- El era un bello Ángel, el más celestial que podrás imaginar ,con ojos encantadores más hermosos que el diamante, el brillante zafiro deslumbraba a cualquiera, su dulce inocencia y dulzura eran inigualables, con piel de porcelana como la de un pequeño bebé, dorados cabellos y un estapando de estrellas en sus mejillas. Simplemente precioso,y con tal hermosura, también era deseado por muchos y muchas, entre Ángeles, también demonios del mismo infierno que solo deseaban dañar su frágil piel de porcelana.
El era una oveja entre los lobos, y habló de los demonios que diariamente trabajar de cortejarlo, insinuaban cosas de el y lo invitaban a tener relaciones de vez en cuando.
Dios sabía el riesgo que corría al tener a un Ángel tan lindo como lo era aquel, no deseaba perder a su hijo pero tampoco quería que su belleza causara estragos en su Reino de los cielos.
Ante los pensamientos que torturaban su mente, no tuvo más remedio que llamar al Ángel y decirle lo que tenía guardado.
─ oh hijo mío... Tu gran belleza puede ser peligrosa y eso conllevaría a un posible caos en el reino... Entiendeme, a ti y a todos tus hermanos... Debes irte de los cielos hijo mío.. ─ baja la cabeza con tristeza al saber lo que acaba de hacer. Pero no hay más remedio y era su única opción. Sin embargo, el Ángel entre el dolor de abandonar su hogar y el ser traicionado por su padre (según creía el) escapa derramando lágrimas doradas, cons sus grandes alas blancas, vuela por lo alto.
Su padre solo cree que es un simple acto de rebeldía y lo deja ir, pues también sabe que no es fácil aquella noticia.
Mientras el Ángel volaba por los Aires, las doradas lágrimas seguían emergiendo de sus ojos zafiro. Lejos se va, queriendo olvidar el dolor y tratar de sanar su dañada alma al sentirse traicionado de esa forma. Baja lentamente, aterrizando en un gran campo de flores doradas iguales a su cabello. Sentándose entre las flores y el verdoso césped, limpia con sus manos sus alas y al igual forma sus ojos.
