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La primera noche fue la más difícil. Entre detener la hemorragia y tratar de que el cuerpo de Milo no perdiera más calor del que ya había perdido, esa noche se volvió una verdadera lucha contra la muerte. Gracias a los dioses había descubierto que si alternaba el uso de su cosmos con la presión que realizaba sobre la herida, el cuerpo de Milo hacía lo más difícil: comenzar a cicatrizar. La herida dejó de sangrar al amanecer, no obstante, la pérdida de sangre se volvió su temor más grande. Hace tiempo había leído que, si el cuerpo humano perdía más del veinte por ciento de sangre, podría sufrir diferentes complicaciones que iban desde daño cerebral, renal o inclusive la muerte. Rogó en silencio a Athena, que Milo no hubiera cruzado esa línea.

La segunda noche no se atrevió a cerrar los ojos pese al cansancio que sentía presionar su cuerpo. Y para que su mente se mantuviera distraída de las miles de sensaciones que atravesaban su pecho por ver a su amigo en aquellas condiciones, se concentró en avivar el fuego para que la habitación se mantuviera caliente y el checar la temperatura de Milo para evitar que esta disminuyera más.

La tercera noche no soportó el cansancio. Sin darse cuenta se quedó profundamente dormido en la silla que había ocupado en escasos momentos, eso después de levantarse de la cama y estirar las piernas. Esa noche soñó que estaba paseando por la playa cercana al santuario. Sus aguas, a diferencia de otras veces, permanecían tranquilas. Un precioso anaranjado con sutiles rosas, azules y amarillos, pintaban el cielo sobre él. Sus pies descalzos se hundían sobre la suave arena debajo de sus pies, y aunque la sensación era extraña, pronto descubrió que también era relajante. Se preguntó entonces por qué no había hecho eso antes: ir a la playa, quitarse los zapatos y caminar sobre la orilla, donde sus pies se hundían en la arena y las olas llegaban ligeras a mojar sus tobillos.

De pronto, una mano apretó la suya, y Camus, que no se había dado cuenta de que alguien estaba junto a él, volteó hacia su dirección. Enseguida supo por qué es que estaba haciendo aquello. ¿Cómo no hacer ese tipo de cosas que lo sacaban de su zona de confort, si el responsable era Milo?

Escorpio, junto a él, le regalaba una radiante sonrisa que bien podía iluminar todo a su alrededor cuando la oscuridad de la noche los alcanzara. Pero lo que más le sorprendió fue que Milo entrelazó sus dedos con los suyos, mientras sus labios se movían como diciéndole algo. No obstante, las palabras dichas jamás fueron escuchados por él. El "¿qué?", se quedó atorado en su garganta, pues en ese momento, y para su sorpresa, Milo, ya frente a él, lo tomó de las mejillas, se acercó lento a su rostro y, tras repetir aquellas palabras, que esta vez sí logró escuchar, lo besó.

Se despertó de golpe, con una terrible opresión en el pecho e intuyendo que ese sueño había sido una despedida. No, aquello no podía ser una despedida. Titubeante volteó a donde el cuerpo de Milo todavía permanecía acostado. Contuvo la respiración y se concentró en observar el movimiento de su pecho. Fueron segundos, tortuosos segundos donde las lágrimas ya comenzaban a acumularse en la comisura de sus ojos, sin embargo, para su alivio, el movimiento se dio. Un lento sube y baja que le devolvió la respiración e hizo latir su corazón una vez más. Se puso de pie y tomó su lugar habitual, a la derecha de escorpio, donde sin dudarlo se arrodilló en el frío piso y sujetó su mano para luego llevarla a sus labios.

—Despierta para que podamos ir a caminar a las orillas de la playa. Para que salgamos una de estas noches y por fin podamos ver la aurora boreal juntos. Por eso fue por lo que viniste, ¿no? Para asegurarte de que realmente es tan bella como te lo he dicho.

Apretó con gentileza la mano de Milo, en ningún momento apartándola de sus labios, y entonces las lágrimas acumuladas en sus ojos comenzaron a salir.

En esa tercera noche, se permitió dejar salir la frustración, el dolor de ver a Milo en aquellas condiciones, porque si él lo hubiera detenido, nada de eso estuviera pasando. 

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora