Capítulo 9: La cabeza hecha un quilombo.

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Julián amaneció con el sonido de la alarma sonando. Apenas abrió uno de sus ojos, tenía el sueño muy pesado. Desplegó las notificaciones. Tres alarmas perdidas. 

El cordobés se levantó de la cama de un salto y se incorporó con sus dos pies en el suelo para mirar la hora. Las siete y media. El viaje en colectivo y la combinación de subtes solían llevarle una hora, por lo tanto, si quería llegar a tiempo, debería estar saliendo en ese preciso instante de la casa.

Julián se vistió rápidamente, agarró su mochila y salió corriendo sin siquiera pasar por el baño para lavarse la cara. Al abrir la puerta de su pieza se encontró al Cuti de frente, que parecía estaba a punto de golpear la puerta.

—Justo te iba a llamar, te quedaste dormido, ¿no? —preguntó el Cuti que se estaba comiendo una tostada. 

—Si, me quedé re dormido culiado. Me voy porque llego tarde. —dijo velozmente el castaño sin detener su paso.

Cristian se quedó observando en silencio y con sus ojos bien abiertos como su amigo continuaba caminando rápidamente por el departamento.

—Julián, comé algo, te vas a sentir mal. —aconsejó su amigo.

—No pasa nada, compro algo cuando llego a la facu. Nos vemos. —respondió el otro que todavía seguía apurado. 

El Cuti quedó solo con su tostada y con el sonido de la puerta del departamento cerrándose de un portazo. 

Julián siguió con su paso apresurado por varias cuadras. Tuvo la suerte de que el colectivo que tenía que tomar justo estaba en la parada, y milagrosamente, las líneas de subte no estaban tan concurridas ese día como usualmente lo estaban.

Al llegar a la facultad, la hora de su celular marcaba las ocho y veinte. Por suerte, había llegado a tiempo y le sobraban diez minutos. 

Al poner un pie en el primer escalón de la entrada, el cordobés sintió el ruido de su estómago. Se acordó que la última vez que había comido había sido durante la tarde del día anterior en el parque, ya que debido a lo triste que se sentía, no había comido nada cuando llegó. 

Cierto, lo triste que se sentía. Con la vorágine de la mañana, se había olvidado de todo lo que había pasado ayer. Iba a tener que ver a Enzo a la cara otra vez.

«Ese pedazo de gato» pensó el cordobés.

Su panza volvió a rugir. Julián volvió a mirar la hora en su celular y decidió que tenía tiempo suficiente para ir a comprar algo para comer antes de entrar a la facultad. Compró un paquete de bizcochitos y lo abrió mientras caminaba, ahora sí, ingresando al edificio.

Al llegar al aula, vio a Paulo sentado con otros de sus compañeros en una de las esquinas del fondo. Julián caminó hasta sumarse a su grupo, y luego de saludarlos, se sentó a su lado. 

No había señal de Enzo por el momento. Quizás se le había hecho tarde, o quizás había decidido faltar ese día. Sea lo que sea, al castaño lo aliviaba la idea de no tener que verlo de nuevo, por lo menos el resto de ese día.

Algunos lo llaman karma, pero pocos segundos después, un morocho vestido con un short negro y una camiseta de la selección entró caminando al aula. Era Enzo.

El bonaerense se acercó hasta la esquina donde estaban sentados sus compañeros, comenzando a saludarlos. Al llegar a Julián, el morocho sonrió. 

Su sonrisa, al igual que siempre, se llevó la atención del cordobés, que por un segundo desvió su mirada a los labios apenas húmedos y la hermosa dentadura de su compañero. 

Mis ganas de no quererte - Julienzo AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora