Capítulo IV. Problemas

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La mañana llegó para ti en tu cabaña del valle. Todo se encontraba como lo habías dejado hace tres noches, la puerta principal estaba destrozada, las sobras de estofado se acumulaban en la mesa, todo se encontraba en su lugar. Todo, a excepción de un par de tus pertenencias más costosas. No sabías sí sentirte angustiada por el mal estado de tu hogar, o aliviada de que nadie hubiese intentado robarte mas cosas en tu ausencia.

Para este punto ya no valía la pena preocuparte de si alguien hubiese desvalijado tu casa mientras no estabas, o si algún oso salvaje se hubiese colado en la noche para comerse toda la comida de tu alacena. Estabas tan cansada que ya no valía la pena mortificarse por este asunto.

Subiste las escaleras directamente hacia el lavatorio del piso superior, y te diste una muy bien merecida ducha caliente. Soltaste un suspiro largo y sentido al entrar en contacto con el agua de la tina, el agotamiento que llevabas encima se fue calmando a medida que te sumergias en las tibias aguas de la bañera, metiéndote por completo hasta que sólo tu cabeza sobresalía de la superficie.

Querías apagar tu cerebro por un rato, fueron demasiadas situaciones estresantes en tan poco tiempo que ya no querías pensar en nada complicado, hasta que en un instante un pensamiento traicionero rondo por tu mente incansable.

—Tengo que ir a trabajar...—Murmuraste para ti misma entre las burbujas de la tina. Tu ausencia repentina debe haber levantado sospechas en el castillo.

Sin ganas de nada, saliste de la bañera para emprender camino hacia el pueblo, dirigiendote directamente al palacio real. Vestida con tu monocromático uniforme de sirvienta, tomaste tus cosas y saliste.

Ni los monitoreos diarios de los guardias, ni los jefes de la servidumbre impidieron tu camino a tu labor, esto te resultaba demasiado extraño, ¿acaso no habían notado tu ausencia? Te habías ido por días enteros, pero a nadie parecía extrañarle. Continuaste con tus labores en la cocina y seguidamente la recamara de la princesa, pero nadie volteaba a verte o se dignaba a hablarte.

Te sentías pequeña, perdida en el mar de uniformes negros y blancos, gente demasiado ocupada como para siquiera saludar. Era triste, pero por un lado, eso era bueno, nadie sospecharia de tu traición, si no se preguntaban el porque no te habían visto durante el gran baile, poco y nada se preguntarian si habías sido tú quien liberó a los prisioneros una semana atrás.

Por otro lado, aquella reveladora situación te hizo caer en cuenta de un hecho no tan placentero, eras alguien fácilmente remplazable, una sirvienta entre cientos de sirvientas más. Te encontrabas tan inmersa en ti misma que no conseguiste reaccionar a tiempo cuando aquel soldado te tomo por la muñeca llevándote a otro lugar.

—Perdoname por arrastrarte aquí sin previo aviso— Expresó el joven, confrontandote entre una de las paredes de piedra a la sombra de un tapete decorativo— Ahora que estamos solos podemos hablar con tranquilidad...¡¿Se puede saber en donde estabas?!¿Y por qué luces como si un carruaje te hubiese pasado por encima?

—Stefan...— Expresaste sobresaltada cuando lograste ver su expresión molesta una ves que este se quito el casco. Nunca lo habías visto tan molesto.

Miraste tu aspecto con detenimiento de arriba a abajo, algo confundida por la pregunta. Sin embargo, una fuerte sensacion de alivio te inundo en lo mas profundo de tu ser, un sentimiento cálido, un sentimiento que sabias que era extraño. Alguien había notado que faltabas, alguien te recordaba y te buscaba— ¿Realmete es tan malo mi aspecto?— Bromeaste fingiendo increduludad— Juro que acabo de bañarme.

—¿Siquiera te has mirado a un espejo? Luces como si acabases de salir del campo de batalla— Expresó secamente el rubio, soltando un suspiro de frustración— Pero eso no responde mi primera pregunta ¿en donde te metiste los últimos tres días?

—Verás...— Desviaste la mirada al recordar los términos del contrato mágico que habías acordado con la Reina Maleficia— No es algo fácil de decir.

El contrato indicaba que no podrías hablar con ningún humano acerca del pacto, de otra forma, por incumplir el mismo se te castigaría recibiendo uno de los potentes rayos de la Reina, acabando con tu vida en el acto. Te carcomia la conciencia el tener que mentirle a tu mejor amigo, el único con el cual compartias todo desde sus tiempos en el orfanatorio. Pero no podías dejarte morir de esa manera, debias encontrar otra forma de explicarle lo que te sucedía.

—Desapareces sin decir una palabra y regresas al castillo como si nada...tú no eres tan descuidada como para irte sin avisar, ni siquiera dejaste una nota, y por más que digas que te tomaste el día, la puerta de tu casa estaba hecha añicos cuando fui a buscarte...— Él Continuó con su discurso haciéndote escuchar todo lo que tenia que decir, por más que tuviesen la misma edad, el acostumbraba darte sermones como si de tu hermano mayor se tratase —¿Sabes lo preocupado que estaba? Lea no ha dejado de buscarte desde que se enteró de que tu casa se encontraba en ruinas y tu no estabas en ninguna parte. Ninguno de nosotros fue tan tonto como para tragarse ese rumor de que te fuiste a pasar la noche con un noble extranjero...

—Espera ¡¿Qué rumor?!— Interrumpiste indignada.

—Es algo sin importancia— Argumentó el rubio.

—Stefan...— Dijiste en tono amenazante, sabias bien cuando su inexpresivo rostro ocultaba algo— ¿Qué rumores?

Stefan dudó —La noche de tu desaparición, comenzó a circular un rumor entre las sirvientas, decían que seduciste a un hombre noble de un país extranjero. Pasando la noche con él para obligarlo a casarse contigo—  Confesó finalmente el humilde muchacho con expresión triste y avergonzada— Por supuesto que no crei ninguna de esas palabras y fui a buscarte en la primera oportunidad que se me presentó, allí fue cuando descubrí las ruinas de tu casa.

—Esas hijas de...Ya atrapare a esas arpías envidiosas y cuando lo haga...— Dijiste comenzando a tramar tu maléfico plan de venganza.

Ibas a seguir proliferando maldiciones cuando notaste como el muchacho nuevamente soltó un pequeño suspiro, aclarando su garganta al adoptar un tono más relajado al mirarte de regreso—¿Qué sucedió Stella? Puedes contármelo, si es algo difícil haré todo lo que este a mi alcance para ayudarte.

Con pena bajaste la cabeza, no tenias el valor para mirarlo a los ojos-!— Alguien...Unas personas...Entraron a mi casa en la noche— Dijiste en un susurro tambaleante.

El rubio trato de hacer contacto visual contigo con intención de calmar tu notable angustia, pero se lo impediste, te estabas muriendo por dentro por mentirle tan descaradamente— Esos tipos entraron a la fuerza... Estaba muy asustada, pero alcance a escapar, trate de correr hasta el pueblo pero no pude llegar muy lejos así que fui hasta un lugar al cual sabia que no me seguirían...

—Stella...No me digas que...— Expresó el rubio, anticipando lo que dirías.

—Corrí hasta el bosque prohibido, me refugie en una cueva cercana hasta que note que ya no me seguian—Lloriqueaste débilmente— Pero perdí la noción del tiempo y cuando regrese a casa ya habían pasado varios días...

Tu confesión había dejado en shock a Stefan, aparentemente había creído todo lo que le contaste sin dudar. Una media verdad disfrazada—Lo siento— Dijo finalmente— No debí haber sido tan brusco al preguntarte. Yo...Debí haber estado ahí para ayudarte.

Un escalofrío recorrió tu espalda, tanta era la vergüenza que un par de lágrimas traicioneras bajaron por tus mejillas, lamentandote por el mal sabor de boca que tus mentiras te dejaban—¿Por qué te arriesgaste tanto? ¿No había ningún guardia real en las fronteras del pueblo esa noche? Sabes que ese bosque es territorio de hadas, podrían haberte hecho algo terrible. Haberte visto orillada a hacer eso...Lo siento, lo siento tanto Stella...— Expresó Stefan abrazandote con tristeza e impotencia.

—Trate de buscar ayuda, pero no encontré a nadie, creo que estaban demasiado ocupados con la seguridad del gran baile como para vigilar la parte marginal del pueblo...

El caballero apesadumbrado por la confesión de su amiga continuo el abrazo durante un largo rato, consciente de que debía ser más precavido de ahora en adelante, por el bien de los que ama. Mientras que tú solo pudiste hacer diferencia del frío de su armadura con la calidez que provenía de los lóbulos de tus orejas. Tal parece que... La reina hada estaba dando la señal de que necesitaba a su cuervo mensajero...

*.°•*Una ves en un sueño*.°•* Lilia Vanrouge x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora