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Del otro lado de la capital, la líder con la que Alma estaba fantaseando en ese mismo momento, no tenía idea de todo los hilos que el universo estaba trabajando para unirlas.

María Corina estaba en el pequeño despacho de la casa de Edmundo, cada uno a un lado del escritorio mientras la mujer se encontraba en un arrebato de ira.

— Han pasado la noche llevándose a testigos, —exclamaba bastante exaltada, gesticulando rápidamente con las manos.— no dormí nada porque cada vez que terminaba de rezar y creía poder conciliar el sueño, me llegaba el mensaje de alguien más pidiendo ayuda.

— Ay, María... —inició el mayor con su distintivo tono de voz pausado, extendiendo su mano para darle un apretón.— Sé cuanto te pesa esto, porque a mi también me da dolor, gente que trabajó con nosotros buscando ayudarnos y ahora quién sabe qué calvario les están haciendo pasar. —la mujer se llevó las manos a la cabeza, todos esos escenarios trágicos ya los había repasado.— Pero por eso tenemos que seguir firmes, seguir pensando con la cabeza fría, nos quieren asustar para que aflojemos, y eso no lo vamos a permitir.

— Tienes razón, Edmundo. Claro que sí. —reconoció, antes de suspirar con angustia.— Pero es que me pesa el alma.

El mayor no pudo ocultar su cara de ligera decepción, sin dar crédito a lo que escuchaba de la mujer que le daba ánimos cada vez que podía.

— ¿Tengo que repetirte tus discursos ahora a ti? —preguntó Gonzalez con un ligero reproche.

María Corina negó con la cabeza, que luego enterró entre sus manos. Angustia comenzaba a quedarle corta.

— Edmundo, le dije a Gerardo que hiciera las maletas. —admitió con dolor refiriéndose a su esposo.

— ¿Cómo?

— No puedo cuidar a todas estas personas a las que les están haciendo daño, y no me perdonaría que le pase algo así a él. —y aunque el pulso no le tembló, sentía que se derrumbaba en silencio.— Le pedí que se fuera con mis muchachos.

Edmundo decidió dedicarle una ligera sonrisa consoladora.

— Por eso estás así, —reconoció entonces el mayor.— es un momento de duelo, y está bien.

— Él no lo entiende. —insistió ella sobre la gravedad del asunto.— Tiene metido en la cabeza desde hace meses que no quiero saber nada de él, y ahora que le diga que se vaya del país es como si lo estoy haciendo a un lado.

— Mira, María, yo entiendo que él no se quiera involucrar en tu carrera y en tus cosas, —suspiró profundamente, indicando su momento reflexivo.— pero una cosa muy distinta es ser un cabezota, con todo el respeto que merece Gerardo. —eso por primera vez la hizo reír por unos segundos.— No es momento de que una crisis marital les gane.

— Ya no sé que hacer, no quiere saber nada de mí después de que se lo dije.

Edmundo le indicó con la mano que esperara. Se echó un poco para atrás en su silla y rebuscó en una gaveta por algunos segundos.

— Toma. —indicó, extendiéndole un Cocosette.— Lo que vas a hacer es endulzarte un poquito, voy a ver quien nos hace un café, y después trabajaremos. —explicó al ponerse de pie.— Mientras más rápido logremos esto, menos tiempo tendrá que irse. Sé que hablando con él llegarán a un acuerdo.

— Entendido, presidente. —María bromeó con un saludo militar. Edmundo le palmeó el hombro y se retiró.

Cuando el mayor se perdió de vista, María aprovechó de sacar su celular para ver los últimos mensajes recibidos. A Edmundo al igual que a su esposo no le gustaba todo el tiempo que pasaba junto a su teléfono, pero esto solo lo regulaba frente a Edmundo... tal vez Gerardo tenía un poco de razón.

Su hilo de pensamiento se perdió cuando el celular le notificó una llamada entrante.

— ¿Aló?, —contestó al ver que era el encargado de organizar sus relaciones públicas.— ¿Luis, que pasó?

— Cori, ya nos pusimos en contacto con la muchacha de las fotos y nos dio el visto bueno.

— ¿Ah sí? Excelente entonces. Montense en la publicidad para la concentración del sábado 3, usen esas fotos, y Maritza tiene la información completa.

— Perfecto. Voy a darles esas indicaciones. Y hay otra cosa que contarte sobre la muchacha.

— ¿Es algún problema? —su pregunta fue instintiva, lo que menos necesitaba era un problema.

— No, nada que ver. —con esto respiró tranquila.— Nos escribió otro correo donde envía una vaga propuesta sobre hacer un documental de cine.

— ¿Ajá?, ¿y cómo es eso?

— Bueno, dice que quiere hacer un documental sobre ti, tu carrera y tu futuro.

De haber estado bebiendo algo, se hubiera ahogado de manera estúpida. La sorpresa se le notaba en todos sus gestos.

— ¿De mí? —repitió.— Esa es nueva.

— Me pareció inesperado, por eso quise contarte. —María vociferó un suave agradecimiento.— Dice que sabe que eso no debe tratarse vía correo, tal vez por eso no envió más información, y que claramente era una propuesta para cuando ya nadie del equipo corra peligro.

— Ya veo. La verdad es que suena interesante... un documental...

No pudo evitar pensar en todos los documentales que había visto en su vida para educarse sobre distintos temas. Ser ella el tema de aprendizaje se sentía enorme, un enorme orgullo.

— Luis, búscale un hueco en la agenda. —sentenció luego de un largo silencio.— Después del sábado, por supuesto.

— Entendido, eso haré.

— Cuando le tengas la fecha, le dices si prefiere reunirse por Zoom o en la embajada.

— ¿Segura? —repitió el muchacho. Nadie fuera del equipo sabía en cuál embajada se estaba quedando.

— Sí, si está tan interesada como para proponer un documental, quiero saber quien es y que tiene para decir, y por una videollamada no puedo hacer todas esas averiguaciones como quiero.

Si algo había aprendido María en tantos años era a cuidarse a si misma, además de seguir sus instintos. Confíaba en que esa decisión era correcta.

— Está bien, te envío un mensaje con la información. —mientras escuchaba la afirmación del otro lado de la línea, Edmundo entró de nuevo, negando con la cabeza al verla con el celular.

— Gracias, Luis. Chao. —se despidió apresurada sin dejar de ver al mayor.— Ya, ya terminé. —soltó el dispositivo y alzó los brazos en señal de rendición.

— Ni siquiera tocaste tu galleta. —señaló Edmundo, con sus brazos en forma de jarra.

— Ya voy, ya voy. —se resignó María, tomando el paquete del dulce bajo la atenta mirada del mayor, lo que le causó mucha gracia y no pudo evitar reírse.

Tal como Edmundo le había ordenado, primero merendaron y luego se pusieron a trabajar. El documental no salió de su cabeza en todo el día, y pronto Alma se uniría a esos pensamientos recurrentes.

close to you [mcm]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora