Capítulo 1

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Un sonoro gemido de dolor y cansancio escapó de los pálidos labios de una sacerdotisa al borde del desmayo, sus bonitos ojos claros estaban inyectados en sangre por el cansancio, pero aún así nadie se molestó en preguntarle si necesitaba sentarse al menos un segundo.

No sería la primera vez que alguien pierde el conocimiento al vertir su maná en la barrera, está situación era tan frecuente que tal cosa no podía perturbar a las filas de sirenas y tritones arrodillados frente a la estatua de la fundación mientras rezan frenéticamente para donar su fuerza.

Yo odiaba arrodillarme, los recuerdos de ella volviendo con las rodillas despellejadas y los ojos de una persona enferma después de hacer este trabajo me impiden hacerlo.
Sin embargo, no era una cosa que me pudieran exigir, porque necesitan mi presencia para poder mantener la cantidad necesaria de maná para que la barrera continúe existiendo.

Ese, es el único objetivo que él persigue al mantenerme con vida.

Puse mi mano sobre el pedestal hecho de coral y perlas, demasiado lujoso en realidad para la función que realiza, para salir de aquí lo antes posible.

Tan pronto como mis dedos tocaron el coral frío una luz blanca y brumosa brilló ante mis ojos. Sentí un rechazo instintivo a esa fuerza que absorbía mi energía como si la succionara, la barrera drenaba el maná de mi cuerpo a un ritmo demasiado rápido y los rezos inútiles comenzaban a hacer la situación aún más irritante.

Ellos también lo saben, su sacrificio constante solo es una medida provisional, necesitan que haga esto para mantener esta maldita cosa.

Aparté mi mano bruscamente del pedestal cuando mi cabeza empezó a palpitar y mis manos se pusieron sudorosas, era terrible la sensación de no poder mantenerte en pie por la debilidad repentina.

Me apoyé en una de las columnas del templo para no perder el equilibrio, estaba sudando frío pero tenía que salir de aquí con mis propios pies.

—Lady Lorraine—una sacerdotisa de rango medio me alcanza una toalla mientras me llama—Gracias por su colaboración de nuevo, con el cumpleaños de la princesita cerca las medidas de seguridad se han vuelto más estrictas que nunca.

—Es mi trabajo.—respondí secamente mientras me pasaba la toalla por la cara.—Esa cantidad será suficiente hasta mitad de mes, no es necesario hacer otro refortalecimiento hasta entonces.

—Pero el cumpleaños...

—Si es una preocupación demasiado grande, yo misma hablaré con Su Majestad para llegar a un acuerdo.

La mujer asintió dejando atrás su insistencia, todos empezaron a levantarse y pasar a una zona de descanso para poder recuperar fuerza, yo por mi parte, decidí irme lo antes posible.

*****

Cuando salí del templo, el sol iluminaba las calles de Atlanta, las temperaturas agradables hacían fácil olvidar que estábamos ya en pleno verano, pero tampoco era muy diferente en otras épocas... Aquí la gente no parece ser consciente, o simplemente prefiere ignorarlo, pero en Atlanta nunca hay mal tiempo a pesar que es una isla ubicada en el hemisferio norte, dónde se supone que la luz solar no incide tan directamente como en la zona central.

Aunque llueva nunca oirás truenos, rayos ni centellas, tampoco habrán sequías ni incendios repentinos, todo aquí era extrañamente idílico, pero la energía turbia de la que está hecha la barrera que te hace sentir mareado cuando te acercas demasiado te da una sensación de incongruencia que es difícil ignorar una vez que notas los errores que no pueden taparse con un dedo.

Caminé rápidamente entre la gente en la plaza para poder alejarme de la zona céntrica y llegar a la zona más alejada del puerto, dónde pudiera saltar al mar sin pensarlo dos veces y no estuviera abarrotado de otras sirenas matando el tiempo mientras juegan con los peces.

Maldición del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora