Todos son alfas, después de todo

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Izuku había sido emparejado con un bárbaro. Sí; un bárbaro.

Su nada sentimental y frívolo hermano Shindou, lo había intercambiado como una ofrenda de paz, luego de tener la pésima idea de deforestar en sus tierras.

Izuku era el hijo omega de una buena familia, pero lamentablemente, cuando sus padres murieron en un naufragio hacía dos años atrás, quedó al completo cuidado de su hermano beta.

Inteligente y dotado de una gran belleza, Izuku fue educado para servir de la mejor manera a su futuro alfa. Conocía toda clase de artimañas en el ámbito de la seducción, y su sonrisa preciosa y actitud encantadora, habían hecho que más de alguno haya volteado a poner los ojos en su persona, eso y sumado a que sus feromonas mentoladas eran atrayentes, y hasta cierto punto adictivas, podría considerarse que era una prospecto de omega que cualquier alfa de la capital hubiera querido desposar.

Lástima que con todos esos atributos a su favor, nada había sido útil con el bruto alfa al cual estaba emparejado.
El testarudo ni siquiera lo había dejado intentarlo.

La primera vez que lo tomó, fue totalmente en contra de su voluntad y lo peor de todo el asunto, fue que lo hizo en presencia de todos los miembros de la tribu a la cual ahora pertenecía.

Ahí, en medio de la fogata comunitaria, su alfa lo había tirado toscamente al piso de tierra, despojado de sus pantalones y arrebatado su virtud sin siquiera prepararlo o avisarle antes de penetrarlo.

Se había comportado como todo un animal; vil y sediento de un agujero.

Izuku lloró semanas enteras enterrado entre las telas de su tienda. Se sentía tan humillado, tan roto. El dolor de su corazón era incluso más grande que el dolor de su cuerpo, aquellos moretones de manos firmes y ásperas marcadas en su delgada cintura, o del ardor punzante de su desgarrado agujero. Izuku sabía que su vida estaba condenada, y parecía casi hilarante su preocupación por la misma. Como se tomaba su tiempo en asear con abundante agua de matico su ano cada vez que el nudo de ese alfa sin corazón bajaba, solo para darse cuanta que nada de eso serviría, porque en las próximas horas sería destrozado de nuevo. Izuku solo se mentalizaba de que por lo menos así podría aliviar el escozor y ayudar con la inflamación del momento. Cosa que era por demás inservible.

Porque su idiota alfa, definitivamente pensaba con el pene.

Cada vez que retornaba de alguna casería o trabajo en la aldea, entraba a grandes zancadas dentro de la tienda, lo tomaba sin ninguna gentileza y lo tiraba a gatas sobre el nido.

Lo que le seguía a eso, era una follada descomunal y sin una pizca de sentimiento; un acto que solo buscaba la liberación del placer propio, un obvio mecanismo anti estrés, o por lo menos así lo empezó a entender, Izuku.

¿Cómo rayos alguien podía disfrutar de algo como eso?

Lo peor de toda la situación, era el conocimiento de todo aquello. Que Izuku estaría condenado a vivir así por el resto de su vida. Después de todo, había sido marcado, y por más que quisiera, no podía luchar contra eso.

Había intentado escaparse un par de veces, pero jamás tuvo éxito. El alfa lo encontraba y lo encerraba sin comida ni agua hasta que casi moría y luego volvía a alimentarlo.

La rutina del sexo tampoco cambiaba.

El alfa lo violaba como a una puta en celo. Lo tomaba del cabello, siempre por detrás y jamás se dignaba a mirarlo a la cara. Como si hacer el amor con su omega fuera un mero trámite para descargarse, en vez de un momento de disfrute y conexión con tu pareja.

Resignado, Izuku se limitaba a sobrevivir.

Durante el día paseaba por la aldea y ayudaba a los demás omegas en sus quehaceres; cazar animales pequeños para la cocina y la utilización de sus pieles.

Bruto Barbajan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora