El cielo sí llora

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"La caza acaba de comenzar"

-Ruelle


La espesura de la sangre de Germán navegaba por la mejilla, y con certeza el calor no le ayudaba en mucho a sentirse mejor. No quería que Alondra lo encontrara en esa situación, no sería capaz de explicarle que era lo que estaba pasando entre Fernanda y él.

No pudo ocultar tanto esa herida, ya que en cuanto entró al cuarto su hermana también lo hizo. Estaba cansado incluso para pedirle a su melliza que no armara un alboroto y que mucho menos le dijera a su madre lo que había pasado.

Para cuando Abril Martínez pisó la alcoba de su hijo la humedad ya era algo que estaba hartando a cada uno de los ciudadanos de México. Ojalá y que con sus responsabilidades vinieran con el don de controlar el clima a su antojo, pero para su desgracia sólo cazaban demonios y deshacían alianzas para derrotar a La Clave. Nada del otro mundo...

—Entonces... ¿Te lastimaste sin querer con el cuchillo serafín? —preguntó su madre, incrédula de lo que escuchaba.

—Sí... Así es —Germán se humedeció los labios y evitó el contacto visual con su madre—. Ya no está en mi poder el que me creas o no. Ya te expliqué que al entrenar no he tenido cuidado.

—Bien, deja te hago una Iratze —habló su hermana. Llevó la estela a la runa de su hermano para que él ya no padeciera más dolor mundano de la cortada en la mejilla.

—¡Nada de Iratzes, Alondra! —ordenó Abril, cruzada de brazos—. Si tu hermano piensa que puede mentir sin tener consecuencias está mal. Así que si veo que ese hermoso rostro ha sido restaurado el castigo será peor para ambos. ¿Entendido?

—Sí madre —contestaron ambos al unísono.

Abril salió del cuarto, dejando a los mellizos completamente solos. Alondra acercó una oreja a la puerta para saber cuándo su madre se había alejado lo suficiente. A ya no escuchar el repicoteo de las zapatillas de su madre, se volteó y miró a su hermano con los ojos entrecerrados.

—¿Qué es lo que en realidad sucedió? —inquirió, tratando de sonsacarle información a Germán.

—No es de tu incumbencia.

Esas palabras fueron la gota que derramó el vaso. La impaciencia e ira de Alondra ya estaban fuera de sus bordes, y eso los había descarrilado aún más. Su fuerte carácter había salido una vez más, después de mucho. Miró a su hermano con odio, pero no era odio puro, sino una mezcla de frustración e impotencia de no poder hacer nada en su caso.

—¿Esto es tu definición de hermandad? —Tragó saliva y con ello pasó su orgullo—. ¿Esto significa para ti un parabatai? Soy más que una hermana, Gertonto... Soy la amiga que has tenido por años y a la que puedes hablarle de todas las cosas que pasan por tu cabeza. ¿Qué no recuerdas que llegábamos a terminar la oración del otro? —Alondra tomó aire para intentar tranquilizarse—. ¿Significo para ti sólo una bolsa más de recuerdos y secretos? Pensé que éramos más que hermanos..., que éramos confidentes.

—Simplemente no estoy de humor cómo para hablar, Alo... —La miró con sensibilidad; de la única manera en la que él podía conseguir siempre lo que quería. Le sonrió de medio lado, esperando a que su hermana tranquilizara el fuego que le hervía por sangre.

—Si lo que pretendes es que te perdone estás demasiado equivocado, hermanito. —Se cruzó de brazos y tensó la mandíbula lo máximo que pudo—. ¡­­­No estoy segura si no me quieres ya en tu vida, o se debe a la estúpida con la que estás saliendo!

Cazadores de Sombras: Ciudad de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora