Capitulo 2

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El domingo por la tarde, Juanjo intentó concentrarse y estudiar para el examen del martes, aunque le estaba resultando difícil. No sabía muy bien por qué, pero no podía dejar de pensar en el musical de la noche anterior. Todo el tiempo le venían a la mente imágenes de Martin sobre el escenario, con ese abrigo tan largo y ese gorro que le dejaba asomar la larga maraña de pelo por los laterales.
Releyó el enunciado del problema que tenía delante por tercera vez y logró apuntar los datos y las fórmulas que necesitaba. Pero al ponerse con la resolución, le vino a la mente la canción con la que cerró la obra y comenzó a tararearla. La voz de Martin seguía resonando clara en su cabeza. Era como… ¿Cómo definirla? Como una caricia, sí, eso era justo lo que le hacía sentir. Cerró los ojos. Intentó buscar algún otro actor de los de anoche que también le hubiera gustado, pero no le venía ninguno más. No podía dejar de pensar en Martin.
Abrió los ojos de nuevo y comenzó con la primera ecuación. Pero a la segunda línea cogió el móvil de manera inconsciente y entró en Instagram. Vio que Martin había subido un par de historias de anoche y que le había etiquetado en ambas. La primera era la foto que se hicieron todos en el bar. Pero al pasar a la segunda, le dio un vuelco el corazón.
Era un selfie de ellos dos en la discoteca a la que fueron después. Estaban cogidos por el cuello, con las caras bastante juntas y se les veía pasándolo muy bien. Martin salía genial, con esas cejas pobladas que tanta profundidad le daban a la mirada, ese bigote que le hacía tan interesante y esa mandíbula cuadrada tan perfecta. Él, sin embargo… Bueno… Sus ojos delataban que había bebido demasiado y le salía un poco de arruga en la papada.
Aun así, compartió las dos historias, y Martin no tardó más que unos segundos en darles me gusta. Se descubrió a sí mismo sonriendo y se apretó las mejillas para borrar la sonrisa. ¿Qué le estaba pasando? Se sentía confundido. Cerró la libreta con rabia y decidió bajarse a cantar un rato al teatro, eso siempre le ayudaba a despejarse.

Los días en Getxo transcurrieron con normalidad. Cada mañana, Martin cogía el metro hasta la Escuela de Arte Dramático y disfrutaba de las clases de interpretación, voz, música y canto, etc. Hasta las asignaturas teóricas le gustaban. Cada vez estaba más contento con su elección de carrera.
Solo que, en realidad, sí había algo esa semana que se salía de la normalidad. Algo que le hacía perder el foco. Desde la pasada noche del sábado en Madrid, había estado chateando con Juanjo por Instagram. No dejaba de sorprenderle todo lo que tenían en común. Desde lo más obvio por el hecho de ser ambos cantantes, hasta detalles cotidianos de lo más aleatorio en los que coincidían sin parar. Como que sus galletas favoritas fueran las de Los Simpson de chocolate o que a ambos les encantase Harry Potter.
Le encantaba hablar con él, cada vez que le sonaba una notificación se le escapaba una sonrisa y no podía esperar a contestarle, aunque a veces tratara de reprimirse para no parecer desesperado. Le daba rabia tener que contenerse, siempre había sido partidario de dejarse llevar por lo que le pidiese el corazón en cada momento. Pero el miedo a que volvieran a hacerle daño estaba aún demasiado presente. Así que siempre andaba en ese debate interno. Un día, Juanjo le comentó en una publicación: «Místico». Y con esa tontería se pasó todo el día como flotando en una nube.
Desde el mismo momento en que le envió la solicitud en Instagram, Juanjo le había estado enviando señales contradictorias y Martin estaba hecho un lío. Aquella noche, en la discoteca, estuvieron juntos casi todo el tiempo. Juanjo le invitó a un calimocho, que le trajo él mismo de la barra sin habérselo pedido. Bailaron mucho, y Juanjo le pasaba el brazo por los hombros o le alborotaba el pelo cada dos por tres. Pero también es verdad que era una persona muy sociable y hacía lo mismo con los demás. Martin tenía la sensación de que a él le buscaba un poco más, pero no sabía hasta qué punto era una percepción subjetiva.
Por otro lado, cada vez que era Martin el que se atrevía a establecer contacto físico, Juanjo lo rechazaba con vehemencia mediante un empujón, una colleja o apartándole la mano como si se sacudiera un bicho que se le acabara de posar. Cualquiera habría dejado de intentarlo, pero Martin tenía la intuición de que en el fondo le gustaba, y de que cuando dejaba de hacerlo, era él quien le buscaba. Y sentía en su interior que valía la pena lucharlo. Tal vez se equivocaba, pero ese instinto le guiaba irremediablemente.
Llegó el fin de semana siguiente y Martin le contó a Juanjo que tenía la última función de Moby Dick, en el teatro de Bilbao donde solían actuar. Le envió una foto con el gorro de capitán un rato antes de salir a escena, y Juanjo le respondió con otra suya desde Magallón, su pueblo, sacando la lengua como de costumbre y deseándole suerte. A Martin le flojearon las piernas al recibirla.

En el AVE de regreso a Madrid el domingo por la tarde, Juanjo se dedicó a releer las conversaciones de los últimos días con Martin. Por algún motivo, se sentía muy a gusto hablando con él. Le transmitía serenidad, algo de lo que él carecía a menudo y que, por tanto, agradecía recibir. Además, se entendían muy bien. Muchas veces hablaban de temas musicales, Juanjo le contó lo de su paso por el concurso de jotas en la televisión aragonesa o los conciertos que había dado, y Martin parecía muy interesado en saber más. Él, a su vez, le hablaba de las veces que había actuado en obras de teatro, aunque su trayectoria era más corta porque tan solo tenía dieciocho años todavía.
Pero también hablaban de otros temas. Las conversaciones fluían de un asunto a otro de manera natural y así podían pasarse horas. Martin le contó, por ejemplo, lo mucho que le inspiraban los árboles, las rocas, el mar, el vuelo de un pájaro, pasear por la playa o por el monte. Una vez incluso estuvieron comentando las películas de Harry Potter una tarde entera, a los dos les encantaban. Tenían muchas cosas en común. Se alegraba de haber encontrado un amigo así, con el que conectaba tan fácilmente.
Le saltó una notificación y sonrió sin darse cuenta. Era Martin.

¿Qué haces?
En el AVE, volviendo a Madrid. ¿Y tú?
Nada, descansar en mi habitación.
Vengo de pasear por la playa con mi madre
y mi hermana.
Qué calor hace para estar ya en diciembre, ¿no?
Jodó, ya te digo. Voy en manga corta.
Y para el fin de que viene todavía suben más las temperaturas.
¿Sabes lo que he pensado?
¿Qué?
Que deberías venir. Tenemos pendiente una clase
de surf, ¿te acuerdas?
¿Qué dices? ¡Estará congelada el agua!
Eso no es problema, tengo neoprenos de mi padre.
¡Aquí la gente hace surf todo el año! Y más ahora,
que parece verano.
¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Te lo digo en serio.
Me apetece mucho que vengas.

Juanjo se llevó una uña a la boca y comenzó a mordérsela con inquietud. El corazón le latía a mil por hora. Lo cierto era que a él también le apetecía mucho ir. De hecho, se moría de ganas por volver a verle, fuera con la excusa que fuese. Lo del surf… Eso, sinceramente, no le motivaba nada. Pero si implicaba pasar tiempo con su nuevo amigo, tal vez valiera la pena. Podía ser divertido.
Bloqueó el móvil y se puso a mirar por la ventanilla. Necesitaba pensarlo por un momento. Algo en él le impulsaba a decirle que sí, a sacar los billetes inmediatamente. No obstante, también sentía un miedo terrible que le paralizaba. «Pero ¿de qué tienes miedo? ¿De pasar un fin de semana divirtiéndote con un amigo? ¿Qué sentido tiene eso?», se decía. Por costumbre, él nunca decía que no a ningún plan que se le presentara, le gustaba dejarse llevar y disfrutar de lo que la vida le pusiera por delante. Pero, esta vez, algo le decía que era diferente, y no sabía bien de qué modo.
«Pobre, se habrá quedado esperando mi respuesta», pensó. Se toquiteó varias veces el flequillo, nervioso, y tomó una decisión. Desbloqueó el móvil y escribió: «Me apunto. Voy a buscar billetes ya mismo».

Qué sería de mí (Juantin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora