Capítulo 1

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la curiosidad atrapó al gato


El cansancio ya era casi insoportable. Las interminables vueltas que mi madre me hacía dar por los pasillos del hospital se sentían como un castigo. Mi abuela, la madre de mi madre, había sufrido un accidente hacía pocas horas. Un brazo roto, nada más que eso, pero suficiente para que su vecina la llevara al hospital y mi madre entrara en pánico. Apenas se enteró, me arrastró fuera de la casa, justo cuando estaba en el punto más profundo de mi meditación diaria. Y ahí estaba yo, vestida con mis trapos hippies, corriendo por la ciudad como si el mundo estuviera a punto de acabar. La vergüenza se aferraba a mí, pero no tanto como el dolor en mis piernas.

Al llegar a la recepción, aspiré una gran bocanada de aire, intentando calmarme mientras mi madre averiguaba con las enfermeras sobre mi abuela. No es que sea sedentaria, pero correr diez cuadras sin poder tomar un taxi porque a mi madre se le olvidó la billetera... bueno, eso ya es otra cosa. Solo rezaba para que mi abuela no estuviera en el último piso. No creo que mis piernas lo soportaran.

Unos minutos después, mi madre me llamó desde el otro lado de la sala. Al parecer, mi abuela estaba cerca, en unas habitaciones no tan lejos. Sentí un alivio inmenso. Finalmente, mis piernas podrían descansar.

Dejé que mi madre se adelantara. Necesitaba unos segundos para recuperar la compostura, para poder ver a mi abuela en las mejores condiciones posibles. No la veía desde hacía días, y la verdad es que la extrañaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Desde que mi abuelo falleció, ella dejó de ser la misma. No más sonrisas constantes, no más abuela Amelia llena de vida. Pero lo entiendo. Ellos eran almas gemelas, dos mitades de un todo que el tiempo separó. La enfermedad que se llevó a mi abuelo también se llevó una parte de ella. Y, siendo sincera, una parte de mí también.

Tomé otra bocanada de aire y me adentré en el pasillo que me llevaría hasta mi abuela. Mientras caminaba, no pude evitar la tentación de espiar las habitaciones abiertas. La curiosidad es algo que siempre ha sido parte de mí, y con cada puerta abierta, mis ojos se desviaban. Algunas habitaciones estaban llenas de alegría; nuevas vidas llegando al mundo. En otras, el ambiente era más sombrío; despedidas cargadas de dolor. Pero cuando estaba a punto de llegar a la habitación de mi abuela, una en particular captó mi atención.

Lo primero que noté fue la soledad que emanaba del lugar. La puerta estaba abierta, y la vista directa a la espalda de alguien sentado en la camilla me dejó sin aliento. Tenía el cabello dorado, rizado, cayendo en sus hombros de una manera que parecía casi irreal. Su delgadez era evidente, y de inmediato sentí una punzada de angustia en mi pecho. Se veía enfermo, frágil, y completamente solo.

Sin darme cuenta, me había detenido frente a la puerta, incapaz de apartar la mirada. Pasaron unos segundos antes de que la persona se volteara, como si hubiera sentido que lo estaba observando. Era un chico. Sus ojos, de un color miel intenso, se clavaron en los míos. Su mirada era profunda, casi desafiante, dejando claro que no le agradaba ser observado como un animal en exhibición. Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza. La vergüenza se apoderó de mí, congelándome. Pero en un acto reflejo, me giré y corrí hacia la habitación de mi abuela, deseando que, al desaparecer tan rápido, el chico se olvidara de mí.

Llegué a la habitación 105 con el corazón latiendo a mil por hora, como si hubiera vuelto a correr esas diez cuadras. Pero esta vez, mi corazón no latía por la carrera, sino por ese chico.

...

Me giré lentamente, encontrándome con las miradas inquisitivas de mi madre y mi abuela. Sabía que si notaban mi agitación, empezarían a hacer preguntas. No podía permitir que lo ocurrido con el chico llegara a oídos de mi madre, así que me esforcé por recuperar la compostura rápidamente, intentando no delatarme.

El arranca corazones(Borrador) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora