El planeta de los dioses

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Freezer salió de la habitación junto a su compañera, pero al cruzar la puerta, cada uno tomó caminos diferentes. Habían concluido los trámites necesarios para delegar todos los asuntos laborales durante la ausencia del emperador, quien pronto se dedicaría por completo a su entrenamiento fuera de su planeta y de su nave, durante varios meses.

Días atrás, Freezer había mostrado a su invitado los rincones de su planeta y su imponente palacio, una estructura descomunal que empequeñecía la nave en la que hasta entonces se había movido. Cell, asombrado, no pudo evitar preguntarse por qué Freezer, estando solo, requería de un espacio tan inmenso… salvo, claro, por la presencia de aquella mujer enigmática que parecía ser la única compañía estable del emperador. Freezer le explicó que, además de ser su hogar, el palacio estaba diseñado para sus operaciones militares y comerciales, con espacios destinados a su ejército y empleados, así como áreas para actividades diplomáticas y de ocio personal.

Finalizadas sus obligaciones, Freezer dio órdenes precisas a sus empleados y cocineros: el banquete debía ser abundante y especialmente esmerado, considerando que dos dioses serían los invitados de honor. Mientras se ocupaban de los preparativos, Freezer se dedicó a alistar las pocas cosas personales que necesitaría llevarse, en caso de que Whis accediera a entrenarlo. Solo artículos de aseo personal; sabía que, en cuanto a vestimenta, no necesitaba nada.

—Tu habitación es… muy grande. Diría que demasiado espaciosa para una sola persona —comentó Cell, observando los detalles exóticos y suntuosos de la estancia.

—Siempre he disfrutado del lujo —replicó Freezer, esbozando una sonrisa fría, a la cual Cell respondió con una leve risa arrogante.

—Así que, ¿hoy es el día en que invitaremos a esos dos dioses a un banquete para pedirle al maestro Whis que nos entrene?

—Así es —respondió Freezer, mientras lo miraba con seriedad—. Y ahora que lo mencionas, tengo que darte unas instrucciones sobre cómo dirigirte a ellos. No son deidades a las que puedas tratar con familiaridad. El señor Bills no es como mi padre, que permite ciertas confianzas.

—Vaya, el señor Cold puede ser amigable… cuando quiere. Aunque a mí nunca me molestó su doble cara —murmuró Cell, sonriendo con altanería.

—Eso no importa ahora —replicó Freezer, frunciendo el ceño levemente—. Debes recordar que, aunque el señor Whis es más accesible, el señor Bills es estrictísimo. Si él dice algo, obedeces. Ni siquiera pienses en pedirle explicaciones. Basta que levante la mano para borrarnos de la existencia.

—Eso suena… intimidante. No había oído hablar de alguien como él. Apenas conocía a tu familia —comentó Cell, mirando alrededor de la habitación con interés.

—Probablemente porque tu creador era un terrícola, y los terrícolas no tienen idea de quién es Bills —respondió Freezer, mientras guardaba los últimos objetos de su tocador en un pequeño estuche.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Cell, observando las pertenencias que el emperador guardaba.

—Son objetos personales, aunque supongo que no lo entenderías. No eres de los que aprecian este tipo de cosas.

Terminando de alistar sus cosas, Freezer se volvió hacia él con una mirada firme.

—Escúchame bien, insecto. Al señor Bills le hablarás con total respeto. Ni un tono de arrogancia, ni una sola palabra fuera de lugar. Con el señor Whis debes ser igual de respetuoso, aunque no es tan severo. De hecho, probablemente él sea quien nos entrene. Pero si intentas decir o hacer algo inapropiado frente a ellos, se acabó.

—En resumen, tengo que dejar de ser yo mismo mientras estén aquí —ironizó Cell.

—Y sobra decir que ni se te ocurra insinuar nada de tipo íntimo en su presencia, o menos aún en su planeta. Si el señor Bills se entera, nos destruiría en el acto. A ambos —advirtió Freezer, cruzándose de brazos.

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