Japón y USA estaban juntos en una habitación lujosamente decorada, el aire cargado de una tensión que ambos fingían no notar. Una reunión casual, un intento forzado de mantener la paz después de todo lo que había pasado. Japón mantenía su compostura, aunque por dentro seguía cargando el peso de su pasado y de lo que había ocurrido en la guerra.
De repente, USA soltó una carcajada, un tono casual que no encajaba en el ambiente.
—¿Sabes qué es irónico? —dijo, aún riéndose—. Hiroshima y Nagasaki... vaya, seguro que fue una explosión de emociones, ¿no?
El comentario cortó el aire como un cuchillo. Japón lo miró, sus ojos se llenaron de indignación.
—Eso no es gracioso, USA. No puedes hacer bromas sobre algo así, sobre la muerte y el sufrimiento de millones de personas.
USA dejó de reír, pero su expresión se tornó fría y distante, como si las palabras de Japón no hubieran tenido ningún impacto en él.
—¿De verdad, Japón? —respondió, su tono ahora serio y lleno de un reproche velado—. ¿Y qué hay de tus acciones durante la guerra? ¿Lo que hiciste en Nanjing, en Corea, en tantos lugares? ¿Esos actos, son menos horribles? Parece que tienes la memoria selectiva.
Japón sintió como si un balde de agua helada cayera sobre ella. Claro que recordaba sus propios errores, sus propios pecados. Pero USA siempre encontraba la manera de cambiar la conversación, de hacer que ella se sintiera culpable, de ignorar su propia responsabilidad.
—No estoy diciendo que lo que hice estuvo bien, pero tú también cometiste crímenes, USA. No puedes usar mis errores para justificar los tuyos —respondió Japón, su voz temblando ligeramente.
USA la miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y desprecio.
—No se trata de justificar nada, Japón. Solo me pregunto cómo Palaos, que te ve como una madre, podría amarte si supiera en lo que te convertiste. Si supiera el monstruo que eras... ¿crees que aún te miraría igual?
Japón sintió como esas palabras la atravesaban. Palaos, que la consideraba una figura maternal, un remanente de un tiempo pasado. USA no tenía derecho a usar esa relación contra ella, no tenía derecho a hacerla sentir como si fuera un monstruo. Y sin embargo, las palabras de USA hicieron que algo en ella se rompiera.
Las lágrimas empezaron a caer, silenciosas pero constantes.
—Lo siento, USA —susurró Japón, su voz quebrada por el dolor y la culpa que nunca la dejaba en paz—. Lo siento tanto...
USA la miró, sin mostrar ni un ápice de empatía, su expresión impenetrable.
—Sí, Japón. Deberías.
Y con eso, Japón se quedó allí, sola con sus lágrimas, cargando nuevamente la culpa, mientras USA permanecía impasible, como si las sombras de sus propios crímenes no existieran o fueran menos importantes. La relación entre ellos, aunque nunca verdaderamente amistosa, ahora estaba teñida de una amargura que Japón sabía que nunca podría olvidar.