4 - Compromisos y Sueños.

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Saera entró a la habitación del castillo y arrugó la nariz con disgusto al ver a su sobrino tirado en la cama, rodeado de una atmósfera sofocante de vino. Los muros de piedra fría y gruesa del castillo, que solían ser un refugio seguro, ahora amplificaban el hedor y el desorden de la habitación. Sus pasos resonaron firmemente en el piso de piedra mientras se acercaba a él, decidida a poner fin a la autodestrucción de Daemon. Sin dudarlo, lo despertó bruscamente, zarandeándolo por los hombros. Daemon soltó un gemido y abrió los ojos con una mueca de molestia, desorientado por el repentino despertar. La luz del día, filtrándose a través de las estrechas ventanas del castillo, le golpeó los ojos, y el dolor en su cabeza se intensificó.

Mientras Daemon trataba de recuperar el equilibrio, Saera se dirigió a las ventanas y las abrió de par en par, dejando entrar una ráfaga de aire fresco. El fuerte olor a vino comenzó a disiparse lentamente, pero no lo suficientemente rápido para su gusto. Saera lo miró con severidad, como una madre reprendiendo a su hijo descarriado.

—Tienes quince años, Daemon. Todo el reino te cree el príncipe perfecto, un modelo a seguir para todos —comenzó a decir, mientras seguía abriendo cada ventana que encontraba a su paso. La luz inundó la habitación de piedra, y Daemon se quejó, cubriéndose los ojos con el brazo mientras un latido doloroso resonaba en su cabeza—. Eres el jinete de Balerion, y me he asegurado de que nadie, aparte de mí, sepa de esto, ni siquiera mis padres, sabes cuánto me ha costado sobornar a los sirvientes para que se mantuvieran callados —continuó, señalando la jarra medio llena de vino que sostenía con evidente desaprobación.

Daemon intentó replicar, su voz sonó ronca y débil, como si el vino hubiera desgastado su espíritu.

—Tía...

Pero Saera no le permitió continuar. Estaba decidida a no mostrarle compasión.

—No, Daemon, esto se acaba hoy. ¿Cuánto tiempo crees que les tomará a tus padres enterarse de tus problemas con la bebida? —preguntó, tirando el contenido de la jarra por la ventana con un gesto de frustración—. ¿Cuánto crees que le tomará al reino descubrir que su heredero al trono es un borracho? Por ahora te alaban, te ven como la esperanza del futuro, pero cuando cometas un solo error, te destrozarán sin piedad.

La rabia de Saera se mezclaba con una profunda preocupación. Caminó de un lado a otro por la habitación, mientras su mirada escrutaba cada rincón con determinación. Se dirigió al armario de Daemon y comenzó a buscar ropa adecuada para el evento del día. Con cada prenda que sacaba, su frustración se hacía más evidente, y finalmente, arrojó una túnica sobre la cama, a los pies de Daemon, quien solo se quejó con un suspiro.

—Hoy es el inicio del torneo por el matrimonio de tu hermana. Quiero que estés presentable, que muestres a todos el perfecto heredero que eres. No me importa si tienes que besar los anillos de cada lord presente, tienes que comportarte —dijo, mientras vertía agua en un pequeño cuenco, preparándolo para que Daemon se refrescara.

Saera estaba a punto de continuar con su regaño, pero la voz de Daemon, más profunda y cargada de tristeza, la detuvo en seco.

—Tenía un hijo... un hijo de cabello castaño —comenzó Daemon, su voz quebrándose con el peso del recuerdo—. Era un muchacho valiente, inteligente, fuerte, y un buen jinete, el mejor hombre que podría haberse sentado en el trono.

Saera nunca había escuchado tanto dolor en la voz de su sobrino. Permaneció allí, inmóvil, de espaldas a él, escuchando mientras su corazón se encogía.

—Él... murió. Su dragón no pudo protegerlo. Las flechas lo atravesaron —la voz de Daemon era amarga, cada palabra una daga afilada que cortaba el aire.

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⏰ Última actualización: Aug 13 ⏰

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