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Luego del discurso y esa rara alabanza todos los estudiantes estaban organizando su horario a su antojo. Vanelope me rogó por un momento para cambiar las horas y ver un par de clases juntas. Tristemente solo podía cambiar dos clases; decidimos optar por ver educación física y arte.

Mañana darían inicio a las clases; realmente me encontraba nerviosa por el peso que había en mis hombros, el hecho de tratar de ser la mejor para mantener el estatus causaba el verdadero terror. No es porque sentía la necesidad de demostrar lo que soy capaz de hacer, pero sí quiero esforzarme por mí y ver qué tan lejos podría llegar si así me lo propongo.

Si voy a estar en un instituto tan prestigioso como este, debería aprovechar mi estadía aquí y sacarle todo el provecho; después de todo, no todos los ricos se hacen ricos desde cuna, otros corren con la suerte de ser lo suficientemente inteligentes para lograr las cosas y que otros se aprovechen de ello; no obstante, Madeline es rica... y mi madre, debo ser muy minuciosa y tomar toda oportunidad a mi favor.

¿Que sí sabía como hacerlo?... Pues no.

Pero algo se me ocurrirá en el camino.

Una de las cosas que debía solucionar es este puto problema con las personas que me rodean. Me encontraba en el baño del quinto piso teniendo una especie de ataque de pánico. Era abrumador estar en un lugar lleno de muchas personas. Personas que susurran a tus espaldas, que hablan de ti, te señalan y fingen falsas sonrisas afables.
La mayoría de los pasillos estaban abarrotados de estudiantes viejos y nuevos, aunque no había alborotado se sentía sofocador.

Ahora considero un gran problema el haber estado encerrada por años, con mal estado de salud y monetario.

Aún así, de alguna manera puedo sobrellevarlo.

Escucho al final la puerta de un cubículo de los baños. Se abría. Se cerraba. Y volvía a abrirse.
Se escuchaba como si alguien lo hiciera a propósito, porque al final la cerraban dando un portazo y lograba captar el sonido del golpe y el rechinar.

Estaba parada frente al espejo. En el lugar en el que estaba posicionada se me hacía sumamente difícil ver en qué lugar en específico estaba sucediendo.

Pero bien, aquí tenemos huevos de gallo luchador. El miedo te lo metes por el ojete.

Caminé lo más sigilosa que pude. Acercándome lentamente. El corazón agitado. Sintiendo el pulso de mis arterias. En ese mismo punto siento que se me hiela cada mísera parte de mi cuerpo. Teniendo un arranque inexplicable de nervios.
Oigo el latir de mi corazón en mis oídos a la vez que me voy acercando cada vez más a lo que estoy por descubrir.

Quizás es una pequeña ráfaga de viento que se está colando por una ventana y genera ese movimiento en la puerta.

Quizás sea alguien molestando o jugando una broma muy pesada.

Se hace más fuerte el ruido. Ensordecedor. Seco. Haciendo eco en el lugar.

Un portazo. Otro más. Uno más fuerte. Otro rabioso. Uno iracundo. Uno que pide arrancar un grito de la garganta a la fuerza. Sacarte el corazón y hacerlo pedazos.

Y otro...

Pero ahí se encuentra...

La misma nada...

No hay ventana abierta, nadie que lo genere.

Solo la puerta con esos intermitentes golpes. Esos intermitentes golpes rabiosos.

Los focos comenzaron a titilar. La luz a fallar, comenzando a ser cada vez más tenue la claridad, hasta que queda en total oscuridad.

El lugar se vuelve helado y sofocante. Mi respiración se vuelve pesada, agitada y falta de aire. Suspiros fríos. Palidez en mi rostro y ojos atentos.

EL ROBLE DE ORO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora