Capítulo 7

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Todos los presentes se emparejaron con alguien que estuviera cerca y mientras que a Nicholas y Day les tocó practicar juntos esa vez, Kathleen se emparejó con un hombre grande que parecía capaz de tumbar incluso al mismo capitán. Durante la práctica, notó que él ya tenía cierta formación en esto; mientras él consiguió derribarla y asestarle unas cuantas veces, ella no pudo darle ninguno. Al final de la lección, terminó adolorida de tantos lugares que no sabía si podía encontrar alguno en el que no sintiera que le pulsará de dolor. Aunque su rival en esa ocasión resultó ser una persona amable y se acercó al final para disculparse por todo lo que la hizo pasar.

Les dieron su tiempo de descansar y su hora de comida, sin embargo, la chica se tomó un momento para ir al río donde mojó un pequeño trapo y con el agua fresca se tocaba aquellas zonas donde le pulsaba con más dolor, probablemente señal de que también se estaba inflamando. Sabía que mañana amanecería llena de moretones y con apenas movilidad suficiente.

Podía escuchar los murmullos de todos desde la orilla del río, pero también escuchaba el dulce correr del agua y el cantar de los pájaros a lo lejos. Observaba ciertos peces que brincaban y salían a la superficie, recibiendo los rayos del sol que iluminaban con toda su potencia. Era un ambiente que le traía un poco de paz entre todo el lío que era su mente y su cuerpo los últimos días.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó una voz un poco ronca y pudo ver la figura de Nicholas acercándose entre los arbustos—. Apenas acabó la lección y saliste corriendo.

—No quiero comer. Me siento algo... mareado —respondió. Por poco decía "mareada" y tuvo que hacer una pequeña pausa para reordenar sus ideas.

El chico sacó una manzana de su bolsillo y se la tendió.

—No sabemos cuál será la siguiente lección que nos darán y necesitas comer algo para tener energía.

La joven le agradeció en voz baja y se dignó a comerse la manzana a mordiscos lentos, mientras los dos juntos contemplaban lo que había más allá del río.

—Tu padre es un soldado famoso, pero tú no sabes pelear. —El tono interrogativo le dio la necesidad de responderle, pero algo dentro le decía que no era una pregunta. Era obvio que no sabía pelear y muchos de sus compañeros lo sabían ya.

—Con todos los problemas de salud que les conté, no pudo continuar con el ejército. Tampoco me dedicó mucho tiempo para entrenarme. 

El recuerdo de su padre traía consigo una sensación extraña en el corazón, como si algo le oprimiera el pecho y le cerraba la garganta. Pero tenía que tranquilizarse, cerrar los ojos y respirar profundo. No podía llorar enfrente de un compañero.

—Estoy seguro que en estos momentos debe estar orgulloso de ti —dijo en un tono suave, como si supiera el conflicto que ocurría dentro de ella e intentará consolarla. Aunque estaba segura que Kevlac podría sentirse de muchas maneras menos orgulloso de tener una hija traidora—. ¿Te puedo confesar algo? —Kathleen asintió levemente con la cabeza—. Tienes algo peculiar que me resulta extraño.

Intentó de todas las maneras ocultar la expresión de su rostro. No podía ser que le habían descubierto tan rápido, solamente había pasado un día y medio en ese campamento.

—¿Sí? Tu igual —respondió intentando desviar un poco el tema—. Dijiste que venías de Maldor, es... actualmente una colonia, ¿cierto? —Nicholas solamente la miró a los ojos.

—Así es, por eso me mudé a otra ciudad lo más lejos posible. Es una mierda, pero son cosas que suceden supongo.

Estaba en la panadería con su padre y su abuela el día que se enteraron que el reino de Engor había tomado la ciudad de Maldor y la había convertido en su propiedad. Era una ciudad que se encontraba en la frontera por lo que no era una sorpresa que fuera de las primeras en sufrir un ataque a manos del enemigo. No podía imaginarse lo que debía de sentirse dejar todo lo que tienes atrás por una estúpida guerra como está.

Voluntad de dragón #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora