USA entró en la casa de México con su usual aire de confianza, una sonrisa en su rostro, y la mano puesta en el hombro de México, como si reclamara lo que era suyo. Los Estados, los hijos de México, estaban reunidos en la sala, y al verlo entrar, una tensión palpable se sintió de inmediato.
USA: (con voz despreocupada) “Bueno, chicos, vámonos. Nos vamos con papá hoy.”
Algunos de los Estados cruzaron los brazos, incómodos. No les gustaba cómo USA hablaba con ellos, como si fueran inferiores, como si no tuvieran voz. Sinaloa, en particular, se sintió helado al escuchar esas palabras. Trató de no mirar a USA directamente, pero su incomodidad era evidente.
Puebla: (acercándose a Sinaloa) “¿Qué pasa contigo? Pareces un fantasma.”
Sinaloa: (nervioso, mirando a sus pies) “No me gusta... no me gusta cuando está aquí.”
Puebla: (frunciendo el ceño) “¿Por qué? Es solo USA. México lo ve bien.”
Sinaloa: (en voz baja) “Es que... he escuchado cosas. Cosas que ha hecho en otros lugares... con otros países. No es el tipo de persona que dice ser. Algo en él... me pone los pelos de punta.”
Puebla miró a su hermano menor, sorprendido por lo serio que sonaba. Sabía que Sinaloa no solía asustarse fácilmente, y verlo así lo hizo sentir una inquietud que no podía ignorar.
USA: (mirándolos desde el otro lado de la habitación) “¿Qué pasa, chicos? Vamos, no sean tímidos. Con papá estarán bien.”
La sonrisa de USA no hizo más que intensificar el miedo en Sinaloa, quien apenas logró contenerse de dar un paso atrás. Puebla ahora entendía un poco mejor el miedo de su hermano. Algo en esa sonrisa parecía... vacío.
Puebla: (en voz baja, volviendo a mirar a Sinaloa) “Creo que entiendo lo que dices.”
Sinaloa asintió ligeramente, sus ojos fijos en USA, sabiendo que debajo de esa fachada amable había algo mucho más oscuro.