Lo que pasa en Brooklyn, en Brooklyn se queda.

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"Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón"

-Gabriel García Márquez


Las puertas del Instituto se abrieron de par en par, dejando entrar a un hombro alto y delgado que llevaba en brazos a Alondra Martínez. El veneno del demonio la había debilitado demasiado, y necesitaba guardar reposo.

Lo que prometía ser una noche gloriosa para los nefilims, terminó siendo una tragedia mortal.

Javier Colín, padre de Yessica, dejó a Alondra recostada en su cama. La dejaron a solas para que pudiera descansar, ni su hermano podría estar con ella mientras descansaba. Germán estaba que le hervía la sangre, sentía impotencia y se culpaba de lo sucedido. Fue al jardín trasero del Instituto y con mucha rabia contenida, les envió un mensaje de fuego a sus padres para decirles lo ocurrido.

Por un momento, todos estaban a salvo de los regaños de Rafael, pero eso no duraría toda una eternidad. Yessica se encontraba con Fernanda al pie de las escaleras, quería respuestas y las quería rápido.

—¡No puedes dejar tu posición simplemente porque sus tratos no son los mejores! ¡Alondra pudo haber muerto! ¿Entiendes lo que significa eso? ¡Significa que Germ..!

—¡Se lo que significa Yessica! —interrumpió Fernanda a su amiga. Se llevó las manos a la cabeza, esperando a que no le diera un dolor de cabeza—. ¡Yo sé muy bien lo que significa eso!

Con ojos cristalinos, y una tristeza envolvedora, Fernanda se fue de ahí, esperando que Alondra se encontrara bien. Nadie se le acercó para nada en ese momento a Fernanda, pero no quitaba que la miraran con rencor.

Al ver que Alondra se sentía mucho mejor, Rafael llamó a todos a su oficina. Todos se encaminaban a regañadientes con el señor Rosales. Ya casi todos estaban en la oficina; sólo faltaban Germán, Yessica y Fernanda en llegar para dar comienzo a la charla con ellos.

Antes de entrar, Fernanda tomó por el hombro a Germán. Le señaló con la cabeza la habitación de al lado. La abrieron y se metieron en ella. Olía a humedad y a la madera ya podrida de los muebles que habían dejado ahí, pero a la vez llegaba un sutil aroma a colonia. Una colonia exquisita.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Germán, malhumorado. Estaba dándole la espalda en lo que recordaba de quién era ese dormitorio tan descuidado— ¿Y bien..? —preguntó al no escuchar ni el más mínimo sonido.

Volteó a verla, estaba con los brazos cruzados, tapándose del frío que hacía a esas horas de la madrugada. La mirada la tenía en los suelos; no se atrevía a verlo a los ojos después de lo sucedido. Se escuchó como tragaba saliva:

—Yo... —empezó por decir con una voz tan quebrada como el cristal de la ventana de la habitación—. Lo lamento tanto. Yo, simplemente...

—¡No te disculpes! No te quiero escuchar, ni quiero verte en estos momentos. ¡Casi pierdo a mi hermana, por ti! —Germán se veía consumido por la ira— ¡Por tu culpa!

—Lo lamento —chilló Fernanda, tapándose la cara—. No era mi intención que tu hermana... ¡Perdón! —unas pequeñas lágrimas bajaban por sus mejillas. Su peor temor se había vuelto realidad: mostraba debilidad ante un compañero.

—¡Sabías que riesgo corríamos al no acatar bien nuestras tareas! ¡LO SABÍAS! ¡Yo sé bien que no es de tu agrado mi hermana, lo sé, pero no era para descuidar la misión!

—Te he dicho —lo miró con las lágrimas corriéndole como dos corrientes de un río— que no era mi intención. Salí corriendo porque pensé que había visto...

Cazadores de Sombras: Ciudad de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora