Capitulo 5

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Los días que siguieron a aquel beso, ya en Madrid, Juanjo se sentía como en una nube. Miraba el móvil compulsivamente a ver si le había escrito Martin. Todas las noches hacían videollamada antes de irse a dormir. Y cualquier cosa que le pasaba, era la primera persona a la que se lo contaba.
Se compró una libreta y comenzó a escribir, animado por lo que él le dijo aquella noche en el karaoke. Se dio cuenta de que sí tenía muchas cosas que contar, y por qué no intentar plasmarlas en canciones. De momento, empezó escribiendo todo lo que le venía a la cabeza: ideas sueltas, palabras, frases, a veces textos más largos, de vez en cuando componía alguna rima.
Escribió sobre lo que sintió aquel fin de semana en Getxo: la noche en el karaoke, el surf, el momento en las duchas de la playa, las ganas, la tensión, la confusión, el cine, el beso en el banco del paseo, la despedida en la estación a la mañana siguiente, ese abrazo que ninguno de los dos quería que acabase, la pulsera de notas musicales que le regaló Martin y que no se había quitado desde entonces.
Se lo contó todo a su amiga Elisa, que se mostró muy ilusionada y enseguida quiso que le enseñara las fotos que se habían hecho. Una foto de Martin cantando La Bohème, otra que les hizo su padre a los dos con las tablas de surf y los neoprenos, un selfie con los pinchos, varias que le hizo Martin en algunos rincones del casco viejo y el selfie de despedida en la estación. No es que fueran muchas, pero las miraba cada día una y otra vez como si fueran un tesoro. Se puso de fondo de pantalla la de las tablas de surf. Estuvo a punto de ponerse la de Martin en el karaoke, pero pensó que a la gente podía parecerle raro.
Con el ánimo subido, decidió moverse y llamar a algunos contactos para ver si conseguía algún bolo. Casualmente, en un club en el que solían poner música en directo buscaban a alguien para dentro de dos semanas. Empezó a preparar el repertorio enseguida, no sin antes darle la noticia a Martin, que se alegró mucho y le dijo que quería ir a verle. Juanjo le avisó de que iba a ser algo pequeño, que no se esperara gran cosa, pero él insistió y se compró los billetes de tren.
Esas dos semanas se le hicieron eternas, solo quería que llegara ya el momento de ir a esperar a Martin a Atocha. Pasó sus ratos libres ensayando en el teatro del colegio mayor y llenando su libreta con pensamientos, garabatos, corazones, bigotes, tablas de surf y olas de mar. Logró cuadrar algunas ideas y escribir un par de estrofas sueltas, pero le faltaba dar con una buena melodía. Tenía la guitarra en Magallón, así que tuvo que esperar al fin de semana para recuperarla. Mientras tanto, grabó algunos audios con el móvil, pero ninguno le convencía.
Una vez tuvo la guitarra, en su habitación del pueblo, comenzó a experimentar con las notas. Grabó unas cuantas ideas que le gustaron, y consiguió cuadrar letra y melodía en las dos estrofas que tenía. Le faltaba dar con un estribillo pegadizo. Se llevó la guitarra de vuelta a Madrid para seguir allí.

Martin también se compró una libreta, contagiado por la incipiente vena creativa de Juanjo. Se la llevaba a todas partes. Muchas veces le venían ideas interesantes a la mente mientras estaba en clase, o le gustaba alguna frase que decía un profesor o algo que analizaban de una película o de una obra, y las apuntaba.
También escribía en el metro, cuando iba y volvía a casa. Observaba a las personas que tenía alrededor y apuntaba palabras que le sugerían, o jugaba a imaginar sus vidas. Sus amigos también le inspiraban mucho, casi todos eran artistas de un modo u otro. Por las tardes, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba delante de la playa y observaba las gaviotas, las olas, los surfistas, la arena o las personas que paseaban por allí, y a veces los dibujaba. Cuando se le ocurría algo interesante, lo apuntaba.
Gran parte de esos pensamientos que capturaba en lo que, en algún momento, trataría de transformar en canciones estaba relacionado con Juanjo. No dejaba de pensar en el fin de semana tan bonito que pasaron juntos. Todo le recordaba a él. Además, se escribían continuamente y se lo contaban todo, y por las noches hablaban por videollamada. Muchas veces no les quedaba ya nada por contar, pero les daba lo mismo, solo necesitaban verse un rato.
También se enviaban enlaces con la música que escuchaban: sus canciones favoritas de siempre, pero también las que descubrían nuevas. Así, ambos fueron nutriéndose de estilos muy diferentes, y escuchando canciones en las que, de otro modo, no hubieran llegado a reparar. Eso les inspiraba y les proveía de material propicio para la reflexión. Ideas y conceptos que, poco a poco, iban concretándose en palabras, luego en frases y, con suerte, en versos y estrofas.
Martin también tocaba la guitarra, otra de las cosas que tenían en común. Había aprendido de niño, en el conservatorio. No era un virtuoso, pero sabía lo suficiente como para juntar notas y crear melodías. Como Juanjo, también experimentó y grabó unas cuantas ideas. Ambos se enviaron sus respectivas grabaciones y quedaron en que, cuando fuera a Madrid, se ayudarían a terminar alguna. Se propusieron acabar el fin de semana con una canción cada uno.
A dos días de ir, Martin reparó en el tema del hotel, todavía no había reservado nada. Le pidió a Juanjo que le recomendara uno barato cerca de su colegio, pero él le dijo que se olvidara, que se quedaría a dormir en su habitación. A Martin se le iluminó la cara al leerlo. «¿Pero tienes dos camas?», le preguntó. Juanjo tardó un rato en responder, a pesar de que estaba en línea y lo había leído. Al final, escribió: «No. Solo una y es de noventa». Martin se mordió el labio inferior y le contestó con una sola palabra: «Mejor».

Qué sería de mí (Juantin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora