VII

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Zillah reaccionó con inexpresividad ante las muestras de cortesía. Su mente divagaba en las intenciones ocultas que el rey mago podría tener al permitirle ingresar a las tres órdenes. No olvidando la última parte del discurso del asistente del rey mago: ¿a qué se refería con 'crear un plan de entrenamiento para el control mágico'? ¿Acaso pensaban que estaría dispuesta a enseñar a un grupo de magos tan incompetentes? Miró de reojo a los capitanes de las Águilas Plateadas y el Amanecer Dorado.

Aunque...

Sacudió la cabeza para alejar sus pensamientos. No podía permitirse caer en el lazo que los unía. Después de todo, ella acabaría regresando a la mazmorra de la que vino, y todo lo que había visto o vivido quedaría en el olvido, como remanentes en su paso por el mundo.

No mereces ser liberada. Susurró una voz que se fundió con el fugaz recuerdo de sí misma caminando entre las llamas, en medio del caos de una gran ciudad repleta de enemigos e imponentes rascacielos. Los gritos resonaban en el caos de la guerra sangrienta.

"Algún día entenderás el peso de tus pecados", pronunció el hombre con odio, mientras la sangre brotaba de entre sus labios. Su propio ataque se había reflejado en su cuerpo mientras se aferraba a las ropas de la mujer de cabellos blancos. "Pero será muy tarde para redimirte...Tú, que moras entre las sombras y cuya presencia solo trae destrucción, vagarás por las dimensiones con los fantasmas de mil mundos susurrando en tu oído, atormentándote en cada paso, hasta que tu miserable vida llegue a su fin. Más nunca podrás arrebatarla con tus propias manos".

Las voces susurrantes, como espectros del pasado, le recordaban sus pecados y la penitencia que debía pagar por su ignorancia.

—Dejando las formalidades. Me veo en la necesidad de cuestionar tu origen y objetivos. No tienes pintas de pertenecer a la nobleza del reino, y tu conocimiento mágico es más avanzado que el del mago más capaz en nuestras filas. Lo que me lleva a la primera pregunta... ¿quién en el mundo eres tú?

El capitán de los Leones, con una mirada penetrante, la enfrentó. Sus sospechas, aunque descabelladas, eran lógicas. Zillah era diferente. Su conocimiento mágico superaba al de cualquier mago en las filas de la orden, y su origen era un enigma.

Zillah no pudo evitar notar un ligero cambio en las energías magias de sus compañeros. Las magias se volvieron pesadas y turbulentas, envolviendo ligeramente al capitán que se negaba a retroceder. Fuegoleon sabía que enfrentarse a tres magos enfurecidos sería un desafío, pero su deber hacia el reino estaba por encima de todo. Debía protegerlo, incluso si eso significaba enfrentarse a sus compañeros de orden o a su propio hermano para descartar la posibilidad de una espía enviada por otro reino.

Los mismos William y Nozel debatiéndose entre sus sentimientos o el deber. Rogando a los cielos por que lo que intuían fueran solo eso, una suposición. Pues aunque se negaban a admitirlo, sabían que alguien con su talento y poder no era común entre los suyos. A su vez querían confiar en el criterio del rey mago, creyendo fielmente que no permitiría que alguien peligroso anduviera libremente por el reino, amenos que, claro está, el objetivo de su inclusión en las tres órdenes fuera solo para tenerla constantemente vigilada.

El temor invadió a Fuegoleon. Si su poder individual rivalizaba con el de un capitán de orden, ¿qué ocurriría si se enfrentaba a decenas de magos como ella?

Zillah guardó silencio, meditando sus próximas palabras. Ignoró la presión de la mirada del capitán. No se sentía amenazada.

—Si lo que insinúas es que soy una espía o fugitiva, estás equivocado— declaró, cerrando los ojos con serenidad. —Mi origen es... complicado. Algo que no puedo revelar sin poner algo en riesgo, pero puedo asegurarles que no tengo intenciones hostiles hacia el reino.

Nozel frunce el ceño, William meditó sus palabras y Fuegoleon no pareció satisfecho.

—¿Complicado?— preguntó Fuegoleon. —Entonces respóndeme esto, ¿Por qué deberíamos confiar en ti?

Zillah se mordió el labio. La verdad completa era peligrosa, pero no quería enfrentarse a sus compañeros, el simple pensamiento de que pasara le lastimaba. ¿Cómo convencerlos de que no era una amenaza?

Decidió actuar. Cerró los ojos y todo se tornó gris. Las aves en el cielo se detuvieron como todo ser viviente o inerte, dejando libres únicamente a Zillah junto al capitán Fuegoleon, quien activó su grimorio en defensa.

No puedo dar razones para que confíes en mi...— su voz resonó en la mente del capitán de los leones. Para luego ser exhalada de sus propios labios. —Pero juro que jamás haría algo que les dañara—.

Fuegoleon frunció el ceño al comprender que Zillah se refería a sus compañeros de vida. Sin embargo, la tranquilidad aún no podía invadir su corazón. Estaba a merced de un ser tan poderoso que su propio cuerpo le suplicaba que se alejara. Un miedo aterrador le impedía lanzar un solo ataque en su contra.

Zillah permaneció apacible, abriendo los ojos que brillaron como el oro en ese mundo de colores grises. Una monstruosa aura se desprendía a su alrededor, y pronto, agregó:

—Y si algún día llego a intentarlo, o sientes que soy una amenaza para ellos...

Fuegoleon observó cómo Zillah extendía la mano, lanzando un rayo dorado que se internó en su frente de manera dolorosa. La existencia de una espada dentro de su consciencia se hizo evidente: su poder monstruoso y aterradoramente irreal. Sus ojos enfocaron un punto brillante en medio del pecho de la joven.

—Solo un corte, un solo ataque en esta zona, y serás capaz de aniquilarme. La espada dentro de ti tiene la capacidad de hacerlo. Su poder es tan grande que incluso podría matar dioses y deidades.

Fuegoleon abrió los ojos ante su declaración, reconociendo la verdad en su rostro. Si Zillah le estaba mintiendo, entonces era una mentirosa muy habilidosa.

—Esta es mi promesa —juró Zillah con la mano alzada—. Y si algún día osara romperla, la calamidad caerá sobre mí e impondrá su doloroso juicio final.

Fuegoleon no parecía saberlo, ¿como intuiría que Zillah había hecho un juramento mágico? el grillete más poderoso entre los suyos. Su mano bajó de regreso a su lugar, los colores regresaron a la normalidad y el revoloteo de los pájaros resonó en sus oídos.

El silencio permaneció un instante, ambas miradas observándose fijamente con ferocidad. William, quien quedó fuera de la anterior conversación junto con el resto del mundo, intervino.

—Capitán Vermillon.— advirtió.

Pero quedó ligeramente perplejo al ver como el mencionado estallaba en una estruendosa risa.

—¡Bien, bien!— detuvo sus carcajadas sin dejar de sonreír. Algo le decía que podía confiar en que no dañaría al reino, no sin que se viera en la necesidad de luchar contra sus almas gemelas. —en ese caso, creo que ha llegado el momento de elegir.

Zillah alzó una ceja en seriedad. Para escuchar nuevamente: —debes elegir la orden en la que deseas comenzar. Según tu elección, deberás permanecer bajo su mando durante el tiempo que dure tu estadía.

Zillah les miró un momento, analizando las posibilidades y decidiendo: —Leones carmesí.— ignoró las fijas miradas de sus compañeros.

Muajajaja

Emperatriz de fuego (Leopold Vermillon, William Vangeance, Nozel Silva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora