1. "En una mañana de entregas"

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Woodstock, Virginia, 1890

Con la pesada cubeta en una mano, dió dos palmadas en el lomo de la vaca, luego acarició su cabeza en despedida, agradeciéndole con palabras suaves los numerosos litros de leche que produjo esa mañana. Cuidadoso, vació el contenido en una gran lechera de metal, que llena hacía la tercera. Gruñó ante el peso de subir la primera a la carreta y tras asegurarlas todas bien, subió al pequeño porche y entró a la casa, donde su abuelo aún terminaba su desayuno en la cocina.

El viejo le alcanzó una rodaja de pan con mermelada desabrida al Naruto dejarse caer en la silla frente a él.

—Esta vez, no te niegues cuando la belleza de Izumi te ofrezca uno de esos pasteles tan ricos que hace —le advirtió con la boca llena y el chico rodó los ojos.

—Me pregunto qué diría el señor Uchiha si te escucha llamar "belleza" a su mujer —señaló, pero solo recibió de su abuelo un bufido divertido, como si la edad le concediera algún tipo de inmunidad.

—¿Qué va a hacer? ¿Dispararme en la otra rodilla?

Naruto negó ante en humor negro del anciano y se puso de pie tras atragantarse con su desayuno, pues la leche fresca necesitaba ser entregada antes de que el sol se elevara y el calor la echara a perder.
Su abuelo no se ocupó en despedirlo. Siempre, le habían dicho sus conocidos, se ahorró las tonterías sentimentales, más aún después de volver de la guerra con una cojera severa y sin el hijo con el que se había marchado.

A veces Naruto ignoraba sus miradas melancólicas a propósito, sabía que a medida que crecía, se parecía más a su padre fallecido, y eso le traía recuerdos dolorosos al anciano. Ya casi tenía la misma edad que él cuando dejaron sola a su madre embarazada para ir a cumplir con su deber. Veinte años solamente. Pero no se sentía del todo mal por eso, o al menos no se lo permitía. Su padre era un héroe de guerra, y gracias a eso podía hablar de él con orgullo en las raras ocasión donde su nombre salía a colación.

Otro que había ido a la guerra, pero regresó exitoso, fué Madara Uchiha, contemporáneo con su padre, pero quien en cambio nunca se casó en su juventud, pues su joven esposa apenas llevaba cuatro años portando el apellido Uchiha.

Con el sonido repetitivo de los cascos del caballo sobre el sendero, recorrió en el silencio matinal los cinco kilómetros que separaban las dos granjas, viendo la casona de Madara al bajar por una colina. El terreno era mucho más grande y lujoso que el suyo, pero Naruto no necesitaba más que un huerto, unas cuantas ovejas y sus vacas para mantenerse bien. En cambio, el señor Uchiha tenía grandes plantaciones de tabaco en las que volcaba toda su atención y las que lo beneficiaban con grandes ganancias.

Detuvo su carreta antes de que el caballo se acercara demasiado a las plantas del jardín, y al par de minutos salió la señora de la casa, limpiando sus manos en el delantal azúl sobre un vestido bastante modesto en tono café. Le ofreció una cálida sonrisa y acarició su vientre hinchado antes de saludar.

—Tengo que dar gracias a Dios, que tengo un jóven vecino tan trabajador —dijo con voz dulce— ¿Podrías...? —preguntó, señalando el sendero que rodeaba la casa—. Madara salió antes del amanecer.

—Claro... —respondió Naruto, imitando su gesto y agitando las riendas para que el caballo se moviera.

Rodeó la vivienda a la vez que el sonido irregular de un golpeteo en madera se hacía más fuerte. Cuando llegó al patio en el que estaba la puerta de la cocina, vió a un jóven que no conocía cortando leña... o al menos intentándolo. Sus ropas serían suficientes para delatar que no era del pueblo, si no fuera porque su blanca piel inmaculada lo hizo primero. Él apartó la vista del tocón de corte al escucharlo hacer un gruñido cuando levantó la muy pesada lechera con la intención de llevarla hacia la casa, pero se quedó en su citio y luego lo ignoró completamente tras Izumi aparecer en la puerta para darle paso.

El aroma a pan recién horneado le provocó un suspiro vergonzoso. Si bien había tenido la suerte de nunca padecer hambre, no era ni de lejos un buen cocinero, y su abuelo sufría del mismo mal. Ella pareció notarlo y soltó una risita divertida, luego destapó la lechera que Naruto había dejado en una esquina.

—Haré una rica mantequilla para ese pan —anunció, satisfecha con la calidad de esta—. Sé que no tienes mucho tiempo, pero espera solo un minuto y te prepararé una canasta para que lleves a casa. Hice pastel de carne.

—Abuelo me ordenó que no me negara si me regalaba comida —se sinceró con vergüenza.

Se cruzó de brazos, apartándose lo suficiente para dejarla trajinar por la cocina, quedando justo a un lado de la ventana. Tenía una vista bastante bonita del huerto trasero y también del tocón donde aquel chico se afanaba en cortar leña.

Sí, definitivamente no era de por allí. Una sonrisa maliciosa apareció en sus labios cuando lo vió colocar un pedazo de madera en forma horizontal.

—El señor Uchiha debería buscar ayudantes más competentes —dijo en voz baja a Izumi cuando ella le dió la cesta, que era más pesada de lo que esperaba.

—¿Lo dices por él? —preguntó, señalando con la barbilla al jóven— No, no. Es sobrino de mi esposo. Madara aceptó la petición de su padre de tenerlo aquí una temporada. Viene de Richmond —suspiró con cansancio—. El pobre chico no molesta, pero tampoco es de mucha ayuda, como podrás ver.

Naruto sonrió un poco ante el comentario y con una corta despedida y agradecimiento, dejó la cocina de vuelta a su carreta, donde su caballo ya estaba golpeando el suelo con su casco, algo impaciente. Acomodó la cesta de tal forma que no se fuera a dañar con el viaje, pero antes de subir volteó otra vez en dirección al desconocido, quien ahora miraba su hacha como si le tuviera rencor.

Una caricia en la crin para aliviar la desesperación del corcel, le permitió caminar hasta él y acercarse lo suficiente para notar un golpe bastante fuerte en su mejilla derecha, justo a un lado del labio. Conocía de moretones, trabajando en la granja estaba expenso a ellos, y sabía que el suyo al menos tenía una semana para ponerse de esa coloración verduzca.
Dándose cuenta de que había mirado la herida demasiado tiempo, levantó la vista y se encontró con dos severos ojos negros.

—¿Quieres unos consejos? —ofreció, señalando la gran pila de leña que aún quedaba.

—No— la palabra cortante lo hizo bufar con algo de impotencia. Ofrecía su ayuda a pesar de estar ocupado, ¿y ese flacucho de ciudad lo trataba de esa manera?

Se cruzó de brazos mientras él secaba el sudor de su frente con la manga de su camisa de algodón, tras esto estiró el bajo de su chaleco. Naruto observó con zorna la prenda de sastre y luego esos zapatos que supuso hasta hacía poco estaban muy lustrosos.

—Los necesitas. Aparta... —dijo al fin y quitándole el hacha de la mano, lo empujó con su cuerpo hasta que dió un traspié y se movió de mala gana— Se sujeta así —le mostró la posición de sus manos en el mango—. Al dejarla caer debes permitir que la de adelante se deslize junto a la otra. Así caerá con fuerza.

El tronco sobre el tocón se partió a la mitad con facilidad. Naruto alcanzó otro de la pila y lo colocó en posición para hacer lo mismo.

—Después de que aprendas ese movimiento, con la práctica será pan comido —anunció con ánimo.

Recordaba cuando su abuelo le enseñó a cortar leña, era mucho más pequeño que el chico que estaba su lado, serio e inmóvil como un espantapájaros, quien supuso no tendría más de dieciocho años.

Con gesto ágil giró el hacha en su mano y le ofreció el mango. Él lo tomó y ocupó su lugar anterior cuando Naruto se dispuso a irse sin más. No tenía interés ni tiempo para una conversación, pero sonrió un poco cuando al darle la espalda, escuchó el murmullo de un "gracias".

—Nos vemos el domingo —dijo antes de agitar las riendas y la mirada confundida que le dió, bastó para hacer divertido todo el trayecto hasta el pueblo.

Nacimos enfermosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora