Capitulo 4

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Juanjo llegó un poco antes al bar y esperó a Martin tomando una cerveza. Seguía confundido por lo que había pasado en las duchas de la playa. Había sido un momento… raro. Eso no era un tipo de momento propio de dos amigos, ¿no? ¿O acaso era solo cosa suya, que le estaba dando demasiada importancia a una tontería?
Lo que más confundido le tenía era que, en el fondo, deseaba que no hubiera sido algo propio de dos amigos. Cuando Martin le agarró del brazo y tiró hacia él, Juanjo sintió un impulso casi irrefrenable de besarle. Pero se contuvo.
¿Por qué? No tenía claro el motivo. ¿Era por miedo al rechazo? ¿Porque no tenía del todo claras las intenciones de Martin? ¿Porque él mismo no tenía claras las suyas? ¿Por prejuicios estúpidos? Puede que por un poco de todo a la vez.
Lo único que tenía claro era que le apetecía pasar más tiempo con Martin, que le encantaba su compañía fuera del modo que fuese, así que se centró en disfrutar de ella. Todavía tenían fin de semana por delante. Pensó en decirle que se trajera a sus amigos y se los presentara, tal vez habría sido lo lógico. Pero algo dentro de él le hizo evitar ese tema para así estar los dos solos. Martin tampoco había mencionado nada al respecto, lo cual podía significar que a él también le apetecía que estuvieran los dos a su aire.
—¡Al maño se le ha puesto cara de surfero! —exclamó Martin, que acababa de llegar, al tiempo que le chocaba la mano.
Martin pidió un refresco para él y unos cuantos pinchos para compartir. La terraza tenía vistas al mar, así que se deleitaron contemplando el vaivén de las olas, sintiendo cómo sus músculos, tensos después de las dos horas de surf, se relajaban. Juanjo pensó que eso era justo lo que Martin le hacía sentir. Era una ola de mar cuando acaricia la arena ardiente con suavidad. Era calma.
Brindaron por la playa, por el sol de diciembre y por el surf.
—Y por nosotros —añadió Martin.
Se terminaron los pinchos y fueron a probar otros que le gustaban a Martin a otro bar. Juanjo estaba feliz haciendo lo que más le gustaba en el mundo, que era comer. Cada pincho que sacaban le parecía mejor.
—Esto está buenísimo, Martin —decía sin parar, acompañando cada bocado con alguna onomatopeya y con gestos de placer.
Vio que a Martin le hacía gracia, y esperó no estar siendo demasiado intenso. A veces podía pecar de ello.
—¿Piensas que soy un personaje? —le preguntó.
—Lo eres. Y me encanta.
Juanjo hizo muecas exageradas para disimular su verdadera reacción ante ese comentario.
Después de comer, se tomaron unos helados y descansaron un rato mientras hacían la digestión tumbados en la playa. Una vez hubieron recargado las pilas, cogieron el metro hacia el centro de Bilbao, para dar un paseo por las calles del casco viejo. Pasaron la tarde charlando mientras recorrían los lugares más emblemáticos de la ciudad y entraban a alguna tienda.
Cuando se hizo de noche, Martin le llevó a probar un buen marmitako en un restaurante donde había reservado mesa. De nuevo, el paladar de Juanjo se recreó con los deliciosos sabores de la cocina vasca. El fin de semana estaba superando sus expectativas con creces. Cuando terminaron, Martin le preguntó qué le apetecía hacer.
—No sé… —le apetecía un plan tranquilo, por seguir con la atmósfera de relajación que tan bien le estaba viniendo, pero le daba un poco de miedo proponer lo que tenía en la cabeza, por si Martin lo veía raro— Bueno… Estrenan una peli en el cine que tenía ganas de ver. Pero no sé si a ti te apetecerá…
—¡Vale! —respondió Martin, visiblemente entusiasmado— ¡Me encanta ir al cine, y me apetece un montón ese plan!
Juanjo respiró aliviado. Pidieron la cuenta, pagaron y se dirigieron hacia el cine. Por suerte, todavía quedaban entradas para la película que había propuesto.

Martin no podía creer que estuviera a punto de entrar al cine con ese chico que tan loco le volvía, más a cada minuto que pasaba. Aquello se parecía cada vez más a una cita. Y encima, había sido Juanjo el que había propuesto el plan. Eso tenía que significar algo, ¿no? ¿Intentaba mandarle señales? Había veces en que lo veía muy claro y otras, sin embargo, en las que le hacía dudar. La misma historia desde que se conocieron.
Una vez dentro, Martin decidió asumir el riesgo de parecer demasiado atrevido y le preguntó si quería compartir un bote de palomitas, a lo que recibió una respuesta afirmativa. Se sentaron y comenzó la película.
Varias veces se rozaron sus manos al coincidir dentro del bote de palomitas, y Martin sintió un fuerte hormigueo en el estómago cada vez. En una de esas ocasiones, le pareció que Juanjo alargaba ese roce casual de manera deliberada, que mantenía la mano dentro más tiempo del necesario. Le miró, buscando algún gesto en su cara que le delatara, pero Juanjo estaba atento a la película.
Varias veces acercaron sus caras para comentar algo de la trama, y Martin aprovechó cada ocasión para forzar que sus mejillas se tocaran. La primera vez, Juanjo rehuyó el contacto retirándose con brusquedad, pero Martin decidió no cejar en su empeño y seguir con el pico y la pala, ya que su intuición le decía que acabaría dando resultado. Señales, había. O eso quería creer.
Cuando acabó la película, cogieron el metro de vuelta a Getxo.
—Todavía no tengo sueño —dijo Martin—, ¿y si vamos un rato al paseo? Está muy bonito por la noche.
Juanjo asintió. Caminaron hasta llegar al muro del final y se sentaron en el banco que había allí, cara al mar. Se quedaron un rato callados, disfrutando del silencio. Habían hablado tanto, que parecía que ya no les quedara nada por contarse.
Martin se levantó y apoyó una pierna sobre el muro que separaba el paseo de la playa, reflexivo.
—¿En qué piensas? —le preguntó Juanjo.
—En nada —Martin hizo una larga pausa mientras intentaba serenarse antes de lo que estaba a punto de hacer. Miró fijamente las olas del mar, que iban y venían—. Y en todo.

Juanjo se sentía muy a gusto en ese banco mirando al mar… Y a Martin. Aprovechó que estaba de espaldas para mirarle sin presión. Le encantaba todo de él. Miró su abundante mata de pelo, siempre alborotada en un perfecto y estudiado desorden. Miró sus pantalones caídos, varias tallas más grandes de lo que deberían, que dejaban asomar un buen trozo de calzoncillo.
De repente, Martin se giró y le sorprendió sentándose a horcajadas sobre sus rodillas. Le rodeó el cuello con las manos y le acarició la nuca pelada. A Juanjo se le erizó la piel de todo el cuerpo. Se miraron a los ojos durante lo que pareció una eternidad y, después, Martin acercó su cabeza. Pero Juanjo le sujetó la cara con las dos manos y lo detuvo. Se le quedó mirando. El corazón le latía tan rápido que parecía que se le fuera a salir del pecho. Nunca había besado a un chico, pero se moría de ganas por probar esos labios tan carnosos y definidos que tenía delante. Finalmente, el deseo fue más fuerte que él y se dejó llevar.
Se besaron como nunca había besado.
Y sintió como nunca había sentido.

Qué sería de mí (Juantin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora