2. Territorio enemigo.

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Territorio enemigo.

Había tomado la excelente idea de tomar unas extensas vacaciones, luego de años de trabajar para la biblioteca local en Meriland, era justo lo que necesitaba. Siempre había querido visitar el Castillo de Hunedoara y el teatro Nacional de Bucarest en Rumania. Me apasionaba el arte y para mi, aquello lo era. La siguiente parada sería Isla Vaadhoo, en Las Maldivas. Conocida como el "Mar de Estrellas". Simplemente era algo que soñaba desde hace mucho.

Pero mi excursión terminó en cuanto fui arrastrada en plana noche a un callejón y golpeada hasta perder la conciencia.

La noche había caído cuando aquel hombre de ojos hermosos, regresó a la habitación. Esa vez, no venía solo. Dos hombres más, corpulentos y silenciosos, lo acompañaban. Sentí el pavor recorrer mi cuerpo. Sabía que era el momento de la verdad.

— Es hora de irnos — dijo, su voz carente de emoción.

¿Ir a donde? ¿Quien era? ¿Que diablos quería conmigo? Solo pensaba en mi mamá y Izzy, ni siquiera sabía si habían encontrado mi teléfono y si ellas se estaban volviendo locas al no saber nada de mi, pues prácticamente les mandaba videos de mi día a día, siempre.

Negué a moverme — No voy a ir a ningún lado con ustedes.

Uno de los hombres se acercó a la cama y me tomó de los brazos. Luche con todas mis fuerzas, pero era inútil. Estaba muy adolorida. Era demasiado débil para enfrentarme a ellos.

Me sacaron de la cama y me sentaron en una silla de ruedas. Al cruzar el gran pasillo repleto de pacientes, enfermeros y hasta guardias de seguridad, nadie se atrevió a intervenir, ni a decir nada. Miré a la enfermera que me había atendido todo el tiempo de mi estadía allí, en busca de ayuda, ella solo desvió la mirada al piso. Cuando pasamos por al lado del guardia este saludo con la cabeza a los tres hombres.

Obviamente tenían algún tipo de poder sobre esa gente.

Traté de gritar, pero una mano grande me tapó la boca. Estaba adormecida por todos los analgésicos que me proporcionaban todos los días. Me subieron a un coche. Fui arrojada al asiento trasero haciendo doler mis heridas. A través de la ventanilla, vi cómo el hospital se alejaba cada vez más. No sabía en qué preciso momento había comenzado a llorar, pero sentía la barbilla empapada de las lágrimas. No tenía ni idea de a dónde me llevaban, pero claro estaba que era secuestro. El ojo de gato se sentó a mi lado, sin decir nada.

— ¿Dime a dónde vamos? — exigí.

Me miró con los ojos un poco más oscurecidos — Me estás cansando.

Me sentía como un animal acorralado, sin esperanza de escapar. Me acurruqué en un rincón de la camioneta, temblando de miedo. No confiaba en ese hombre ni un segundo. ¿Quién era él? ¿Qué quería?

El viaje duró horas. Perdí la noción del tiempo. Por la ventana, solo veía pasar árboles y casas. Las lágrimas silenciosamente caían por mi rostro, mientras imaginaba todo lo que me podía pasar donde sea que me llevaran.
Finalmente, el coche se detuvo en una carretera solitaria.

— Sal — ordenó cuando bajo del auto.

Imaginaba calabozos, casas destruidas y desgastadas, oscuras y lúgubres. Pero al estar parada frente aquella mansión de estilo italiano con tejas grises y pintura hueso muy estilizada, no supe que pensar. Era una mansión de algunos tres pisos y trece habitaciones aproximadamente. Con jardines muy bien cuidados. Aquello era una exquisitez, en el medio del bosque.

Con un tirón brusco, me sacó de la camioneta y empujó mi cuerpo hacia el interior de la mansión. Daba gracias internamente de que la bata de hospital no se haya roto o abierto con tanto movimiento.

Cuando nos encontramos © (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora