Ambos lo miraban comer, el abuelo con grandes ojos y Naruto quieto, con la cuchara a medio camino mientras Sasuke se sampaba el viscoso caldo con lo que parecían trosos de grasa de cerdo o algo gelatinoso. Cuando levantó la vista y notó que era observado, se limpió los labios con la lengua y puso una expresión interrogante.
—¿Está bueno? —preguntó el anciano. Las palabras salieron de su boca con un tono sorprendentemente amable.
—No, está asqueroso, pero tengo mucha hambre —la sinceridad cruda de Sasuke les sacó una carcajada a ambos.
—Menos mal, ya estaba azorado —admitió Naruto—. Abuelo no aprendería a cocinar de un día para otro ni por milagro de Dios.
—¡Oye, ese cuerpo enorme me lo debes a mí! —gruñó el anciano— No será un manjar, pero te da lo que necesitas. Come niño, estás muy flaco... —señaló a Sasuke con la cuchara de madera que estaba usando.
—Gracias —murmuró este.
—No tengas pena en dejar —le susurró entonces Naruto con complicidad.
—Cierra ya esa boca, mal agradecido —rechistó su abuelo—. Lo que tienes que hacer es casarte de una vez con una buena mujer que sepa cocinar.
—Aquí vamos... —balbuceó el rubio para sí mismo.
—Tu padre ya llevaba dos años de casado con Kushina tu edad. No sé a que esperas. A esta casa le hace falta una mano femenina. Parece un cuartel militar.
—Lo pensaré —respondió Naruto con poco interés y miró a Sasuke, quien se había concentrado solamente en su plato de sopa—. ¿Te fastidian también con eso?
—Algo... —contestó de manera esquiva, sin levantar la cabeza
"¿Algo...? Qué mentiroso", pensó. La verdad era que sus padres no habían parado ni un minuto de hacerlo, sobre todo después de lo ocurrido. Como si él pudiera cambiar lo que era con solo desearlo. Había nacido así, había nacido enfermo, justo como su tío le señaló a su padre en la vergonzosa conversación que tuvieron antes de que lo trajera de Richmond.
Era molesto que los demás esperaran cosas de su persona que no podía dar, y en eso pensó, se parecía a Naruto. En toda la comida su abuelo no paró de hablar sobre su futuro y de compararlo con su padre fallecido. Incluso si no estaba dirigido a él, a Sasuke le comenzó a molestar la conversación, pero el rubio no mostró signos de eso; en su lugar, solo asentía sin interés o daba pequeñas sonrisas que no llegaban a sus ojos celestes. Pura formalidad que lo estaba impacientando. Por eso en el huerto, cuando Naruto le pidió que le ayudara a recoger algunas verduras después de terminar de comer, Sasuke le hizo la pregunta.
—¿Por qué no le dices que pare? — el rubio lo miró confundido mientras ponía un tomate grande dentro de una cesta.
—¿De qué hablas?
Sasuke desvió la vista hacia la casa un poco lejos y entonces habló en voz baja.
—A tu abuelo. Solo... —gruñó. Expresándolo, se dió cuenta de que no era asunto suyo. Estaba resultando muy entrometido—. No importa.
—Sus recuerdos son lo único que le queda de su hijo. Y yo, por supuesto... —añadió—. No le puedo quitar eso.
—Pero te molesta.
—Es irrelevante. Lo aguanto...
—¿Lo aguantas? —si quería una prueba de que se estaba pasando, la obtuvo al verlo fruncir el ceño.
—Sí, hay cosas que se resisten por el "bien" de los demás. ¿Cómo fué entonces? No creo que te lo hayas merecido de verdad —Naruto estiró una mano y tocó con un dedo en su mejilla. Sasuke no necesitó más para saber que se refería al golpe que tenía el día que se conocieron.
—El "bien" que ellos creen correcto —gruñó con voz rota, sorprendiendo a Naruto y poniéndose de pie—. No debí meterme en tus asuntos, lo sé porque tampoco me gustan que opinen sobre temas que no conocen. Fue un lindo día, gracias...
El rubio se incorporó confundido y lo vió alejarse hasta la entrada de la granja. Sasuke daba pasos firmes y ni siquiera se acordó de que había dejado su ropa y todavía vestía con unas prestadas. Después se las devolvería, no importaba, pero cuando su cabeza volvía a llenarse con esos recuerdos solo quería alejarse. Le molestó ese comentario, pero tenía razón, el "bien" era para su familia, por mucho que le doliera. Él estaba mal, todo el tiempo lo estuvo. Ellos se burlaron y lo utilizaron, había dicho su padre durante su reprimenda. Aún así tenía la poca consciencia de que sus pecados salieran a flote otra vez. ¡Demonio, lo habían destrozado! ¡¿Cómo tenía la osadía de mirar a Naruto de esa manera lasciva y asquerosa?!
Apretó sus puños, sus labios, todo lo que impidiera que sus lágrimas brotaran, cuando escuchó los cascos de un caballo a su espalda, en el camino polvoriento.
—Pensé que ya éramos amigos, ¿lo vas a arruinar? —Sasuke giró para ver a Naruto montado encima de una yegua negra. No era la misma que tiraba de su carretón de leche, esta parecía más tranquila y vieja.
—¿Somos amigos? —preguntó con acidez.
—Por mi parte al menos, sí —podía ver la verdad en sus ojos. Era muy transparente, tanto que lo atemorizaba.
—Apenas me conoces. Sí lo hicieras, no te acercarías... —murmuró lo último mientras reanudaba su andar. Naruto movió su montura hasta atravesarse en su camino.
—Déjame a mí esa decisión —exclamó, tendiendo una mano.
Una oferta de amistad. Sasuke dudó, mirando aquella mano fuerte y llena de callos. Era tanto una promesa de compañerismo, como una de dolor. Hay cosas que no se pueden ocultar, siempre salen a flote como la basura en un río. Pero él se estaba hundiendo, hundiéndose de la peor manera; de esa en la que no quieres ver otro amanecer y te traga la vergüenza y la tristeza. Sabía que el rechazo de ese nuevo amigo, sería el último que podría soportar.
Pero ya no le quedaba nada que perder de sí mismo, así que estiró la mano y Naruto le dió un fuerte apretón. Esa sonrisa radiante en el atardecer, le comunicó a Sasuke que estaría realmente perdido con esa futura perdida.
El rubio tiró de él, ayudándolo a subir detrás y poniendo marcha hacia la casa de Madara.
—Seremos amigos con una condición —dijo Sasuke después de unos largos minutos de silencio. Sus ojos aguados y ocultos por el flequillo negro de su cabello.
—No me gustan las condiciones, pero si eso necesitas... —vió desde atrás como subía los hombros anchos en un gesto desinteresado.
—Nunca me preguntes sobre mi pasado.
—¡Rayos, ahora tengo más interés! —se quejó.
—Naruto.
—De acuerdo, lo prometo —Sasuke sonrió un poco ante su tono infantil—. No preguntaré nada, pero estaré esperando a que solito me lo cuentes cuando te sientas preparado.
—Eso no va a ocurrir —el rubio no escuchó sus palabras, pues solo salieron como un movimiento de labios. Una vana convicción que salvaría esa cosa nueva, esa nueva amistad que apreciaba y necesitaba más de lo que Naruto pensaba.
Podía ocultarlo.