¡YA no bebo ron-cola!

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La reunión duró más de lo previsto y Javier Sueca esperaba en su despacho desde hacía media hora. La eficaz Rosa le había preparado una de sus deliciosos y aromáticos cafés a los que se empeñaba en edulcorar en demasía.
Se disculpó y abordaron una hora y media de despacho. Listos los pormenores de Galatea, una sociedad literaria a la que representaba, se tomó un momento para llamar a su abogada. Como no contestaba, llamó a su padre,pero saltó el contestador automático.
A las dos y cuarto por fin se tomó un descanso para almorzar. Los viernes comía en un pequeño restaurante italiano a dos calles de su trabajo. Como siempre se pidió 'farfalle al gorgonzola', que devoró con prisa para poder tomar un té relajante antes de volver de nuevo al trabajo .
A su vuelta sobre su escritorio había un papel de color conocido.
-¿Rosa quien ha traído esta nota? -¿Cuál nota?
- Esa de color crema tostada, la que va en papel satinado.
Rosa bordeó mi escritorio como un capitán bordea Cabo Verde con su nave. Con una incredulidad en su mirada, no hizo falta que me asegurara que ella no sabía nada.
-Está bien, no te preocupes, no será nada. Le dije a Rosa acordándome donde había visto antes ese papel. Concretamente la última vez estaba pegado en mi cara. Lo abrí lentamente, pensando en mil explicaciones que me resultaron plausibles. Al final la nota volvió a descolocarme.

¿Quieres saber su pasado?
¿Quiere saber quién fue su madre?

Y nada más, ni teléfono, ni dirección, ninguna pista para aclarar quién o qué estaba intentando mandarme un  mensaje.
En mi móvil sonó esa desagradable melodía que me alertaba de que mi ex estaba al teléfono. Sin ganas lo cogí sin parar de sostener con una mano la nota.
- Berta ¿Has pensado ya lo que te dije anoche? Preguntó con un tono que quería sonar a amabilidad pero que dejaba entrever un poco de apremio.
- Estoy en ello, ahora no puedo atenderte, voy camino de una reunión. Mentí para quitármelo de encima. Pensé que algo debía de haber detrás de su ofrecimiento pues él nunca daba nada sin obtener nada a cambio.
Marqué el número de Merche Salgado, mi abogada matrimonialista y le expliqué el extraño ataque de generosidad de mi ex esposo.
- No te preocupes, me pongo en eso ahora mismo, aunque de entrada me suena a que nos estuviese ocultando algunas propiedades o bienes que no desean incluir en el trato de divorcio, ya te digo algo mañana.

Cuando llego a casa me preparo una ensalada, hoy ponían un programa sobre el nacimiento del mundo a cargo del maravilloso Morgan freeman.Me acurruqué en mi sofá y disfruté de mi noche de viernes.
Qué diferente hubiera sido el años pasado, cuando aún estaba con Mateo. Ahora estaría tomándome un ron-cola con mis amigos. Mateo estaría reunido con la de turno. El licuado estaba entonces de moda, después se irían al Raimundo 42 y por último tomarían unas fajitas en La taquería de Hugo, para poder coger los coches. Rosa se iría la última, como siempre. Los demás, Agustín, Pepe, Marcelo, Lola y Ana se irían antes. Como se reían y los buenos chistes que contaba Agustín. Ahora me tenía que conformar con Morgan Freeman.

Tras la separación, solo Rosa y Marcelo se pusieron de mi parte. De los chicos me lo esperaba, los hombres son así, todos para uno... Pero de Lola eso sí que dolió, no que no me hubiese apoyado, sino que también hubiese tenido  sus 'reuniones' con Mateo.
Después de eso, las ganas de diversión se esfumaron y mis contactos con el mundo de la diversión se habían limitado a un par de citas, siempre con Rosa. Ella era un amor pero estaba en la edad de pasarlo bien así que cuando por tercera vez insistió, me inventé un terrible dolor de cabeza. Rosa que de tonta no tenía un pelo me dijo que a la próxima no podría decirle NO y de eso ya ha pasado un mes y pico.
Ahora tampoco tomaba ron-cola, porque beber sola en casa me daba un aspecto decadente. Ya me imaginaba bebiendo como una esponja, rodeada de cajas de pizza, la habitación atestada de periódicos, gatos y basura. Solo estaba a un paso, así que dejé  el ron-cola  y me pase al té.  Este siempre me espabila, tanto que estaba adquiriendo la costumbre de pasar los viernes noche ocupada, limpiando la casa, vaciaba cajas de mi reciente mudanza, elaboraba planes de vacaciones, leía libros.

Al final lo que más me relajaba era una extraña costumbre adquirida en el internado,me gustaba tejer, de pequeña hice dos preciosas bufandas para mis padres adoptivos, Emilio y Susana. Ella murió hace cinco años, una arritmia cardíaca se la llevó.

A papá el corazón siempre le funcionó de maravilla, gran deportista, nunca fumo, nada de alcohol. A su vejez, cuando se casó en segundas nupcias, era de esperar, pues pocos hombres se conservan a los sesenta con ese cuerpo, se volvió vegano. A Emilio su hijo casi le da un síncope, siempre fue como mamá, más de chuletón.

¿Dónde estarían aquellas bufandas ahora?sabía que Susana jamás las quiso tirar.

Cuánta falta le hacía ahora su madre. Quisiera preguntarle tantas cosas, aunque siempre le aseguró que no sabía nada de su pasado sabía que ella conservaba la ropita con lo que las hermanas le enviaron. Tal vez la ropa tuviera alguna marca, algo que la identificara.

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