México estaba sentado en la vieja mesa de madera, rodeado de sus hermanos, quienes lo observaban con una mezcla de preocupación y curiosidad. Cuba, Chile, Perú y Argentina habían estado conversando durante horas, pero el tema inevitablemente había girado hacia la relación de México con USA.
—No lo entiendo, hermano —dijo Cuba, con su voz grave, cargada de frustración—. ¿Cómo pudiste estar con alguien tan... despreciable? Todos vimos lo que hizo, lo que siempre ha hecho. ¿Cómo pudiste ignorarlo?
México mantuvo la mirada baja, jugando con una taza entre sus manos, sin atreverse a mirar a sus hermanos a los ojos.
—Es que... —empezó México, buscando las palabras adecuadas—, es muy bueno fingiendo que te aprecia. Sabe cómo meterse en tu mente, hacerte creer que de verdad le importas.
Perú, siempre la más serena, frunció el ceño, tratando de comprender lo que México estaba diciendo.
—¿Qué quieres decir con que "sabe cómo meterse en tu mente"? —preguntó, su voz suave pero inquisitiva.
México finalmente levantó la mirada, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y vergüenza.
—No es solo lo que dice o lo que hace abiertamente. Es más... sutil. Te hace creer que todo lo que hace es por ti, que está de tu lado, que le importas de verdad. Pero en el fondo, lo único que busca es controlar, manipular, hacerte dependiente de él. Y cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde.
Chile, siempre directo, se inclinó hacia adelante, su expresión seria.
—¿Y hasta qué punto? —preguntó con voz tensa—. ¿Hasta qué punto fue capaz de manipularte?
México respiró hondo, sus palabras pesadas con el peso de la verdad.
—Hasta el punto en que me convenció de que sus acciones eran para mi bien, de que los sacrificios que me pedía hacer eran necesarios. Me hizo creer que, a pesar de todo lo malo, había una razón, un propósito. Pero al final... solo estaba sirviendo a sus propios intereses.
Los hermanos se quedaron en silencio, las palabras de México resonando en la habitación. Ninguno de ellos había imaginado hasta qué punto USA había manipulado a México, ni cuán profundamente había afectado su relación.
Argentina fue la primera en hablar, su voz baja, casi un susurro.
—Eso es... horrible, México. No teníamos idea de que fuera capaz de algo así.
México asintió, una expresión amarga en su rostro.
—Sí, lo es. Y ahora lo veo con claridad. Pero durante mucho tiempo, estuve ciego. Y esa es su verdadera habilidad, hacerte ciego a la realidad.
Los hermanos intercambiaron miradas, consternados y preocupados por lo que habían escuchado. Sabían que las heridas de México tardarían en sanar, pero también sabían que, juntos, podrían ayudarlo a recuperarse del daño causado por una relación que, bajo la superficie, solo había dejado cicatrices profundas y dolorosas.
