Aún en ropa interior, tomó el pequeño espejo del tocador. Torciéndose un poco para lograr ver su espalda, constató que las marcas alargadas ya casi habían desaparecido. El rostro estaba también sin señas de golpes, pero a diferencia de su cuerpo, la herida de su corazón se hacía más profunda conforme pasaban los días. En la imagen de su mirada marchita en el espejo, eso era fácil de reconocer para él.
Un rato mirando su reflejo lastimero provocó que otra vez le ardieran los ojos, entonces lo colocó sobre sus rodillas y se apoyó en la pared, observando la gran planicie verde, solo interrumpida por algunos árboles y un sendero. Sasuke no reaccionó cuando reconoció el carretón del lechero, ese chico rubio y demasiado sociable que llegaba al amanecer cada dos días. También, justo como él le había dicho, lo encontró un domingo, y luego dos más después de ese. La iglesia del pueblo, rústica como era, parecía reunir sin falta a cada habitante de Woodstock. Esa devoción se había perdido de donde venía, pero aún así...
Apretó sus dientes y luego sacudió la cabeza, buscando algún resquicio de fuerza dentro de él que le hiciera ponerse de pie y vestirse. Así, en silencio y con movimientos aprendidos, se colocó su traje justo antes de que su tío entrara a la diminuta habitación que le había dado.
—Baja ya —fué todo lo que dijo. La voz severa se parecía tanto a la de su padre.
Ni él, ni su esposa Izumi, se molestaban en dedicarle más de dos palabras. De hecho, nadie de la hacienda se tomaba el tiempo de reconocer su existencia, solo el chico lechero lo saludaba con una sonrisa rápida antes de volverse a ir. Agradecía internamente que no lo había encontrado otra vez en sus patéticos intentos de ayudar en la casa, había sido demasiado vergonzoso resistir la explicación sobre como partir un maldito tronco en dos.
Cuando al fin llegó a la cocina, solamente se encontraba Izumi y una criada que había comenzado a ayudarla debido a su estado avanzado de embarazo. Solo lo saludó con un movimiento de cabeza antes de que ocupara el asiento en la mesa junto a su tío, que llegó segundos después. El desayuno sería rápido ese día también, no había que llegar tarde a la misa de las nueve y el pueblo quedaba a una hora de camino. Así que Sasuke solo se comió una tostada y cuando fué a alcanzar el vaso de leche, notó que las ampollas que se había hecho con el hacha ya se estaban convirtiendo en callos.
"Tus manos son tan suaves"
Apretó el puño y retrocedió, escondiéndolas en su regazo. Si alguien lo notó, no se molestó en hacer ningún comentario.
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Su tío siempre se las arreglaba para ser de los últimos que llegaban a la iglesia, ocupando los asientos del final, en donde observaba a todos como un halcón. Pero en esa ocasión también el lechero entró tarde, acompañado de un anciano cojo que se apoyaba tanto en su brazo como en un bastón de madera oscura que había tenido mejores años. Se sentaron al otro lado del pasillo, sin detenerse a saludar a nadie, pues el cura comenzaba su sermón.
Fuera de lugar, así se sentía. Un intruso en la casa de Dios, donde todos aquellos campesinos devotos rezaban con fervor y él solo repetía en carretilla las gastadas oraciones que no sentía, algunas de las que su padre también repitió el día que marcó su espalda con el cinturón, justo sobre los otros golpes. Su expresión seguía fría y distante, manteniendo ese muro a su alrededor que lo sumía en la oscuridad, pero cuando miró otra vez a un lado, mientras su tío oraba como si no hubiese asesinado a tantos en la guerra; mientras Izumi imploraba porque al fin pudiese llevar un embarazo a término... allá, después del pasillo, él también tenía los ojos cerrados y las manos juntas, vestido con sus mejores ropas y no ese pantalón café con tirantes y la camisa blanca arrugada. Su cabello rubio creando reflejos dorados gracias a la luz del vitral, y en su expresión había calma, había entrega. Y por un momento Sasuke lo odió, lo odió mucho al verlo orar de esa manera tan pura. Lo odió por ser atractivo, por hablarle, por recordarle la parte de él que hacía que lo lastimaran.
Así que mintió, bajó la cabeza y fingió orar para ocultar sus emociones, su rabia; hasta que ya no resistió y en silencio se puso de pie y salió de la iglesia bajo la mirada reprobatoria de su tío. Lo ahogaba el ambiente, también ese pueblo deprimente con solo un par de comercios y casas viejas, en donde las personas tenían vidas tan simples.
Se alejó dando pasos firmes hasta quedar a la sombra de un árbol, justo cuando los cánticos empezaron a escucharse. Con la melodía de todas esas voces en alabanza miró el horizonte, como si pudiera observar tan lejos para ver su casa, a su madre... como si pudiera ir. Aunque su padre lo perdonara y volviera a recibirlo, Sasuke sabía que no podía regresar Richmond. No después de lo que pasó. ¿Qué haría cuando su tío se cansara de hospedarlo? Quizás debería encontrar algún trabajo en ese lugar, lo que no sería fácil, dado que no sabía hacer prácticamente nada. Otra mancha para su orgullo junto con haber perdido el tiempo enamorado de ese tipo.
—A veces abruma un poco, ¿cierto? —Sasuke giró para ver quién le hablaba, y encontró a ese chico rubio a par de metros, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón negro de vestir.
—El lechero... —murmuró con hastío, pero en lugar de disgusto, escuchó una risa divertida de su parte.
—No soy... Bueno, supongo que te lo parece pues siempre que nos encontramos estoy en mis entregas, pero no trabajo solamente en eso —explicó—. Tengo una granja a...
—No me importa —lo cortó Sasuke y volvió a prestar atención hacia el horizonte, ignorándolo.
Tanto tardó en hablar que pensó que se había marchado sin más.
—Para alguien que se siente solo, no aprovechas las oportunidades para dejar de estarlo.
—¡Naruto...! —otra voz masculina interrumpió su conversación.
Sasuke giró otra vez, pero solo vió su espalda mientras se alejaba hacia las escaleras de la iglesia en donde las personas comenzaban a agruparse, entonces saludó alegre a un grupo de chicos de rostros bronceados y complexión fuerte, a los que su traje de domingo les quedaba extraño, como si el atuendo no les representara para nada
—Nos vamos.
Dos palabras dijo su tío cuando Sasuke lo encontró, y entonces se dió cuenta de que el único que había hecho el intento de reconocerlo como persona, era ese chico de cabello rubio que lo enojó con sus consejos confianzudos; el mismo que odió al verlo rezar a ese Dios que lo rechazaba, que lo apuntaba como un enfermo.