Capítulo 4

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No tropieces dos veces con
la misma piedra

Mi mochila pesaba cada vez más sobre mis hombros, como si en lugar de libros llevara el peso de un día interminable. La puerta de mi casa estaba a solo unos metros, pero mis pies estaban tan agotados que avanzar más rápido era imposible. Las clases habían terminado, o más bien, me las habían terminado. La señorita Claudia, en un acto de celos tan evidente como injusto, me expulsó del aula, acusándome de no dejar hablar a la profesora ni permitir que los demás estudiantes pusieran atención. Y, para colmo, me llenó de trabajos para la semana, como si quisiera que cada momento libre de mi vida se convirtiera en una extensión de su frustración. En cambio, Nathan, con esa indiferencia que tanto me desconcertaba, quedó inmune a todo castigo. No pude evitar sentir una punzada de rabia e injusticia.

Al entrar en casa, colgué mi mochila en los percheros de la pared que están bajando la escalera. Sentí un ligero alivio al deshacerme de ese peso, aunque el verdadero peso que cargaba no era físico. Mamá, que ya estaba en casa después del trabajo, se asomó desde la puerta de la cocina. Al verme, una sonrisa de bienvenida se dibujó en sus labios, como siempre lo hacía, irradiando calidez en mi tormentoso día.

—Hola, hija mía —saludó mamá, saliendo por completo de la cocina. Llevaba su cabello castaño recogido en una coleta alta, firmemente amarrada con una cofia. Supuse que ya estaba preparando la cena o algo para el día siguiente, como siempre hacía cuando salía temprano del trabajo.

—Hola, madre —respondí, forzando una sonrisa que intenté llenar de alegría, aunque por dentro me sentía agotada y frustrada. Me acerqué a ella y la abracé, buscando en su calor un poco de consuelo después del caos del día—. ¿Cómo estás?

Me separé del abrazo y la miré, esperando una respuesta que me reconfortara, algo que me devolviera la paz que había perdido en las últimas horas.

—Estoy bien —exclamó con entusiasmo—. Hoy mi jefe me dio permiso de salir más temprano porque me han necesitado hasta más tarde en la oficina toda la semana. Así que vine corriendo a casa y estoy preparando unos ricos macarrones con queso para la cena. —Terminó su frase con una sonrisa amplia y unos pequeños saltitos que delataban su felicidad—. ¿Y tú? ¿Las clases acabaron más temprano? —Preguntó mientras miraba la hora en su reloj.

—Sí, la profesora de la última clase tuvo un inconveniente, así que no pudo asistir —mentí con naturalidad. No quería preocuparla ni cargarla con mis propios problemas—. Pero no era una clase demasiado importante, así que no hay problema.

Mamá me observó con sus ojos llenos de amor y ternura, y con su habitual gesto maternal, corrió un mechón de cabello que caía sobre mi rostro. Ese gesto, tan suyo y tan de mi abuela, siempre me hacía sentir querida y protegida, aunque fuera solo por un instante.

—Qué bueno, hija. Así llegas a descansar más temprano —comentó mientras se daba la vuelta para volver a la cocina. Yo la seguí, sintiendo una pequeña chispa de normalidad que me ayudaba a despejar la mente.

En la estufa, la olla hirviendo con los macarrones llenaba la cocina con su aroma reconfortante. Mamá añadió una gran bolsa de queso cheddar, unos polvos de cúrcuma y un toque de crema de leche. Los macarrones con queso de mamá siempre habían sido mis favoritos; era como si cada cucharada trajera de vuelta un pedacito de mi infancia, esos días en los que las preocupaciones eran pocas y la felicidad se encontraba en cosas tan simples como una comida casera.

El arranca corazones(Borrador) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora