Capítulo 8

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Se quedó completamente helada mientras observaba los ojos cafés de Nicholas que estaba casi tan sorprendido como Kath. La vista del chico se desvió de ella incómodamente por la escena que estaba presenciando. Sus labios se abrían para empezar a hablar, pero la joven le tapó rápidamente la boca con su mano.

—Por favor no digas nada —le suplicó con su voz normal, sin necesidad de forzarla como lo había estado haciendo los últimos días—. Puedo explicarlo. —Intento justificarse, a pesar de que ella sabía que cualquier explicación que diera no se molestarían en entenderla alguien del ejército.

Esperó un momento a la objeción que pondría Nicholas, pero nunca llegó. De hecho, no dijo absolutamente nada mientras se daba la vuelta.

—Te espero —susurró.

Kathleen se vistió lo más rápido que podía, manteniéndose oculta por si alguien más se acercaba. Finalmente, le indicó que la acompañará a su tienda, siguiendo un camino que le pareció eterno y sin un final próximo. Se dedicó a observar cada uno de los movimientos que Nicholas realizaba mientras su mente analizaba la situación y se le ocurrían mil maneras de escapar en ese momento. Sin embargo, lo único que conseguiría era que la llevarán a la fuerza ante William y probablemente solamente emporaría la situación.

Intentó tomar respiraciones profundas apenas notó como sus pulsaciones comenzaba a subir, retumbando en su pecho.

Cuando llegaron a su tienda, se pararon justo frente al otro y se miraron. La chica intentó descifrar lo que su compañero estaba pensando, pero este únicamente la observaba detenidamente. No podía descifrar la expresión en su rostro.

—Sé que no debería estarte pidiendo esto, pero, por favor, necesito que guardes el secreto —susurró desesperadamente y sin dejar de mirar a su alrededor buscando cualquier indicio de personas ajenas a su conversación y que para nada le convenía que se enterarán de lo que traían entre manos.

—Comprendes que lo que estás haciendo es un suicidio, ¿cierto? —lo dijo más como un regaño que como una amenaza, con esa clase de tono en la voz que alguna vez su padre o su abuela usaban cuando en su niñez cometía alguna estupidez que los decepcionaba. 

—Lo sé. Lo sé desde el momento en que se me ocurrió.

El joven se cruzó de brazos y se puso rígido.

—¿Y bien? ¿Cuál es la razón? 

—En verdad soy hija de Kevlac Ainsworth. Mi nombre no es Kaled sino Kathleen y soy hija única. Mi padre iba a morir, por lo que tuve que decidir entre su vida y la mía. Creo que está claro que decidí. —Tomó una bocanada de aire que enseguida soltó como un gran suspiro—. Te conté de la condición de mi padre. Él no podía pelear y no quería arriesgarme a perderlo. No quería convertirme en huérfana.

Hubo un ligero silencio entre los dos.

—¿No pensaste en la manera en que esto lo destrozaría? ¡Por eso existen reglas Kaled! o como sea que te llames, no importa en este momento. —El joven cerró los ojos y suspiró—. Debes volver a casa.

—¿Y me vas a llevar tu mismo? –—dijo con más confianza de que la realmente sentía, desafiándolo con la mirada—. Si me voy ahora podrían traerlo y nada de esto habría servido. Podrían ponerlo en vergüenza. Él ahora es tan respetado y el que su único hijo huya no lo ayudaría.

—¡Podrías morir! —exclamó, recalcando cada palabra que pronunciaba—. Me queda claro que no pensaste esto tan bien como afirmas.

Ambos se vieron detenidamente a los ojos por segundos, donde lo único que los rodeaba era el sonido de las aves y el cantó de los grillos. La miraba como si fuera un pobre cachorro perdido sin una pata y desnutrido. No había odio, ni siquiera rabia a pesar de que su voz cada vez se elevaba más. Solamente empatía y pena, lo cual la aliviaba de cierta manera, ya que podría significar que no la delataría si le insistía lo suficiente.

Voluntad de dragón #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora