1. Dolor en la oscuridad.

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Dolor en la oscuridad.

La ciudad dormía y un halo de luna iluminaba aquella escena en la calle desierta. Los faroles parpadeantes proyectaban sombras grotescas en las paredes de los edificios abandonados.

El mundo se tambaleaba a mi alrededor, un borrón de luces y sombras. Mis oídos zumbaban, amplificando el latido frenético de mi corazón. Sentía un dolor sordo en todo el cuerpo, como si me hubieran golpeado contra una pared una y otra vez. El sabor a puro metal en la boca estaba a punto de ahogarme, quise alejarme gateando pero mis estropeadas rodillas no lo permitieron, haciendo que finalmente me desplomara boca abajo, observando a lo lejos un viejo farol al final del insulso callejón.

Cada latido era una daga clavándose en mi costado. Un frío gélido me recorría, como si me hubieran sumergido en un lago helado. El dolor era un latido constante, un tambor martilleando en mis sienes. Mis ojos ardían, la visión se me nublaba y cada respiración era una agonía. Mi estómago se revolvía, amenazando con expulsarlo todo. Quería gritar, pero el sonido se ahogaba en mi garganta, atrapado en la maraña de dolor que me oprimía. Era como si mi cuerpo fuera un campo de batalla, y cada célula se rebelara contra mí.

La noche me había envuelto en un manto de soledad y oscuridad, la muerte parecía susurrarme al oído.

En un momento crucial dejé de sentir dolor, frío y hasta mi propio cuerpo. Encima de aquel pavimento, mi cuerpo se estremeció por última vez antes de dar lo que parecía ser su último suspiro.

Los ojos se me cerraban a pesar de mí esfuerzo para que no lo hicieran, pero un sonido me obligó a mantenerlos abiertos. Una voz, profunda y ronca, como el gruñido de un animal salvaje.

— ¿Aún vives? — la pregunta era más una acusación que una muestra de preocupación.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, no solo por el frío, sino por la frialdad que emanaba de esa voz. Sus ojos, dos zafiros azules en la oscuridad, me perforaban.

¿Que esperaba? ¿Que le respondiera? ¿En aquel estado, donde hasta tragar me dolía?

La figura se inclinó más cerca, su aliento cálido rozando mi rostro. Entonces, sentí sus dedos fríos tocar mi pulso.

— Aún late — murmuró, más para sí mismo que para mí. A continuación, sentí un dolor agudo cuando me levantó bruscamente del suelo. El mundo se volvió borroso y perdí el conocimiento.

Pitidos, voces desfiguradas y un movimiento constante se oía por todas partes. Me estaba asfixiando, no podía tragar y mucho menos respirar con normalidad. Cuando la batalla con mis propios ojos terminó, las luces blancas cegadoras me obligaron a cerrarlos de nuevo, cuando adapte la visión estaba rodeada de blanco. Luces y paredes.

Un gemido escapó de mis labios resecos. Intente mover una mano, pero la pesadez de las vendas la inmovilizó. Un sudor frío me recorría la espalda mientras la realidad se filtraba lentamente en mi  conciencia.

¿Dónde estaba?

Los recuerdos golpearon como un mazo. El callejón, la oscuridad, el dolor... Un escalofrío me recorrió. Había estado en el hospital, ¿verdad?

Intente incorporarme, pero un dolor agudo en el costado me obligo a volver a recostarme. La respiración se me aceleró, y el corazón latió con fuerza contra mis costillas.

Cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear las imágenes que me atormentaron de la noche anterior. Recuerdo lo que pasó, recuerdo perfectamente el dolor, los golpes y la pesadez del cuerpo. Pero había algo en blanco. Como un agujero.

¿Quien? ¿Quien fue mi verdugo?

De repente, la puerta se abre y entra una enfermera. Me encogí ante la luz. La enfermera se acercó a la cama y me toma la mano.

Cuando nos encontramos © (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora