La tensión en el aire era palpable mientras la maestra permanecía en silencio, acatando la orden de esperar junto a los subcapitanes de las tres órdenes. Los demás capitanes, indignados, exigían que ella se uniera a sus respectivas órdenes. Sin embargo, nuestra protagonista tenía asuntos más apremiantes en mente.
Sabía que debía regresar a la mazmorra lo más pronto posible. Nunca debió abandonar el lugar en primer lugar. ¿Cómo habría previsto que sería drogada y expulsada al exterior por su problemática discípula?
Solo tres días. Pensó con molestia, apretando los puños mientras observaba el horizonte. Realmente empezaba a arrepentirse de haber aceptado un discípulo, especialmente considerando la importancia que tenía dentro de esa mazmorra. Si no lograba regresar a tiempo, temía las consecuencias.
—O-ye —jadeó el subcapitán de las Águilas Plateadas, arrodillado junto a sus compañeros. La monstruosa sed de sangre que emanaba de la maestra los dejaba sin aliento.
Ella los miró de reojo, aparentemente indiferente hasta que dio un paso hacia atrás. Su atención se centró en uno de los hombres que parecían atraerla tanto. Él la observaba fijamente, apretando los dientes y llevando una mano al cuello con índice de dolor.
—Lo, ¡lo siento! —tartamudeó ella, arrodillándose ante el león. Extendió una mano hacia su pecho sin tocarlo. —Voy a ayu-darte.
Una pequeña luz cálida emergió de su palma, su magia envolviendo al caballero mientras pronunciaba la palabra "curación". La fatiga desapareció instantáneamente de su cuerpo, y él la miró con seriedad antes de suavizar su expresión al notar la preocupación reflejada en el rostro de la joven. Sus corazones latían acelerados ante la intensidad del momento.
No, esto no puede suceder. La maestra apartó la mirada y se puso de pie, observando a su alrededor. Todos los magos presentes estaban en la misma condición. Nuevamente sintió que los seres del exterior eran demasiado débiles. Decidió remediar su pequeño desastre antes de que consideraran que ella era una amenaza y trataran de atacarla.
Aunque sabía que no podrían tocarle ni un pelo, no estaba segura de cómo reaccionaría si esas tres personas decidieran enfrentarla. Sinceramente, no se creía capaz de atacarlos, y el solo pensamiento de que ellos pudieran hacerlo la llenaba de dolor.
No quedaba otra opción. La maestra dio un corto suspiro, adoptando una posición firme y dejando que la magia fluyera por su cuerpo. Una energía mágica se manifestó bajo sus pies, creando tres ondas de poder que se extendieron por el lugar como ráfagas de viento fresco. Bastó con su toque para que los presentes se recuperaran.
—Me disculpo sinceramente. Aún no controlo bien el poder de mi grimorio, y desaté mi magia sin darme cuenta —culpó al libro en su cintura, sabiendo que la magia empleada no provenía de él. Sin embargo, ellos no lo sabían, así que decidió lavarse las manos por el momento. —Deberán perdonar mi tor...
—Imposible. —Un caballero de la Orden de las Mantis miró con escepticismo su brazo, descubriendo que la cicatriz cortante que se extendía en gran parte de su extremidad había desaparecido sin dejar rastro.
Otros reclutas movieron sus cuerpos, notando que el dolor y las heridas de la última prueba habían desaparecido por completo.
¿Y a estos qué les pasa? Un escalofrío recorrió la columna de la maestra al ver varios ojos mirándola con asombro o admiración. Retrocedió un paso y, sin pensarlo, se ocultó detrás de los tres subcapitanes que la acompañaban. Específicamente, se refugió tras el caballero de los Leones Carmesí.
—¡Ella estará en mi orden! —bramó el capitán de las Mantis, iniciando una discusión entre los capitanes que clamaban tenerla en sus filas, mientras los tres elegidos alegaban que la decisión ya estaba tomada.
—Tomada mi trasero. Esa chiquilla es un monstruo de la magia, lo justo sería poder tenerla un tiempo en nuestras órdenes— alegó el capitán de las mantiz.
—¡Ni hablar! —respondió el capitán de las Águilas, apretando los puños e intentando ignorar el como se refirió a su compañera.
—¡Suficiente! —gritó furioso el capitán del Amanecer Dorado. Algunos se sorprendieron por el cambio en su expresión usualmente amable. —Esto no lo decidimos nosotros. La elección ya está hecha. Si quieren tenerla en sus filas, vayan al rey mago y pídanlo. Pero recuerden quién es ella en primer lugar. —Dicho esto, se dio la vuelta y se dirigió al interior del edificio, dispuesto a encontrarse con su compañera.
Los capitanes callaron, conscientes de lo que implicaba su última afirmación. Aunque pelearan por ella, al final prevalecerían las tres órdenes, ya que sus compañeros estaban en ellas. Sus deseos de reclutarla no serían fáciles de cumplir.
El capitán de las Águilas les lanzó una mirada de desdén antes de marcharse. No sin antes arrojar una estaca de acero hacia la cabeza del capitán de las Mantis, quien la esquivó con dificultad.
El capitán de los Leones soltó un suspiro y miró a los demás capitanes: —Debemos entender que esto va más allá de nuestros deseos. No podemos interferir. Es la ley. Como nobles, debemos respetarla.
—Exacto, los nobles deben respetarla. —Yami asintió con los brazos cruzados. —Es una lástima que yo sea un simple, e ignorante pueblerino que desconoce las leyes de los nobles. No se preocupen, cuidaré de e...
Apenas esquivó un golpe del capitán de las Mantis, iniciando una nueva discusión mientras el capitán de los Leones se alejaba tras otro suspiro.
Por otro lado, los reclutas se habían agrupado alrededor de la maestra, quien apenas contenía las ganas de atacarlos y escapar. El caballero de los Leones Carmesí intentaba apartarlos con palabras, pero al ver que insistían tanto, activó su propio grimorio dispuesto a amenazarlos para que la mujer a sus espaldas estuviera cómoda.
Sin embargo, no fue necesario, ya que los propios capitanes de las órdenes se habían acercado mientras pedían a los reclutas que siguieran a sus respectivos subcapitanes. Quedándose a solas con una maestra sumamente incómoda.
¿Por qué a mí? Intentó no mirar a sus destinados, ahora que sabía lo que eran. La incomodidad había aumentado sobremanera. ¡Son tres, Dios santo, tres! ¿Qué se supone que haga cuando me tientan con tres sublimes hombres? Miró de reojo a ambos capitanes antes de enrojecer y volver a fijar la vista en la pared. ¡Son completamente mi tipo!
—Participante...
El capitán del Amanecer Dorado guardó silencio, instándola a que se presentara.
—Zillah, Zillah Noshember.
Sus destinados se estremecieron ante la voz de la joven, pero supieron disimularlo con una pequeña sonrisa. Definitivamente, era un nombre peculiar.
—Zillah —el ojo púrpura dio una pequeña reverencia, llevando una mano a su pecho y agregando—: Me presento apropiadamente. Mi nombre es William Vangeance, capitán de la próspera Orden del Amanecer Dorado.
El platinado dio un paso al frente, inclinándose ligeramente con una mano en el pecho, su elegancia siendo tan noble como la de su compañero: —Mi nombre es Nozel Silva, capitán de la noble Orden de las Águilas Plateadas.
—Mi nombre es Fuegoleon Vermillion, capitán de los Leones Carmesí —añadió el último capitán.
Este es el último capítulo por el momento. Reanudare la historia tan pronto como se elija uno de los tres destinados.
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Emperatriz de fuego (Leopold Vermillon, William Vangeance, Nozel Silva)
RomanceEl día del reclutamiento para caballeros se acercaba, y en las profundidades de una mazmorra de rango SSS, se desataba una acalorada discusión. -No iré -declaró su maestro con firmeza. Pero esas palabras no fueron suficientes para aplacar la terqued...