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Taehyung

Yo me esforzaba por ser puntual, realmente ponía todo mi empeño en ello, pero el sentido del universo no me debía querer de esa forma, y por ello siempre terminaba llegando justo a todos los sitios.

Y, al menos en ese momento, siendo el segundo día de clases, me convencía tan poco, que hasta llegué a plantearme entrar con la bicicleta a clases y no demorarme más en aparcarla tras la fachada de la escuela. Obviamente no lo hice ya que seguramente terminaría atropellando a alguien y eso no ayudaría para nada en mi historial académico.

En compensación, nada más enganchar la bici con un candado, eché a correr hacia el portón de la entrada. En él ya estaba el conserje con cara de sueño. Por cómo me saludó, era obvio que no había dormido nada bien.

Estaba a punto de recomendarle las pastillas que tomaba a veces mi madre para dormir, cuando una figura a lo lejos me distrajo por completo. Y no, no era raro que yo me distrajese con cualquier cosa. Como me decía mi hermana, mi atención en general es la misma que la de un perro a una piedra cuando está rodeado de filetes de carne.

Yo suelo poner el mismo ejemplo, pero cambiando perro por su nombre.

— ¡Ey! —llamé a la conocida cabellera rojiza y aligeré el paso para alcanzarla. Él no se giró hasta que estuve a su lado. Debí sorprenderle, porque no sonrió como el día anterior— ¿Qué tal has dormido?

Se detuvo en seco y me miró extrañado. Seguidamente echó un vistazo a ambos lados, como si estuviera buscando a alguien. Cuando volvió a mirarme, tenía una ceja alzada y la mano que antes llevaba guardada en el bolsillo, ahora estaba fuera para permitirle cruzarse de brazos.

— ¿Te has perdido?

— ¿Eh? —esa pregunta si que era extraña— No, claro que no.

— ¿Entonces?

— ¿Entonces? —repetí confuso, agarrando una de las asas de mi mochila con nerviosismo. Me agobiaba no entender las cosas y que los demás se percataran por ello— ¿Entonces qué?

— Que qué mierda quieres.

— Oh —bajé la mirada, avergonzado. Si el conserje había dormido mal, no tenía nada en absoluto que envidiar al pelirojo. Echaba de menos la sonrisa de gomita que había visto el primer día— T-tu nombre.

— ¿Mi qué? —me alejé unos centímetros de forma inconsciente por la brusquedad en su voz. Volví a repetir mis palabras en un tono pelín más alto, pero aun así sin hacer contacto visual— ¿Qué pasa con mi nombre?

— Que no lo sé —murmuré casi inaudiblemente. Era horrible, las cosas no estaban saliendo como yo lo tenía planeado.

— Habla alto.

— Que n...

— Y mírame mientras hablas —levanté de inmediato la vista, correspondiendo su mirada por primera vez desde hacía un buen rato. Y sonrío. No mostró sus dientes, pero esbozó una pequeña y ladeada sonrisa que consiguió calmarme bastante. Después de todo no tenía por qué temer— Así mejor. Sigue hablando.

— Decía que no sé tu nombre.

— ¿Era eso? —volvió a sonreír, esta vez más animado y con ligera sorpresa en sus ojos. Me fijé en que tenía los ojos muy bonitos. En general era bastante atractivo, como diría mi madre— ¿Quieres saber mi nombre? —asentí entusiasmado, agitando mi desordenado cabello, y sonreí. Él entreabrió los labios y tomó aire, como si fuera a responder. Pero las palabras que salieron mientras palmeaba suavemente mi cabeza como si yo fuera un perro, fueron muy distintas a las esperadas— Pues búscate la vida si tanto te importa

𝖬𝗂́𝗋𝖺𝗍𝖾 | 𝖸𝗈𝗈𝗇𝗍𝖺𝖾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora