro.

Pero nada se le comparó en cuanto al espectáculo que es llegar y ver en su totalidad lo que es la fachada de dicho instituto. Esas altas edificaciones al estilo medieval que reflejaban lujos por donde miraras, grandes ventanales y un área social que en su centro llamaba y captaba toda atención el gran roble hecho de oro. Todo estaba iluminado, parecía como si estuviera llegando al mismísimo castillo de Hogwarts de Harry Potter.

-Eso es increíble -musité con asombro mirando a los alrededores.

-Te lo dije -soltó, vehementemente, Madeline.

-Pero, ¿en qué momento tomamos el ferri? -pregunté, dubitativa, las horas pasaron tan rápido mientras dormía que no me percaté de que no podíamos llegar rodeando el gran lago solamente en un vehículo... o eso pensé.

-No tomamos el ferri -confesó un tanto confusa, frunciendo el ceño a su vez-. Generalmente mi familia y yo tomamos el atajo secreto.

-Y... ¿Eso para...? O sea, ¿qué razones tienen para que sea secreto y no para todo público? -tanteé.

-Ah, bueno... mayormente hay periodistas que buscan muchas respuestas. Respuestas de las que no tengo idea alguna, cosas que sucedieron hace siglos y la verdad... todo se distorsiona para mí -aclaró, Madeline. Luego notó que el vehículo se estacionó en frente de una casa enorme.

¿Qué digo? ¿Casa? Una mansión. Estaba hecha de ladrillos, ventanas tan altas que podría jurar que llegaban hasta el techo, una puerta monumental que tenía tallados lo que se asemejaban a unos ángeles y ni hablar de las áreas verdes, habían arbustos en forma de caballos con su jinete y pinos igual de altos que la mansión. Había un par de fuentes gigantes a ambos lados de la entrada, faroles hechos de oro y pequeños caminos que te guiaban a unos banquitos que se avistaban a lo lejos.

-Llegamos -avisó, contenta.

-No. Te. Pases -bisbiseé, impactada sin saber a donde mirar-. ¿Me estás jodiendo?

-¿Qué dices? -Volteó a mirarme con los ojos desorbitados.

-Esto es un puto espectáculo, no puede ser real -bufé, incrédula.

-Cuida tu vocabulario, niña -dictaminó.

Volteé a mirarle con hastío.

-Pues te acostumbras, no cambiaré -sentencié-. ¿Entendido?

Ella me lanzó una mirada entornada llena de molestia.

-Pues debes cuidar tu vocabulario y ser más respetuosa, por lo menos en mi cara.

Salió en cuanto le abrieron la puerta del vehículo, hice lo mismo sin esperar que lo hicieran por mí.

-¡Espera! -grite con ímpetu, di zancadas para alcanzarla, tomarla del brazo y voltearla para que me mirara-. Dijiste que me darías tiempo, ¿no? -pregunté, a lo cual ella asintió, denotaba un aire susceptible-. Entonces eso significa que no andarás con apuros para que pueda acoplarme a ti y tu mundo, lo mismo haré yo. Debemos tomar las cosas con calma, y te digo que paciencia es lo que vas a necesitar porque no tengo una personalidad muy apacible que digamos, ¿de acuerdo? -zanjé.

EL ROBLE DE ORO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora