Los capitanes se enderezaron, expectantes ante la decisión de la joven. Sin embargo, una sombra se dibujó en sus rostros cuando ella sonrió con malicia y susurró: "Ninguno..."
Los jadeos de los presentes no se hicieron esperar, y la maestra se giró dispuesta a abandonar el lugar, ignorando los impulsos que la instaban a arrojarse en brazos de los tres hombres en el podio.
Algo en su interior le advertía que no debía elegir a uno por encima de los demás. Encontraría otra manera de localizar a su discípula sin lastimar su futuro.
Quizás más tarde regresaría para explorar la razón detrás de su deseo de fundirse con aquellos hombres. Cada fibra de su ser y su magia anhelaban estar cerca de ellos, como si fueran imanes.
Recordó la extraña actitud de los lobos en celo en la mazmorra, capaces de reconocer a su pareja destinada por el simple aroma de sus cuerpos y...
¿Magia? Sí, magia. ¡Magia! Sus ojos se abrieron de par en par al descubrir que las pruebas habían desatado nuevas energías en ella. Tres aromas exquisitos se intensificaron mientras unas figuras aparecían ante ella.
La maestra contuvo la respiración al enfrentar tres miradas afiladas que la helaron hasta los huesos. Los capitanes del Amanecer Dorado y las Águilas Plateadas, junto al segundo al mando de los Leones Carmesí, apenas podían contener el deseo de marcarla con su esencia. No había opción de abandonarlos; su pequeño ángel endemoniado estaba atrapado.
—¿Qué pretendes? —el capitán de las Águilas avanzó con ojos gélidos, disgustado por la osadía de su compañera al mencionar que se iría.
Pero lo que más lo enfureció fue la sonrisa que curvó sus labios.—¿Disculpa? —la maestra entrecerró los ojos, confundida por las auras perturbadoras que emanaban de los tres hombres.
—Participante 285 no puede venir y marcharse como si nada después de haber sido elegida candidata para una orden —declaró el capitán del Amanecer Dorado, su sonrisa amable oscilando ligeramente mientras se esforzaba por mantener la compostura ante el público. —¿Hay alguna razón para tu decisión?
El noble de los Leones Carmesí permaneció en silencio, con los puños apretados. No entendía sus propias acciones ni cómo aquella joven lo atraía como una abeja al polen.
La maestra observó a los capitanes por un momento antes de humedecer sus labios y hablar con serenidad.
—No puedo elegir —dijo como si fuera algo natural. Su crianza le había enseñado a no ocultar sus pensamientos.
—¿Elegir? —se atrevió a preguntar el capitán de los Leones Carmesí—. ¿Acaso no puedes decidirte por una sola orden?
—En efecto —respondió ella, desconcertando a todos—. No puedo elegir ni una de sus tres órdenes.
Los presentes jadearon de sorpresa. Había mencionado "ni una de sus tres órdenes", lo que implicaba que las otras opciones habían sido descartadas desde el principio.
El capitán del Amanecer Dorado sonrió, su enojo disminuyendo ligeramente: —¿Quieres decir que si no puedes tener las tres, no aceptarás ninguna?
Una risa suave escapó de los labios de la maestra mientras asentía con seriedad. Les parecía adorable cómo afirmaba con determinación que no podía elegir entre ellos, sabiendo perfectamente que no se refería solo a las órdenes en sí. Si hubiera considerado otras opciones, las habría mencionado.
—Entonces dejemos que se vaya. No necesitamos chi...
Yami fue interrumpido por el capitán de los Leones Carmesí, quien le recordó que los niños debían callar mientras los adultos hablaban.
Para sorpresa de todos, el secretario del rey mago apareció y entregó una carta al capitán del Amanecer Dorado, quien a su vez la pasó al capitán a su lado para que la leyera.
—Está decidido —declaró el platinado.
El capitán se acercó a la maestra y tomó una hoja que se había enredado en su sedoso cabello durante la batalla contra Yami. Contuvo una sonrisa al notar el nerviosismo de su compañera, quien había enrojecido ante su cercanía.
—Bienvenida a la Noble casa de las Águilas Plateadas.
—Bienvenida a la orden del amanecer dorado.
—Bienvenida a los Leones Carmesí. Será un placer trabajar contigo.
La maestra alzó las cejas al ver al último capitán, quien apareció ante ella y guardó una carta similar a la que el de las águilas plateadas tenía en posesión.
—¿Disculpa?
No pudo ocultar su extrañeza, y su gesto inconsciente derritió los corazones de los tres hombres.
El capitán de los Leones Carmesí se apresuró a explicar al ver que Yami quería decir algo seguramente imprudente: —El rey mago está al tanto de la situación y ha dado su aprobación para que seas parte de la orden. Ha mencionado que no podemos dejar ir a un mago con una habilidad tan excepcional.
Se abstuvo de mencionar que, según las leyes del reino, la unión con los dos capitanes y el miembro de su propia orden no podía ignorarse. Intentar separarlos sería un gran pecado castigado con la muerte.
El capitán de los Leones Carmesí frunció el ceño al sentir una cuarta magia, aunque mucho más débil, rodeando a la destinada de su hermano. Parecía no pertenecer a ninguna persona en el área.
—¿Quiere decir que estoy dentro de las tres órdenes?— La sorpresa se reflejó en el bello rostro de la maestra, quien sintió calidez al saber que no tendría que alejarse de aquellos hombres, aunque. Una nueva pregunta surco su mente. —Pero, si lo que dices es cierto. ¿Cómo haré para estar en las tres al mismo tiempo?
Vasto un momento para que el secretario del rey mago contestara: —Serás rotado durante periodos no muy largos entre cada orden, a su vez, las misiones serán repartidas por tus capitanes dependiendo en qué orden te encuentres en el momento. Finalmente, me temo que si residencia se verá situada temporalmente en el palacio del rey mago, quien espera tener una conversación con usted y crear un posible plan de entrenamiento de control mágico para implementar en las órdenes.
Recordó las palabras del rey mago, hablándole sobre la necesidad de los compañeros por sellar su unión durante los primeros meses, mismos en los que daría tiempo a los tres caballeros para que controlen sus instintos más salvajes.
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Emperatriz de fuego (Leopold Vermillon, William Vangeance, Nozel Silva)
Roman d'amourEl día del reclutamiento para caballeros se acercaba, y en las profundidades de una mazmorra de rango SSS, se desataba una acalorada discusión. -No iré -declaró su maestro con firmeza. Pero esas palabras no fueron suficientes para aplacar la terqued...