Capítulo 1: El Cazador y la Tentación

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Las calles de la ciudad estaban envueltas en un silencio casi sepulcral mientras la noche caía como un manto oscuro. Kayn avanzaba por los estrechos callejones, su figura apenas perceptible bajo la tenue luz de la luna. Había algo en la quietud de la noche que siempre despertaba sus instintos más primitivos. Pero esta vez, una presencia interrumpió su contemplación.

—Rhaast, ¿lo sientes? —preguntó en voz baja, aunque sabía que no era necesario.

—No son muy sutiles, Kayn. Son tan obvios que casi es insultante —respondió Rhaast, su tono cargado de desdén.

—Creo que es hora de darles una lección —dijo Kayn, mientras una sonrisa torcida se formaba en sus labios.

—Hazlo. Desgarra sus almas.

Sin vacilar, Kayn se movió con la rapidez y letalidad de una sombra. Los guardias no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que sus vidas fueran apagadas por la hoja de Kayn. Sin embargo, el sonido de una alarma resonó, alertando a la ciudad. Sin más opciones, Kayn se internó en el bosque cercano, desapareciendo entre los árboles.

Una vez a salvo entre la espesura, se detuvo para recuperar el aliento.

—No esperaba que esos inútiles tuvieran alarmas tan eficaces... —gruñó, disgustado.

—Este ha sido un día pobre en muertes. Deberíamos haberles dado una lección más duradera —resopló Rhaast, su frustración era palpable.

—Lo sé... —Kayn apretó los dientes—. Me irrita tanto que esos simples guardias nos hayan retrasado.

—Dejemos ese asunto atrás. El frío es real, y necesitarás un refugio. ¿O acaso el gran Kayn piensa desafiar al otoño con tan poca ropa? —bromeó Rhaast, con un tono sardónico.

Kayn se frotó los brazos, consciente por primera vez del frío que lo envolvía.

—Hay una cabaña abandonada cerca de aquí. Será suficiente por esta noche.

—¿Hay luz en ese lugar?

—No la necesitamos.

—Tú la necesitas, aunque no lo admitas.

Kayn soltó un suspiro irritado.

—¿Desde cuándo te preocupas tanto por mi bienestar, Rhaast?

—No lo hago. Solo te mantengo vivo para cuando sea el momento de reclamar lo que es mío —replicó Rhaast, su tono más frío que el viento nocturno.

Kayn ignoró el comentario y se dirigió hacia la cabaña. Al llegar, empujó la puerta de madera que crujió bajo su peso. El interior estaba oscuro, pero era suficiente.

—¿Dos camas? —murmuró Kayn, extrañado—. Recuerdo que aquí vivía un viejo solitario que hablaba con los árboles. Nunca mencionó a un compañero.

—Eso no tiene importancia ahora. Descansa, y mañana seguiremos cazando —ordenó Rhaast.

Kayn dejó escapar una risa seca.

—Sí, "mamá" —dijo con sarcasmo, mientras se dejaba caer sobre una de las camas.

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*A la mañana siguiente...*

El amanecer apenas había asomado cuando Rhaast interrumpió el sueño de Kayn.

—Levántate. Hay almas que reclamar.

—Solo cinco minutos más... —protestó Kayn, en un murmullo somnoliento.

—Despierta ahora, o lo haré yo —rugió Rhaast, su tono cargado de amenaza.

Kayn se levantó de mala gana y salió de la cabaña. El frío matutino aún estaba presente, pero su mente estaba centrada en la caza.

—Seguiremos ese sendero —indicó Kayn, señalando un camino cubierto de hojas anaranjadas.

—Ese camino nos llevará a territorio Vastaya. ¿No fueron una pareja de Vastaya los que destruyeron el templo de Zed? —recordó Rhaast, su voz destilando veneno.

—Precisamente por eso quiero empezar por ahí —dijo Kayn, sus ojos destellando con una mezcla de odio y propósito.

El dúo avanzó por el sendero, los árboles a su alrededor perdiendo sus hojas como si se desangraran en tonos naranjas y rojos. A lo lejos, una figura en el suelo llamó su atención.

—Primera presa —murmuró Rhaast, anticipando la matanza.

Kayn asintió, una sonrisa maliciosa curvándose en sus labios.

Al acercarse, vieron que era un Vastaya gravemente herido. Su pelaje, antaño brillante, estaba ahora sucio y rasgado, cubierto de sangre. La cola parecía rota, y su rostro estaba marcado por profundas heridas.

—Termina con él —demandó Rhaast, impaciente.

Kayn se inclinó para observar más de cerca, notando que el Vastaya respiraba con dificultad.

—Espera... —murmuró Kayn, su mano titubeando sobre su guadaña—. Podría estar ya en las últimas.

Rhaast sintió la vacilación y la aprovechó, instando a Kayn a actuar.

—¡No es momento de dudas, Kayn! Haz lo que debes. Una muerte más para acercarnos a nuestro destino.

El Vastaya abrió los ojos con dificultad, susurrando con voz entrecortada:

—P-por favor... Ayuda...

Kayn sintió un tirón en su interior, una mezcla de compasión que raramente experimentaba y un recuerdo lejano de sus días como un simple acólito bajo la tutela de Zed. Había aprendido que, a veces, la misericordia podía ser una herramienta tan efectiva como la crueldad.

Rhaast notó la vacilación de Kayn, su tono se volvió más agresivo.

—¡No lo escuches! Este Vastaya puede ser uno de los que causaron la caída del templo de Zed. Si lo salvas, te estás traicionando a ti mismo y a todo lo que hemos construido.

Kayn se quedó inmóvil, la lucha interna era evidente en su rostro. Sabía que este acto de compasión podría ser visto como una debilidad, pero también era consciente de que la muerte de este Vastaya no le daría nada. No le acercaría más a su objetivo final, ni le proporcionaría una satisfacción real.

Finalmente, Kayn esbozó una sonrisa astuta y habló con calma.

—Rhaast, piénsalo. Si lo matamos ahora, será solo otra víctima más. Pero si lo mantenemos con vida... —hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran—, podríamos hacerle muchas preguntas. Podría tener información valiosa, tal vez algo sobre los Vastaya que destruyeron el templo, o sobre otros enemigos que desconocemos.

El tono de Rhaast cambió, ahora más calculador.

—¿Preguntas? Interrogatorio, tortura... —reflexionó—. Podría ser útil... Pero ¿y si no tiene nada interesante que decir?

—Entonces lo matamos, sin más. Pero si tiene algo valioso que contar, su vida nos servirá más que su muerte —argumentó Kayn, su tono decidido.

Rhaast permaneció en silencio durante unos segundos antes de responder.

—Está bien. Lo mantendremos con vida... por ahora. Pero no olvides lo que eres, Kayn. No te debilites.

Kayn sabía que Rhaast tenía razón, pero había algo en ese acto que lo hacía sentir... en control. Con el Vastaya en sus brazos, Kayn se encaminó de nuevo hacia la cabaña, sabiendo que había logrado algo más que salvar una vida: había manipulado a Rhaast y reafirmado su poder sobre su propio destino.

Kayn x Rakan, un amor imposible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora