5 Intruso (Continuación)

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—¿A qué se refiere? —preguntó el conde tragando en seco mientras daba un par de pasos hacia atrás con cautela.

—Su riqueza actual no cumple con el monto total de la deuda, se queda muy por debajo de lo requerido —dijo de manera casual, mientras una sonrisa macabra surcaba sus labios— debo obtener una compensación adecuada si no tiene con que pagarme. Su último aliento no sería suficiente para complacerme, pero al menos mi honor se mantendría intacto. No podría mirar a la cara a la emperatriz si volviera con las manos vacías. Sería una ofensa demasiado grande ¿No cree? —añadió con marcada ironía

—¿No podríamos llegar a un arreglo? —intervino el conde desesperado entendiendo el peligroso tono en la voz del duque, su vida estaba en riesgo. En Lagda se tomaba muy en serio el pago de las deudas, el no hacerlo era considerado un crimen que podría conllevar la pena capital. Tenía que hacer todo lo posible para ganar tiempo, usar cualquier cosa que mantuviera su cabeza firmemente unida con su cuello. Se estrujó el cerebro buscando excusas, cualquier justificación estaría bien— Estoy en medio de... de un negocio que puede saldar la deuda en su totalidad —balbuceó tratando de convencer al duque, que se mantenía sonriendo con frialdad como si estuviera disfrutando su esfuerzo por salir de la complicada situación. Hasta podría decirse que se divertía con tan lamentable espectáculo— incluso fui invitado al palacio mañana, solo necesito un poco de tiempo...

—He tenido bastante paciencia con esta deuda —lo interrumpió con voz severa sin que la cruel sonrisa abandonara sus labios— Incluso la emperatriz está furiosa por semejante ofensa hacia alguien de su familia, así que esta deuda será pagada hoy.

—Si hace eso nos quedaremos sin nada —casi susurró el conde mientras su voz temblaba sin que pudiese evitarlo. En su cara se podía asomaba el terror de ver como su vida y sus planes se desmoronaban ante sus ojos. Su desesperación parecía encender una llama de maldad en la mirada de duque de Sheran. Este sonreía de manera terrible, disfrutando verlo hundiéndose en el miedo, en el terror de ver como era despojado de su estilo de vida y como sería humillado públicamente.

—Sin embargo —dijo el duque actuando pensativo mientras ponía un dedo en su sien, como si de repente se le ocurriera algo— quizás si usted tuviera algo más raro y valioso que ofrecerme. Una cosa que tuviera más valor que sus propiedades y su fortuna—el tono desalmado de su voz le provocó escalofríos al conde— Quizás una gema rara que ha sido pulida de manera perfecta para brillar incluso en la oscuridad —añadió de forma casual como si le restara importancia a sus propias palabras— tal vez su deuda podría ser perdonada si me ofreciera algo semejante —finalizó dejando una atroz expectativa en el aire.

—No creo que posea algo como eso —murmuro el conde derrotado bajando la cabeza mientras sus hombros temblaban levemente, su aspecto mostraba como si este fuera el fin del mundo y estuviera a un paso de un oscuro abismo.

—Verá, un pajarito me dijo que usted posee una joya muy valiosa —dijo mientras miraba fijamente al conde— posiblemente la más valiosa de su país. Solamente digna de un rey y esta noche tuve el placer de verla en persona —añadió con una fría calma que contrastaba con el tono juguetón de su voz

El conde abrió los ojos de inmediato como si la solución a sus problemas hubiera llegado de repente de manera inesperada, oculta bajo sus narices. Iba a perder la oportunidad de estar relacionado con la realeza, pero no le quedaba más remedio que hacer un sacrificio si quería sobrevivir y salir lo más ileso posible de una deuda impagable. Soltó un suspiro de alivio mientras el color comenzaba a regresar lentamente a su rostro.

—Si lo que quería era casarse con mi hija para saldar la deuda solo tenía que decirlo, yo...

El duque de Sheran soltó una sonora y terrible carcajada, interrumpiéndolo, burlándose de manera abierta.

—Nunca hable acerca de casarme —dijo el duque de Sheran mientras negaba con la cabeza

—¿A qué se refiere? —pregunto el conde sin entender

—Quiero a su hija como pago de la deuda en su totalidad. Pero no será mi esposa, será mi esclava —esto último lo dijo con mucha suavidad, haciendo énfasis en cada palabra, disfrutando del efecto que provocaba en el conde. La lucha interna que estaba sucediendo en su mente estaba reflejada de manera clara en su rostro y en su respiración, que se agitó de improvisto.

—Eso...

—En mi país se admite y usa la esclavitud abiertamente —lo interrumpió el duque de forma cortante— No somos hipócritas, al menos hacemos las cosas de frente —su voz se puso muy seria de repente— En el imperio de Lagda los padres no ofrecen en matrimonio a sus hijas a hombres que no conocen, como objetos o vulgares prostitutas a cambio de incrementar sus riquezas.

El conde apretó el papel en su mano con fuerza, estaba siendo humillado de manera brutal. Pero al mismo tiempo aún tenía una solución para resolver este enorme problema. Al final solo cambiaria un poco su destino, la entregaría a un hombre diferente. No se iba a casar, pero este hombre era un duque, así que su vida iría bien. Al final ella cumpliría con su propósito de una manera o de otra. No lo haría ascender en sociedad, pero le evitaría una estrepitosa caída.

Su mente seguía justificando la decisión que estaba a punto de tomar. Solo debía bajar la cabeza ante este hombre y ceder a sus demandas. Después todo estaría bien.

—Decídase rápido, mi oferta tiene tiempo límite y creo que usted no está en la posición de hacerme perder mi tiempo cuando estoy mostrando tanta clemencia

—Está bien —aceptó derrotado el conde

—Entonces solo firme aquí —dijo el duque mientras con un gesto de su mano hacía aparecer un círculo mágico del que emergió un documento y una pluma dorada

—¿Qué es? —pregunto el conde con recelo. No era la primera vez que veía a alguien usar magia, pero esto no era algo muy común en Ghewell. Después de lo que acababa de vivir, cualquier cosa proveniente de este duque sería muy sospechosa.

—¿Acaso no es obvio? —preguntó el duque como si fuera evidente— Es el contrato de esclavitud de su hija. Aquí usted cede todo derecho sobre ella a cambio de ser liberado de la deuda —dijo el conde con total naturalidad— En mi país todos dueños tienen la propiedad de sus pertenencias y deben tener una constancia de que el dueño anterior, en este caso usted, me la entrega de manera voluntaria —añadió con frialdad, como si en vez de una persona estuviese obteniendo una cosa sin voluntad propia, sin vida.

El conde se estremeció por un instante. En ese país los esclavos no eran considerados personas, eran objetos, su vida valía menos que un jarrón. Eran cosas, que no tenían permitido sentir, solo ser usados por sus dueños, a su antojo. Su mano se acercó lentamente al papel, temblaba levemente. Estampo su firma y soltó la pluma de inmediato, como si se tratara de una espada ensangrentada con la que había segado la vida de alguien. Inmediatamente, el duque, tomo el pagaré y lo rompió en pedazos frente a su cara.

—No fue tan complicado después de todo, ¿No es cierto? —dijo el duque de forma casual— Llámela, se va conmigo esta noche —añadió con voz autoritaria

—¿No es muy pronto? —pregunto el conde con voz temblorosa— Es de madrugada. Quizás maña... —se detuvo de repente fulminado por la mirada asesina del duque, que no admitía replicas ni protestas.

—A partir de este momento ella me pertenece y hago con mi propiedad lo que quiero —afirmó de manera cortante— Que no empaque nada, a donde vamos no lo necesitara...


Grilletes de sedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora