Parte 3

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     Aquella noche evité, cuanto pude, el contacto visual con mi pareja, pues no podía mirarlo sin que, el terror, dominara mis nervios, más tarde, cuando me acosté a su lado él, mientras me acariciaba y besaba, pedía perdón por el maltrato, se llamaba necio y lloraba, prometiendo que no volvería a hacerlo. Le creí y, nuevamente, me sometí, dejándome amar por el hombre que era capaz de hacerme ver el cielo y el infierno con sus acciones.

     Los próximos días fueron especiales, pues se mostraba amoroso, como en los primeros años de la relación. Llegué a pensar que cumpliría su promesa y que ese comportamiento violento quedaría sepultado en el pasado. ¡Cuánta equivocación! Más tarde comprendería que, el arrepentimiento y esa reconciliación eran, también, características peculiares de un hombre violento. Solo alguien, perdido en su egoísmo y brutalidad, es capaz de manipular las diferentes situaciones a su antojo. La víctima, bloqueada mentalmente, acepta las demostraciones de cariño que, después del maltrato, le profesa su verdugo, aferrándose a sus promesas como la tabla de salvación que impide el naufragio de su relación. Hoy me recrimino el no poder percibir lo obvio. Un ser como él, sin ayuda, jamás podría desterrar de su vida la intolerancia,  el abuso y los golpes.

     Tres semanas más tarde Gustavo llegó, a la casa, muy animado. Nos habían invitado a pasar un fin de semana en una playa.
      __ Mi amor, nosotros no salimos, la niña necesita divertirse – dijo sonriendo _ por eso acepté.
      __ Sí, a Isaura le va a gustar – comenté contagiada también con su alegría.

     Efectivamente, mi princesa, al ver la playa, saltaba de gozo, jugueteaba en la arena y nos besaba, con frecuencia, en señal de agradecimiento.

     Más tarde, se incorporaron, al paseo, nuestros anfitriones. Era un matrimonio joven, pero sin hijos, ambos compañeros de trabajo de Gustavo. Desde el primer momento congeniamos. Isaura parecía muy a gusto en su presencia y ellos quedaron maravillados con sus largas conversaciones.

     Son buenas personas, pensé en silencio. Me gustaba la manera, un poco jocosa, con que se trataban y admiraba la forma en la que ella, aún al lado de su pareja, hablaba desenfadadamente, de las personas que se encontraban a nuestro alrededor.

     Gustavo me contemplaba queriendo disimular la incomodidad que sentía con aquella conversación, un poco íntima, que sostenía con Mara. Ella reía al recordar algún episodio de sus viajes. Estaba tan absorba escuchando que  no percibí  las señas que me hacía mi esposo , visiblemente molesto, desde el lugar que, minutos antes, había escogido para vigilarme.
     __ ¿Qué pasa, Claudia, ¿ahora quieres dejarme en ridículo? – me preguntó en un tono bajo, mientras apretaba con fuerza  mi brazo derecho.

     Realicé un movimiento de dolor que fue advertido por Mara y eso encolerizó más a mi verdugo.
     __ No seas estúpida, yo hago lo que quiero – y mirándola, a ella, agregó – y ni ella ni nadie puede meterse en eso. Quiero que inventes una excusa y, ahora mismo, te dirijas para la habitación. Allí vamos a hablar.
      Nunca supe qué  había desencadenado  su  rabia e impotencia. No pude preguntarle aunque, en el fondo,  sabía que nada justificaba semejante conducta.

Mi VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora