Capitulo 13

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RECUERDOS.




Entré en la sacristía y salí con un pequeño rectángulo de tela blanca, un purificador. Normalmente se utilizaba para limpiar el cáliz de comunión después de cada sorbo de vino.

Esta noche, lo usé para limpiar a Poppy.

Se podría pensar que tener sexo en mi altar, con las cosas sagradas normalmente destinadas a rituales de primer orden, significaba que no tomaba mi fe en serio, que me deslicé del pecado pasando directamente al sacrilegio, pero esa no era la verdad. O no era toda la verdad, por lo menos.
No podía explicarlo, pero era como que de alguna manera todo era santo, el altar y las reliquias dentro, y nosotros en la parte superior de la misma.
Sabía que fuera de este momento sentiría culpa. Habría consecuencias. Estaría la memoria de Lizzy y todas las cosas por las que quise luchar.

Pero en este momento, con el olor de Poppy en mi piel, con su sabor en mis labios, solo sentí la conexión, el amor y la promesa de algo vivo y
colorido.

Después de terminar su limpieza, la envolví en el mantel del altar y la llevé hasta el borde de la escalera, donde me senté. La acuné en mis brazos,
rozando mis labios contra su cabello y los párpados, murmurando las palabras que pensé que debía escuchar: lo hermosa que era, lo impresionante, y perfecta.

Quería decir que lo sentía, aunque mi mente y alma aún giraban en la maravilla de todo, así que no me sentía seguro de si sentía haber perdido el control, o si sentía que habíamos tenido relaciones sexuales.

Excepto que no lo hacía. Porque más que el sexo transformador que acabábamos de tener, este momento valía la pena pecar. Este momento
donde ella se acurrucaba en mis brazos, su cabeza en mi pecho, respirando con satisfacción en mi contra. Cuando el mantel del altar la cubría a lo largo, cubriéndola estrechamente, pero pedazos de piel pálida seguían mostrandose.

Deslizó sus dedos por mi pecho, descansándolos en mi clavícula, y me abrazó, como si se pudiera presionar directamente a través de mi piel y en mi alma.

—Rompiste tu promesa —dijo finalmente.

La miré; lucia tan soñolienta como triste. Apreté los labios contra su frente.

—Lo sé —contesté finalmente—, lo sé.

—¿Qué pasa ahora?

—¿Qué es lo que quieres que ocurra?

Parpadeó hacia mí. —Quiero follarte otra vez.

Reí.

—Como ahora?

—Sí, como ahora.

Se retorció en mis brazos hasta que se encontraba a horcajadas sobre mis piernas, y solo tomó uno de sus profundos besos para hacerme estar duro otra vez. La levanté y la guie en mí, gimiendo en voz baja en su cuello mientras se sentaba de nuevo.

El calor y la humedad. Su culo contra mis muslos. Sus tetas tan cerca de mi boca.

—¿Qué quieres que pase después, Tyler? —preguntó, y no podía creer que me preguntaba esto ahora, mientras me montaba, pero mientras
trataba de responder, me di cuenta de por qué. Ella no quería que estuviera alerta, quería que fuera honesto y crudo y de esta manera, no podría ser de
otra manera.

—No quiero que paremos —admití. Rodó sus caderas hacia atrás y hacia delante sobre mí, y me hizo presionar mi cara en su pecho y luego,
sintiendo edificarse mi clímax demasiado rápido, demasiado rápido—. Me siento como si...

Pero no podía decirlo. Ni siquiera ahora, cuando me tenía completamente a su merced. Es simplemente demasiado pronto y era ridículo.

A los sacerdotes no se les permitía enamorarse.
No se me permitía enamorarme.

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