En enero de 2020, comencé la preparatoria y decidí asistir a un curso de teatro, ya que quería actuar. Sin embargo, solo pude asistir a unas tres clases antes de que la pandemia obligara a suspender las actividades. Durante ese tiempo, el 2 de julio de 2020, adopté a una perrita llamada Molly, quien se convirtió en una de las mayores alegrías de mi vida y en un pilar fundamental durante la pandemia. Molly fue mi primera mascota y la experiencia de cuidarla me enseñó mucho sobre responsabilidad y amor incondicional.
Con Molly, mi rutina diaria comenzó a incluir levantarse a las 5 de la mañana para sacarla al baño antes de mis clases, que empezaban a las 7 a.m. Aprovechaba el tiempo libre por la mañana para preparar desayunos y realizar algunas actividades antes de conectarme a clases.
En el curso de teatro conocí a una chica con la que empecé a hablar y, eventualmente, a salir. Nuestra relación comenzó el 22 de julio de 2020, justo 20 días después de que Molly llegara a mi vida. Ella y Molly me acompañaron durante gran parte de la pandemia. Pasábamos mucho tiempo juntos, jugando, hablando por teléfono o citas en el cine. Cuando la ciudad empezó a abrirse, disfrutábamos de visitas a la playa con Molly y mi sobrino y hermana. Aunque las playas no estaban oficialmente designadas para mascotas, íbamos con regularidad y nos encontrábamos con personas que también llevaban a sus perros de manera respetuosa.
Durante el último año de preparatoria, mi relación con esta chica y mi tiempo con Molly siguieron siendo muy importantes. Recuerdo un viaje que hicimos a San Cristóbal de las Casas con su familia en diciembre, durante el quinto semestre. A pesar del frío, el viaje fue muy memorable y me dejó muchas experiencias, tanto buenas como malas, que me ayudaron a crecer. Aunque no tengo fotos, los recuerdos y los lugares que visité han dejado una impresión duradera en mí, y me encantaría volver a explorar más de San Cristóbal de las Casas en el futuro.
