Capítulo 3: Sombras en el Horizonte

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El sonido de la alarma resonó en la habitación de Valeria, sacándola de su sueño profundo. Con los ojos aún entrecerrados, extendió la mano para apagarla, deseando poder quedarse en la cama un poco más. Sin embargo, sabía que tenía que levantarse; el instituto no esperaría.

Mientras se arreglaba, sus pensamientos volvieron a lo ocurrido en los días anteriores. La nota misteriosa, la conversación con Adrián, y la extraña sensación de que algo estaba cambiando en su vida. Todo aquello le producía una mezcla de curiosidad y ansiedad. Se preguntó qué le depararía el día de hoy, pero decidió no dejar que sus pensamientos la abrumaran demasiado. Había aprendido a lidiar con sus preocupaciones a lo largo de los años, enfocándose en lo que estaba frente a ella, un día a la vez.

Después de despedirse de su madre con un rápido beso en la mejilla, Valeria salió de su casa, respirando profundamente el aire fresco de la mañana. Mientras caminaba hacia el instituto, intentó despejar su mente, pero su tranquilidad se vio interrumpida por el zumbido de su teléfono. Era un mensaje de Luna.

"¿Dónde estás? No te lo vas a creer, ¡tenemos nuevos estudiantes en la clase! Los rumores dicen que son... interesantes. Nos vemos en los casilleros."

Valeria frunció el ceño, intrigada. El instituto Silver Valley no solía recibir muchos nuevos estudiantes a mitad de año. Era un lugar bastante tranquilo y tradicional, donde los cambios eran raros y, por lo tanto, siempre notables. Aceleró el paso, deseando llegar cuanto antes para ver qué estaba sucediendo.

Al llegar, encontró a Luna esperándola frente a su casillero, claramente emocionada.

—¡Por fin llegas! —exclamó Luna, agarrando a Valeria del brazo y tirando de ella hacia la cafetería—. Tienes que verlos. Llegaron esta mañana y ya todos están hablando de ellos.

Valeria dejó que Luna la llevara, notando cómo los murmullos a su alrededor aumentaban a medida que se acercaban a la cafetería. Las miradas curiosas de los estudiantes se dirigían todas hacia una mesa en particular, cerca de la ventana. Cuando Valeria finalmente pudo ver lo que estaba causando tanto revuelo, entendió por qué.

Sentados en la mesa, había tres chicos nuevos que destacaban claramente entre los demás. Eran altos, con una presencia que inmediatamente capturaba la atención. Había algo en ellos, en la manera en que se comportaban, que emanaba confianza y un aire de misterio. Parecían estar completamente a gusto con la atención que estaban recibiendo, como si estuvieran acostumbrados a ello.

—Ellos son —susurró Luna, con una mezcla de admiración y nerviosismo—. Los tres son hermanos, y acaban de mudarse a Silver Valley. Se llaman Max, Sophie y Leo Rodríguez.

Valeria observó a los tres con detenimiento. Max, el mayor, parecía tener unos dieciocho años. Tenía el cabello oscuro y los ojos grises que parecían analizar a todo el mundo a su alrededor con una especie de desdén frío. Su postura era relajada, pero su expresión indicaba que estaba en constante alerta, como si nada escapara a su atención.

Sophie, la mediana, tenía una belleza etérea. Sus rasgos eran delicados, con el cabello largo y rubio cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos, de un verde profundo, brillaban con una intensidad que contrastaba con su apariencia tranquila. Valeria notó que Sophie sonreía ligeramente, pero había algo en esa sonrisa que la hacía sentirse incómoda, como si supiera algo que los demás no.

Leo, el menor, era el más exuberante de los tres. Tenía el cabello castaño claro, casi dorado, y una energía juvenil que irradiaba en cada uno de sus movimientos. A diferencia de sus hermanos, parecía más interesado en socializar, hablando animadamente con los estudiantes que se habían atrevido a acercarse a su mesa. Sin embargo, incluso en él, había algo que no encajaba del todo, una sombra en sus ojos que Valeria no podía identificar.

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