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La brisa noctura golpeaba las mejillas de Alastor mientras meditaba nuevamente sobre los deseos de su hija. Emily realmente era como él, había heredado su terquedad y orgullo. Tendrá que corregir eso tarde o temprano si quería llegar a los ochenta años.

Como ya era habitual y como Rosie le había advertido, su pequeña saltó sobre él en un aluvión de palabras sobre cómo fue rescatada tras perderse en el mercado por un Omega rubio con aroma a manzanas acarameladas y a quien ahora proclamaba como su nueva madre. Estaba sin palabras y algo apenado del pobre chico que seguramente fue atormentado por esta cría de lobo disfrazada de oveja por vaya a saber cuánto tiempo hasta que Rosie apareció.

Tampoco recordaba haber visto nunca a un Omega con esas características por el lugar, así que supuso que no era más que un turista extranjero o alguien recién llegado al pueblo.

"Vaya bienvenida".

No estaba seguro de qué hacer, pero esperaba poder agradecer a aquel chico por su paciencia y disculparse en nombre de su hija por hacerle pasar un momento tan incómodo. Si era un nuevo vecino, lo más probable es que haya comprado alguna de las caballas viejas a las afueras del pantano donde suele cazar, no es mala idea darse una vuelta y matar dos pájaros de un tiro.

Necesitaba desahogarse y descargar algo de toda esa energía acumulada.

Aprovechando que Emily estaba ya dormida y arropada en su cama; tomó su revolver, una escopeta y salió por la puerta tracera que daba a la entrada del bosque, donde el pantano era menos denso y no había animales ni personas lo suficientemente valientes como para entrar a estas horas.

No iba a admitir que sentía mucha curiosidad por el misterioso Omega con el que la niña soñaba convertir en su madre, pero era intrigante ya que la pequeña nunca fue tan apegada a alguien que acababa de conocer. Aunque no lo pareciera, Emily era muy tímida ante los extraños y a veces no dejaba de esconderse de ellos hasta conocerlos por al menos unas semanas. Igual que cuando conoció a Angel y Husker.

Estaba ciertamente emocionado, aunque no sabía el por qué, pero la cacería se esa noche se sentía mucho más prometedora que las anteriores.

¿Quién hubiera pensado que lo que encontraría era un ángel caído del cielo escondido en una destartalada choza de madera?

Lo veía bailar al son del Blues desde las ventanas rotas mientras se escondía perfectamente camuflado entre los árboles del pantanal; lo vio cantar y frustrarse cuando sus pequeños y adorables brazos no lograban alcanzar los estantes altos al preparar la cena. Lo escuchó cantar e incluso dibujar.

Sin darse cuenta encontró un pasatiempo mucho más gratificante que la cacería habitual; observar a este Omega que, tal y como su hija había dicho, olía a manzanas dulces y maduras. Un aroma tan sutil y natural que hacían sentir cómodos a quienes estuvieran cerca. Y un pensamiento se fue instalando en lo profundo de la mente de Alastor con el pasar de las noches.

"Este pequeño debía ser suyo".

[ . . . ]

Subir a reparar las tablas rotas del techo a altas horas de la noche ya no se veían como una buena idea para combatir el insomnio. Desde que se encontró con aquella niña en el centro, no dejaba de pensar en todo lo que había dicho y estaba inquieto. Tenía una premonición, algo iba a pasar, pero no era capaz de decir si ese algo era bueno a malo y eso lo ponía cada vez más nervioso y delirante.

Desde hace unos días sentía que algo entre las sombras lo observaba, pero cada vez que se volteaba para ver, la sensación desaparecía. Comenzaba a creer que algo fuera de su ventana se azomaba cada tantos días, pero por más que buscara no lograba dar con nada ni nadie más que árboles torcidos a su alrededor y las noticias sobre asesinos seriales sueltos por el lugar no ayudaban a su paranoia.

"Una madre para mi Bebé"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora