Capitulo 1

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Juanjo abrió un ojo con dificultad. Hacía rato que la luz había entrado en su habitación y ahora ya la bañaba entera. Se cubrió la cara con la sábana. Tenía la boca seca y pegajosa, la cabeza embotada y no recordaba cómo había llegado hasta su cama. Pero sí recordaba el karaoke, La Bikina de Luis Miguel y el Dígale de Bisbal, las risas, la copa de gintonic en la mano. Había valido la pena.
Alguien llamó a la puerta. Sería su amiga Elisa que bajaba a desayunar. «¡Voy!», gritó con una voz dos octavas por debajo de su tono habitual. Se levantó todo lo rápido que le permitió la resaca, tropezó con su ropa del día anterior, se puso unas gafas de sol que encontró en el escritorio y abrió la puerta.
—¿Piensas bajar algún día? —le preguntó Elisa, que lucía bastante más fresca que él.
—¿Qué hora es?
—Pues casi la hora de comer. Vamos, vístete y baja, que para un fin de semana que te quedas en Madrid, tenemos que aprovechar.
No lograba entender cómo podía tener ya esa energía, qué agobio. Cerró la puerta y se sentó en la cama, mirando al infinito. Con cierta pereza, los pensamientos comenzaron a abrirse paso entre la densidad de su mente. Pensó en el examen de Mecánica de Fluidos del próximo martes. Pensó en que no tenía ningún bolo a la vista. Pensó en lo lejano que le parecía ya el verano pasado y sus calurosas noches con la orquesta. Pensó en lo lejano que quedaba ya el concurso de jotas que ganó, del que ya nadie se acordaba. Pensó en la chica con la que se besó anoche. No se acordaba de su nombre, ni tampoco tenía muy nítida su cara.
Cogió el móvil. Cinco mensajes nuevos, uno de ellos de un número desconocido, debía de ser ella. «Me gustó más tu versión que la de Bisbal. Nos vemos por el colegio mayor». Así que era de su mismo colegio. Entró en su perfil y vio que se llamaba Verónica, y por suerte tenía foto. Así al menos podría saludarla si se la cruzaba, menudo apuro.
Al final, logró ponerse en marcha. Se dio una ducha, se vistió, se arregló el pelo, quemándoselo un poco con la plancha como de costumbre, y bajó al comedor. Sus amigos ya estaban sentados en una mesa, así que cogió su bandeja, saludó a cada uno de los cocineros efusivamente mientras le servían la comida y se sentó en el hueco que le habían guardado. Hablaron largo y tendido sobre la noche anterior, sobre el karaoke y sobre lo mucho que ligaban los cantantes, lo que él intentó negar una y otra vez sin mucho convencimiento.
—De todos modos, no sé qué tipo de cantante soy si no canto.
—No digas tonterías, maño —le replicó, tajante, su amiga Carmen—, tú siempre vas a ser cantante, hagas lo que hagas, eso lo llevas en tu ADN. Además, ya te saldrá algo pronto, no seas agonías.
Juanjo prefirió cambiar de tema y preguntó que quiénes se habían apuntado para ir a ver el musical esa noche. La verdad es que cuando le pasaron la hoja, escribió su nombre sin pensarlo y ni siquiera se planteó si iban sus amigos, pero le dio lo mismo. Le encantaban los musicales, él mismo había participado en alguno, y aunque ese en concreto era de una compañía emergente bastante pequeña, le apetecía muchísimo el plan. Por suerte, Carmen, Elisa y Amadeo también irían.
Mientras los demás seguían comentando la noche anterior, Juanjo sacó su móvil y buscó la obra que iban a ver. Para ser una compañía modesta, tenía muy buena pinta. Leyó el argumento y entró a ver el elenco. El protagonista parecía muy joven, más que él. Le gustó su mirada, tenía algo interesante.

Martin se apretó el dedo con fuerza, se había hecho un poco de sangre. Ya no le quedaban más uñas por morder. Se miró al espejo y se estiró el elegante abrigo de capitán de barco del siglo XIX, con el gorro marinero a juego. Acababan de terminar el último ensayo y en dos horas empezaba la función. Se quitó la barba postiza que tanto le picaba. Aunque el capitán Ahab no llevara bigote, se alegraba de que le hubieran dejado mantener el suyo. Junto con su abundante mata de pelo, era una de sus señas de identidad.
Estaba nervioso. Les había costado un gran esfuerzo adaptar Moby Dick al teatro musical, habían compuesto ellos mismos todas y cada una de las canciones, escrito todos los diálogos y elaborado toda la escenografía. El vestuario, el sonido, la iluminación… ¡todo! Y habían logrado llevarlo a Madrid, algo de lo que se sentían orgullosos. Había sido un proceso muy bonito y enriquecedor, y a él solo le había convencido todavía más de que era a lo que quería dedicarse. Le encantaba actuar, cantar y bailar, y el teatro musical le permitía hacer todo eso al mismo tiempo.
Claro que le quedaba mucho por aprender, tan solo tenía dieciocho años. Pero ganas no le faltaban, tenía claro que quería formarse mucho, en todo lo que pudiera. De momento, había empezado la carrera de Arte Dramático, así que no iba por mal camino.
Dejó el abrigo y el gorro encima de un sillón y se fue a cenar con el resto de la compañía.

Qué sería de mí (Juantin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora