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Es sábado, un día antes de la celebración del Día de la Familia en Auradon. Mal, Ben y la Hada Madrina han estado ocupados con los preparativos finales, asegurándose de que todo esté en orden para el gran evento. Aunque para muchos es una ocasión importante, para Maléfica no ha sido más que un día cualquiera, sin mayor relevancia en su agenda.

Mientras tanto, en uno de los salones del palacio, Mal ha estado tratando de convencer a su padre, Hades, de quedarse un par de días más. Ha pasado casi toda la semana insistiendo, pero la tarea ha resultado ser más complicada que conseguir que él le diera su brasa. Hades, fiel a su carácter, no es fácil de persuadir.

—Es muy importante para mí que estés presente, papá —dijo Mal por décima vez, mirándolo con sus característicos ojos de cachorro. Una táctica que, aunque sabía que a su padre le irritaba, siempre le había dado buenos resultados.

Hades levantó una ceja con escepticismo al escuchar la súplica de su hija.

—No —dijo, señalando a Mal con una mirada de advertencia—. ¿Qué te he dicho de esa cara?

Mal infló las mejillas y cruzó los brazos, claramente frustrada, pero aún decidida a no rendirse. Sabía que Hades no era fácil de convencer, pero también conocía su punto débil: ella.

—¡Por favor! —exclamó, rodando los ojos como si estuviera haciendo un berrinche—. ¡Soy tu hija!

Hades suspiró, sabiendo que estaba en una situación complicada. La persistencia de Mal era innegable, y esa misma terquedad le recordaba a alguien más: Maléfica. Al parecer, Mal había heredado ese rasgo de su madre.

—Mal, sabes que no soy el tipo de persona que se siente cómodo en esas celebraciones cursis —dijo Hades, moviendo las manos como si intentara apartar la idea de su mente—. ¿Qué se supone que haga allí? ¿Sonreír y fingir que soy el padre del año?

Mal sonrió con astucia, aprovechando la apertura que Hades le había dado. Se acercó a su padre, lo tomó de los hombros y lo guió suavemente hacia un sillón cercano. Una vez que él se sentó, ella comenzó a darle un masaje en los hombros, buscando suavizar su resistencia.

—No tienes que fingir, Hades —dijo Mal, entrecerrando los ojos con picardía—. Si te sirve de consuelo, tendrás la compañía de mamá. —Le dio un pequeño golpe juguetón en el hombro.

Hades bufó, cruzando los brazos en señal de descontento.

—Tu madre me odia, y yo a ella —sentenció con firmeza.

—Sabes que no es así —replicó Mal, no dispuesta a dejarlo escapar tan fácilmente.

Hades la miró, algo incrédulo.

—¿Entonces cómo es, Mal? La última vez que la vi, casi me lanza una lámpara que estaba colgada en la pared —se quejó, recordando con claridad el incidente.

Mal dejó escapar una risa suave, sin dejar de masajear los hombros de su padre.

—Eso fue porque no dejaste de provocarla, papá. Admite que solo querías llamar su atención.

Hades se hizo el indignado.

—No necesito su atención.

—Por favor.

Hades soltó un suspiro más profundo, visiblemente ablandándose ante la insistencia de su hija. Aunque odiara admitirlo, Mal tenía razón en muchas cosas, y sabía que si no asistía al Día de la Familia, Mal no lo dejaría vivirlo en paz.

—Está bien, está bien —cedió finalmente, levantando las manos en señal de rendición—. Me quedaré... Pero no me pidas que sonría.

Mal sonrió victoriosa, soltando los hombros de su padre y poniéndose de pie con un aire de triunfo.

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