XI

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Había una vez, un mundo donde la humanidad vivía próspera y en paz. Sin embargo, este mundo pacífico había perdido el interés de las constelaciones, seres trascendentales con la capacidad de crear mundos y moldear la realidad a su antojo. En los mundos condenados, las constelaciones eran conocidas por su crueldad y su deseo de diversión. Se regocijaban con el sufrimiento de los más débiles y destruían mundos para su entretenimiento. Los verdugos, sus creaciones, eran los encargados de llevar a cabo esta tarea.

Un día, un verdugo se vio obligado a abrir los ojos. Este verdugo era el jefe final entre los sirvientes de los creadores, el último vástago de la oscuridad.

La escena sucedió bajo una noche estrellada, entre los escombros de una civilización devastada, el héroe se postró exhausto ante los pies del verdugo. "Algún día entenderás el peso de tus pecados", pronunció el hombre con odio, mientras la sangre brotaba de sus labios. Su propio ataque se había reflejado en su cuerpo mientras se aferraba a las ropas de la mujer de cabellos blancos. "Pero será demasiado tarde para redimirte... Tú, que moras entre las sombras y cuya presencia solo trae destrucción, vagarás por las dimensiones con los fantasmas de mil mundos susurrando en tu oído, atormentándote en cada paso, hasta que tu miserable vida llegue a su fin. Pero nunca podrás arrebatarla con tus propias manos".

...

"¡Cierren los ojos!", ordenó Zillah. Los gemelos la miraron confusos, para luego cerrarlos cuando ella volvió a decirlo, su voz más fría y pesada.

En ese momento, las sombras de los edificios los engulleron hasta desaparecer de la vista del joven azabache, quien había salido recientemente de entre los escombros sin rasguño alguno.

Sus pasos se detuvieron mientras activaba su zona de rastreo, pero chasqueó enojado cuando no encontró rastro alguno en un área tan limitada. Su zona era muy diferente a la de Zillah; el alcance era menor y no podía ver todo con sus propios ojos, solo sentir las firmas mágicas.

Pasaron unos segundos hasta que Zillah y los novatos emergieron de la sombra de una cabina de telefonía. En ese momento, ella liberó su agarre y pasó su mano sobre su pelo. La crisis había aparecido en su cabeza; eso no podía estar pasando. ¿Cómo era posible que regresara al mundo de esa persona? ¡Se suponía que fue destruido!

Agradecía que aún no se hubieran encontrado en ese tiempo, pues, aparte de su cabello, realmente no había cambiado nada desde entonces. Una desventaja de convertirse en una constelación ascendente, pues la inmortalidad ahora corría por sus venas.

"¡Capitán!", exclamó el chico antes de recibir un golpe en la cabeza.

Su gemelo miraba detrás de él, en un callejón al fondo de los edificios cercanos. Ahí podía apreciarse la presencia de un ave de gran tamaño, sus plumas metálicas crujiendo como ramas.

Pronto la criatura se abalanzó sobre el edificio y cayó en picada hacia ellos. Sin embargo, el joven Vermillon, quien logró escuchar su llamado, no iba a permitir que eso pasara.

Su grimorio se activó; empezó a pasar páginas, su mano alzándose mientras una flama creciente emergía. Un tornado de fuego salió disparado hacia la criatura, quien fue lanzada por sobre los edificios a una distancia algo apartada.

"Ese ataque no lo dañará. Debemos apresurarnos y cambi..." Apenas logró esquivar una línea de plumas envueltas en un aura helada.

"¡Salgan de ahí!", gritó Zillah.

Vermillon saltó junto a otros magos al notar cómo el piso, donde se habían incrustado las plumas, se congelaba. Lanzó una llamarada de fuego al suelo alrededor de uno de los magos que no fue lo suficientemente rápido. Otro compañero convocó una cadena que envolvió al mago cuyos pies estaban congelados y tiró sin éxito hasta que una flama azul fue lanzada a las extremidades congeladas, logrando que el hielo se derritiera lo suficiente como para liberarlo.

Leopold ordenó que los gemelos curaran al herido mientras ellos luchaban contra el ave de hielo. Los gemelos asintieron y activaron un área de curación, sanando las heridas del resto del equipo al mismo tiempo que las del herido.

—¡Magia de creación: dragón de fuego!

—¡Magia de creación: serpiente venenosa!

Uno tras otro, los ataques impactaron a la criatura voladora, quien aturdida, se alejó del área de fuego antes de abrir la boca y emitir un brillo blanco desde su garganta, lanzando un rayo de hielo que los caballeros mágicos apenas pudieron esquivar.

Zillah consideró ayudar, pero se detuvo al sentir un grupo de presencias aproximándose desde varias direcciones. Pronto se vieron rodeados por un grupo de soldados vestidos de negro. Un francotirador disparó una bala en la frente de la criatura, que cayó en picada hacia el suelo.

Leopold retrocedió junto al resto de los caballeros mágicos, sus grimorios activos mientras adoptaban una posición defensiva. Pronto, un hombre castaño dio la orden:

—Atrápenlos.

Los hombres, cuyas armas resplandecían bajo el poder de sus magias, se aproximaron a ellos, cerrando lentamente el círculo. Un sinnúmero de puntos rojos apuntaban a sus frentes.

Varios caballeros mágicos estuvieron a punto de atacar, pero Zillah susurró un par de palabras al subcapitán de la orden, quien alzó la mano en señal de detenerse.

—Espero que tengas razón —le susurró de vuelta antes de ser apresada por dos soldados que le quitaron su grimorio.

—¡Oye! —un caballero mágico observó cómo uno de los soldados intentaba examinar su grimorio sin éxito, solo para que otro compañero lo dejara caer accidentalmente.

El caballero sintió una cuchilla contra su cuello, lo que detuvo su parloteo, pero no impidió que fulminara con la mirada a los soldados.

Tiempo después, los dirigieron hacia un gran edificio custodiado por soldados vestidos de negro. Los miraron burlescos o indiferentes, y Zillah aguantó un gruñido al ver cómo algunas mujeres observaban al menor de los Vermillon.

—¿Más de ellos? ¿De dónde demonios están saliendo? —preguntó un soldado, custodiando la entrada a una gran puerta de metal.

El hombre castaño rodó los ojos y entregó el grimorio de Leopold a un hombre con bata blanca, cuyos acompañantes recibieron los demás grimorios de los subordinados vestidos de negro.

—No es que importe mucho —dijo el castaño al abrir la gran puerta. Entraron en un largo pasillo de celdas, donde descansaban el resto de los caballeros mágicos, incluido aquellos que debían rescatar.

Pronto, cada uno fue puesto en una celda compartida. Quedaron solos cuando los soldados salieron y cerraron la puerta tras ellos.

—Subcapitán Vermillon, ¿cómo es que los atraparon? No, no, no. ¡Se suponía que vendrían a salvarnos!

Leopold ignoró el ataque del caballero mágico y se volvió hacia la joven Zillah, quien se acercaba a la reja.

—¿Y bien? —Leopold sonrió con malicia, la travesura plasmada en su atractivo rostro.

Zillah no contestó, solo giró su mano y, tras un pequeño clic, abrió la reja. Un caballero mágico iba a gritar como lo había hecho, pero fue callado por la mano de su compañero de celda.

Entonces, Zillah se dirigió hacia la celda de Leopold y abrió la reja bajo la atenta mirada del Vermillon. Su corazón dio un brinco cuando sintió que él le agitaba el cabello y la alagaba animadamente.

Siguiente episodio, mañana por la noche.

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⏰ Última actualización: Aug 26 ⏰

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Emperatriz de fuego (Leopold Vermillon, William Vangeance, Nozel Silva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora