Parte 3. Lagrimas de azucar

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Inko aún recuerda la vez que su hijo le dijo que estaba embarazado, recuerda sus temblores por la ansiedad, el temor y la incertidumbre, sus bellos ojos esmeralda vidriosos por el llanto cercano, su voz vacilante por la misma inseguridad, recuerda su llanto y sus disculpas, una tras otra, recuerda con inmenso dolor ver a su hijo rogarle por su perdón y expresarle sus pensamientos anublados por la culpa.

Perdón mamá, perdóname por haberte decepcionando de tan vil manera.

—Quiero a este bebé, sin importar cualquiera de mis errores, y quien menos debe pagar por ellos es él —le había expresado su hijo entre lágrimas mientras sostenía su vientre aún plano—. Por favor mamá, respeta está decisión.

Inko lloraba, abrazó con fuerza a su hijo dicha vez, mientras le susurraba al oído que no la había decepcionado en absoluto, que si quería al bebé ella no le detendría, y que no estaba solo, que la tenía a ella, quien le amaba sin importar las erratas, que tenía con él a su madre.

Recuerda las veces que veía a su hijo acostado con dolores de espalda, las incontables veces que pregunto por la identidad del padre y cuantas veces más le fue negada.

Izuku no tienes porqué estar solo.

Pero él tan solo insistía, negándose con una terquedad fastidiosa.

Lo recuerda verlo llorar sin consuelo en su habitación, esa noche después de que le dijese que esperaba un niño, ese mismo día que Katsuki Bakugo partió a Francia para reformarse como un importante héroe.

Y recuerda ese día que Yukio nació, recuerda verlo en lo cuneros, tan tranquilo, tan ajeno al asombro de todos aquellos quienes lo vieron por primera vez con sus cabellos rubio cenizo en punta, y aquellos ojos rojos que penetraban el alma de cualquiera que posara su mirar sobre ellos, y para nadie, hubo duda, el misterio con su incógnita se desvaneció y todos quienes lo vieron supieron que Katsuki era el padre de tan linda criatura; sin embargo, todos optaron por guardar silencio, a pesar de su perplejidad, no dijeron palabra alguna entonces, y se mantuvieron callados respecto a los Bakugo.

Aun si era tentador decirle a MItsuki que tenia un nieto pues esta, debido al tiempo se habian vuelto grandes amigas y seguidamente frecuentaban alguna cafeteria para platicar, siempre se mantuvo estoica y decidio que ese era puramente asunto de su hijo y de nadie mas, y asi lo respetaria, como un tatuaje de sangre.

Pero eso no desmoronaba los detalles como aquella vez.

Seguidamente iba con su nieto al parque, lo llevaba a jugar mientras le ayudaba a tomar vuelo en los columpios, y le compraba algún helado mientras tomaban asiento y alimentaban a los patos del lago. Pero hubo una vez, que Inko vio a Yukio, quien corría alegremente liderando a unos niños, el juego por lo que pudo observar consistia en imaginar sus peculiaridades y salvar al mundo, Yukio siempre era el mejor porque segun los demas niños el era quien tenia ideas muy extravagantes, pronto lo vio detenerse de improvisto cuando los infantes fueron llamados por sus padres, le había visto con duda, puesto que Yukio miraba algo con tremenda insistencia, y cuando dirigió su vista a donde observaba, sus cejas se arquearon con notable angustia.

Era tan solo una familia, un niño que agarraba de la mano a su madre y a su padre, reían y la pasaban bien juntos como cualquier familia que pinta perfecta.

Yukio miraba y nada más, entonces volteo a ver a su abuela con tristeza y confusión y ella había dejado de tejer para verle caminar hacia ella.

—Abuelita, ¿puedo preguntarte algo? —la mirada carmín a pesar de la ferocidad y agudeza de quién la había heredado, su padre, también poseía un brillo tan expresivo como el arte mismo, poseía esa vida que tanto caracterizaba a Izuku, aquella ventanita abierta dejando expuesta su alma.

Stay Not Alone. BakuDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora