4. Lejos de casa.

46 1 0
                                    

Cuando me desperté en la mañana, me di cuenta de que ya no estaba acostado en la rama sino volteado boca abajo con la cabeza en la tierra y las piernas hacia el cielo, al parecer me había caído mientras dormía. Mi cuello dolía como mil demonios, pero estaba vivo.

Fui a revisar cómo estaba Mirak, y al parecer el todavía seguía roncando y descansando como un bebé. Caí en cuenta que el clima está templado, perfecto, así que decidí buscar un poco de leña y comida para desayunar. Aunque fuera carne de bestia serviría.

«Qué fuerza tan inhumana tenía ese desgraciado» pensaba. Por un momento reflexioné si había sido uno de esos Obispos de los cuales me enteré, y de alguna forma conectó bastante. ¿A qué se refería con lo de los dioses? «esos tipos dicen muchas estupideces, no me interesa indagar en ello.» pensé.

Pero surgió algo dentro de mí. Una flama en mi interior, inagotable y poderosa, no podía permitir que eso vuelva a tan siquiera pasar, perdí humillantemente. «Voy a asegurarme de dominarlo y humillarlo frente a todos, antes de acabar con él. Así será.» y la ira tan ominosa en mi interior recorría cada rincón de mi cuerpo, haciéndome apretar los puños por pura inercia mientras me encaminaba a mi tarea.

Caminé durante unos minutos por la fangosa tierra del lugar, con la humedad combinándose de forma incómoda con el denso calor que había y pudiendo sentir miles de agujas en mi piel, perforándome cual aparato de tortura. La densa humedad me hacía sudar solo con caminar, sin viento, absolutamente nada. Me dediqué simplemente a recoger ramas sueltas que estaban en el piso sin objetivo, avistando muchas especies de faunas e insectos muy coloridos e interesantes, pero no me llamaron la atención lo suficiente para tomarlas, no pensé que serían comestibles. 

En lo que estaba en eso, escuché un fuerte y amenazante gruñido que venía diagonal a mi izquierda, así que me volteé lentamente, y pude ver un jaguar amenazantemente posicionado a unos pies de mí. Lo aprendí porque me lo enseñaron hace muchos años cuando trabajaba de heraldo, en un antiguo pueblo del interior del continente: un felino más grande que un humano, de pelaje amarillento con manchas negras, y unas cualidades físicas de ápice.

—Ya tenemos las comidas de hoy, esto es un alivio. —dije para mí mismo, con un estado de ánimo un poco mejor. 

Decidí agazaparme un poco para reaccionar mejor a sus ataques y provocarlo, y en esas embistió hacia mí con una enorme velocidad, impactando directamente en mi pecho con su cabeza y mandándome hasta atrás. Caí al suelo, y el enorme felino casi logra morderme en la cara mientras estaba aturdido, pero logré tomarlo de los dientes y poco a poco pararme sobre mi espalda, lentamente, hasta quedar completamente erguido y lanzar al jaguar lejos de mí. Cuando fui a alcanzar mi puñal me di cuenta de que no lo tenía a la mano, así que pensé que se me había caído mientras dormía.

No importa, pues el jaguar saltó hacia mí con todavía más fuerza, pero extendí mi brazo izquierdo en forma de gancho arremetiendo un impacto directo en el cuello, y nos dolió a ambos pues yo le rompí huesos del cuello y yo ya tenía el brazo roto por bloquear aquel golpe del día anterior. «Ahora que lo pienso, aquel desgraciado me dio una tunda del infierno y juro que sentí como se me rompían unas cuantas costillas, ¿Por qué puedo pelear, o tan siquiera moverme? Siento que no me ha pasado nada en lo absoluto, solo el brazo me duele un poco. Joder, no entiendo» reflexioné, pero no pude llegar específicamente a ninguna respuesta, y divagar en una situación de vida o muerte tampoco iba al caso, por lo que lo dejé ahí. Algo completamente sin precedentes, pero no pensé más.

Cuando me cercioré que estaba boca arriba, aturdido, no lo solté y usé mi brazo izquierdo como palanca para ponerme debajo de él e inmovilizarlo en una brutal llave al cuello.
El felino era un poco más pequeño que yo, pues yo siempre he sido alguien mucho más grande que el promedio, así que fue más fácil someterlo a una llave al cuello, por lo que mientras se intentaba liberar con intentos de mordiscos sin éxito, usé mucha más fuerza para hacer un torque en su cuello hasta girarlo por completo, rompiéndose en el proceso y matándolo al instante. Ésa fue una gran historia que le conté a los legionarios sobre cómo maté una bestia salvaje con mis manos.

Guerra de las Leyes: GénesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora