sparks fly - juantin

capítulo 5: make the friendship bracelets

"a veces el amor simplemente es la risa que provocas en tu mejor amiga
a veces el amor es veros crecer poco a poco
a veces el amor son las lágrimas derramadas, las promesas con el meñique y los abrazos hasta quedarnos dormidos"

¿Sabíais que una persona no puede llorar más de 12 minutos seguidos? Esto es debido a que supone un gran esfuerzo para el cuerpo, se queman demasiadas calorías y se pierden demasiadas sales minerales. El cuerpo necesita recuperarse. Martin siempre sintió que se quedaba vacío. Vacío de emociones y a la vez lleno de ellas.

Su familia siempre le había recriminado ser una persona demasiado emocional, sobre todo su entorno más cercano. Pero el no podía evitarlo. A veces la vida era demasiado, a veces sentía demasiado. Pero, ¿era realmente demasiado?

Las mañanas tranquilas siempre eran gratamente recibidas por el vasco. Era miércoles, su padre no había parado de llamar y el se había negado a coger el teléfono todas y cada una de las veces que había sonado, poniendo la excusa de que se encontraba en la facultad y quizás ese no fuese el mejor momento para hablar. Pero no podía enfrentarse a su padre aún, no cuando todo acababa de explotar.

La noche anterior había sido toda una odisea de la que prefería no acordarse. Desgraciadamente todo aquello empezó a ser demasiado en el momento en el que en aquella cena se mencionó la palabra "familia". Jamás serían una familia, al menos no la que el quería.

Se había imaginado muchas realidades paralelas desde que se mudó a Madrid. Quizás tantas, que aquellas otras vidas que jamás vivirían habían empezado a romper más y más su corazón ya fragmentado.

Y no podía más, necesito escapar de aquella noche. Hacer como si no hubiese pasado, como todas aquellas vidas inexistentes que se hubo imaginado alguna vez, con la esperanza de que esta realidad también desapareciese.

Su madre acababa de comprometerse.

Quizás para explicar esta historia y un poco su reticencia a dicha unión haya que remontarse un poco al pasado.

No a cuando sus padres se separaron, aunque a eso ya llegaremos en algún momento de esta romántica historia. Sino hasta hace un dos años, cuando Rebeca conoció a Alberto.

Alberto llegó como la calma después de la tormenta. Les había costado mucho conseguir esta estabilidad. Rebeca por fin había encontrado un buen trabajo como funcionaria que les permitió poder mantenerse en su piso de Madrid Sur, a unos cuarenta y cinco minutos de su facultad. Dentro de aquella estabilidad apareció Alberto, director del instituto en el que trabajaba su madre.

Alberto era un señor serio y exigente, pero con ellos siempre mostraba su lado amable y atento. Amaba locamente a su madre, bebía los vientos por ella, y a sus hijos eso le encantaba. Martin acababa de empezar la carrera, por lo que no pasaba mucho tiempo en casa, al menos no tanto como le gustaría.

Se mostró reticente al principio. Aún mantenía el divorcio de sus padres bastante presente, pues aquello sucedió unos meses antes de mudarse a Madrid. Martin siempre pensó que quizás aquello fuese lo que consiguió tan rápido que Rebeca aceptase mudarse a la capital para que el pudiese estudiar. Estaba huyendo del problema. Quería correr y esconderse como una niña asustada.

Martin odio a su padre muchos años, por hacerles correr así, por quitarles su vida en el lugar en el que habían sido tan felices, por conseguir que los recuerdos bonitos se tratasen de solo un espejismo. Aún así sabía que sus padres eran el amor de la vida del otro. Y le dolía en cierto modo que su madre hubiese conseguido pasar página.

Todo parecía ir bien, Martin había aceptado cada vez más la nueva relación de su madre, sabía que Alberto le hacía bien, le hacía feliz y libre. Aún así nunca pudo compararse con el amor que vio siempre en los ojos de su madre cuando miraba a su padre, no podía compararse a como se reía con sus chistes, a como se sumaba a todas sus locas aventuras, a como se habían prometido amor eterno todos y cada uno de los días que estuvieron juntos.