Mentiras a La Clave

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"Pero los corazones se rompen

Y el Infierno es un lugar que todos conocen"

-Jess Glynne

No tuvieron tiempo de empezar con el interrogatorio en el Instituto, puesto que Aarón estaba seguro de que su hija no hablaría, tal cual como lo hizo la otra vez. Así que mandó un mensaje de fuego a Jia, su vieja y confiable amiga en Idris, haciéndole saber que irían unos días a visitarla y ayudarla a encontrar a Jace Lightwood.

A la mañana siguiente de la cacería, cuando todos aún dormitaban en sus respectivas habitaciones, los Arteaga se alistaban para ir a Alicante y acabar con esto una vez por todas. Fernanda tendría que dar respuestas sí o sí.

Al abrir la puerta, Aarón esperaba que una chiquilla de cabellos rizados y ojos marrones se le abalanzara para saber qué le había traído de su última expedición, pero en ese momento nadie se le abalanzo, ya que su pequeña sobrina no estaba en casa. Ni ella ni nadie.

—Creo que iré a mandar un mensaje de fuego para saber dónde están —dijo Mauricio, refiriéndose a sus padres. Se le notaba desilusionado de no encontrar a su familia.

El sonido de la puerta al cerrarse fue lo único que se escuchó después de que Mauricio se saliera. Aarón se fue a su pequeña oficina al final del corredor, dejando a su hija sola. Ella no había pasado mucho tiempo adentro de la casa, no toleraba la idea de que esa casa, que alguna vez estaba llena de calidez y amor, ahora se encontrara sombría, escasa de luz y llena de lamentaciones y desgracias.

Quería irse, pero a la vez había algo en su interior que la hacía querer quedarse e investigar si el cuarto de sus padres y el que compartía con su hermano seguía intacto. Quería saber si sentiría el heraldo de la muerte corriendo de cuarto en cuarto.

Subió pavorosa por las escaleras, anhelando que su primo llegara y le quitara esa tentación de ir arriba y romper a llorar, pero al poner su mano en el barandal fue como si los recuerdos le llegaran de golpe. Escuchaba a lo lejos —en su mente— los gritos de los nefilims que corrían de un lugar a otro, los chillidos de sus amigos deseando estar en otro lugar menos ahí.

Se recordó bajando esas mismas escaleras, viendo marcas de sangre en forma de manos por la pared, y al final del camino a su madre y a su hermano, muertos. Los charcos de sangre que salían de los moribundos cuerpos eran imágenes que nunca debió ver. No los hubiera recordado por última vez de esa manera.

Corrió arriba, evitando que más recuerdos llegaran a su mente, y se encerró en su cuarto. Se metió en las cobijas y comenzó a llorar una vez más. Para cuando sacó las cabeza de entre las cobijas, se dio cuenta que ya era de noche. Cuando estuvo abajo, se dio cuenta que Mauricio se había quedado dormido en el sillón, así que con una manta lo cubrió para que no pasara frío con ese clima gélido.

Cenaron los tres, una vez que todos habían dejado sus tareas a un lado. Mauricio codeaba a su prima con frecuencia, al verla jugar con los vegetales en el plato y no engullir nada. Aarón sabía que su hija no era fuerte en esos momentos, que necesitaba esa figura materna y ese amor sobreprotector que sólo un hermano mayor podría darle. Se paró del asiento, dejando inconclusa su cena.

—No se muevan de aquí —les ordenó a ambos jóvenes.

Fer, aun con la mirada baja, asintió con la cabeza. Dejó de juguetear con los vegetales del plato y se cruzó de brazos. Estaba temblando. Recargó los codos en la mesa, y recordó las veces en que su madre la regañaba por ese acto mal educado que le encantaba hacer.

Cazadores de Sombras: Ciudad de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora